Los pensamientos alargan la noche, se retuercen como agudas espirales, cortan una tras otra, las páginas de una metáfora infinita abierta a
la imaginación, amasan incoherencias entre lo que soy y lo que he sido.
Cierro el libro, lo acomodo sobre el buró y
vuelvo a lo mío. Los brazos-serpientes del reloj se escurren por la
pared, trazan con roja tinta la ruta del gemido, heridas que fluyen, que mojan
la noche hasta alcanzar mis huesos. Su brazo más ligero tropieza con las sábanas
en su afán por enredarme entre dudas; el
otro, lentamente clava su aguijón en la pupila, sin misericordia, vierte su
ponzoña haciendo más negra la soledad que me acompaña. Me levanto escupiendo blasfemias, mortalmente herido en la memoria. Arde el
interior, revive la locura. No deseo
que llegues como ayer con tus cabellos mojados de intrigas, con la humedad de
besos furtivos escurriendo de tus comisuras; prefiero
adrenalina en las manos, sal que cauterice viejas heridas.
Toma las riendas del corazón, cabalga a mil latidos por minuto, pronto
alcanzará la puerta falsa si no llegas. Ven, ayúdame a tejer una red que
resista el peso de la desesperación, ayúdame a quitar la pesadumbre que en la
oscuridad se transforma en premura. No
quiero partir sin un último adiós, sin verte nuevamente junto a mi cama, como
un conjuro que aligere mi carga, como luz filtrada entre las grietas del alma.
Clavo un alfiler en la menguante luna, luego otro y otro hasta perder la
cordura. Ella sonríe, estira sus cuernos, me hiere. Las comisuras de sus labios se retuercen
irónicas, aprietan mi cuello; empañan mis ojos, vierten salitre en el corazón.
Cargo el mismo equipaje, los mismos hábitos, las mismas palabras. La noche
avanza lenta, menos los pasos que trazan
incontables vueltas en un círculo de infinita dimensión. En el horizonte la
noche agoniza, es hora de abordar un
barco de papel y navegar entre hilos de plata que la luna recoge en el alba.
Aquel ayer, con los pies metidos en el agua, los dos mirando al horizonte,
fugados hacia el universo para visitar otros planetas y escoger el
nuestro, luego reír convencidos que
donde estamos es el paraíso. Cómo olvidar aquella fragancia mezclada con olores de campo, brotes tiernos de hierba, monte salpicado de lluvia. Los
caracoles subiendo pausadamente entre los carrizales para depositar sus
huevecillos, como diminutos racimos de huayas listas para el antojo. Un pequeño
pez que nos mira por debajo del agua, hace
burbujas para llamar nuestra atención mientras la tarde se viste de rojo
en su afán por seducir los fantasmas de la noche; majestuoso escenario con su
coro de trinos y chirriar de cigarras justo cuando la lívido empieza su diálogo.
La oscuridad nos alcanza tirados en el césped con la vista en la nada, hemos
recorrido las estrellas y nos falta el
mundo interior lleno de dudas e inesperadas sorpresas. El viento resbala desde la laguna, choca contra el
castillo,
sostiene una lucha entre sus baluartes hasta que derrotado
desvía su camino.
Murmura incoherencias
entre las hojas de almendros y framboyanes, pasa acariciando nuestra piel que
despierta al conjuro, convoca al abrazo mutuo mientras juramos
amarnos por siempre. La música de pájaros cambió de tono, ahora los
grillos y ranas dejan sus agudos acordes
como preámbulo festivo para un concierto de estrellitas titilantes que vuelan
sin dirección y pintan estelas de luz en la oscuridad de la noche; atrapo una y la pongo en tu mano. La miras con azoro
y ríes, dejas que la luciérnaga escape y se pierda en la oscuridad de la noche. Entonces
mis labios vuelan, son mariposas nocturnas que buscan tus labios, en el
intento se enredan entre tu pelo, se detienen en tus párpados, resbalan por tus mejillas hasta posarse
en tu
boca. Tus manos intuyen el trayecto de las mías, se encuentran justo a la
mitad de sinuosas caderas, se deslizan atrevidas por los límites de tu
entrepierna. Sin darnos cuenta rodamos en la suave pendiente de esta mullida y
verde alfombra, nuestros pies descalzos salpican agua en una incesante lucha
por ganar una posición de dominio sobre el otro, me dejo llevar en ese juego
del estira y afloja, permito que seas tú quien se adueñe de mi cuerpo y de mi
boca. Sobre de mí, haces de tus dones de amazona perfecta cabalgata mientras me
aprisionas contra el césped y el peso de
tu cuerpo en mi cintura paraliza mis deseos.
Las estrellas nos miran y
suspiran, las palabras sobran. Cazadora
furtiva, me observas lista para atraparme entre tus garras. Caigo en ese vértigo de dulces sensaciones
mientras recorres mi cuello, mis sienes, mi pecho con tu lengua felina que
disfruta un festín de carne trémula. Estamos solos, en apartada orilla de esta
hermosa laguna, rodeados por un vergel
exuberante, pero eso ya no importa a los sentidos, mis manos buscan la desnudez
de tu cuerpo, las prendas que aún quedan
estorban los atrevidos movimientos de manos y caderas. Rodamos hasta meternos en el agua. Un colchón de
suave arena soporta el encuentro incontenible que revienta nuestras venas.
Caigo sobre de ti y esta vez soy yo el que te mira desde arriba. Con medio
cuerpo sumergido dentro del agua, tu
espalda hace una curva deliciosa por donde mi brazo te aprisiona. Nos olvidamos
de la luna, los carrizos y la hora, mudos testigos que observan la apasionada
escena. Tomados de las manos avanzamos hasta que el agua nos cubre los hombros, abrazas con tus piernas mis
caderas y giramos tantas veces al compás de un vals nocturno solamente con mis
pies entre la arena. Aprendo a equilibrar tu peso recargado sobre el mío y
juntos disfrutamos de ese mágico momento olvidándonos del mundo. Regresamos
cuando la lluvia se torna incesante, el agua fría escurre en nuestros rostros, una febril excitación invade nuestro pecho, reímos hasta consumir las ansias, apagar el fuego de
los cuerpos encendidos, aguantar la respiración, sumergirnos entrelazados,
comiéndonos los labios, bebiendo nuestras ganas, deshechos en gemidos.
Un insecto se posa en mi piel, dejo que clave su aguijón y succione mi
sangre. Miro cómo se hincha y justo cuando intenta emprender el vuelo una
palmada mía lo estruja. No aplaudo su osadía, por herirme y
causarme sufrimiento, más bien, es un acto instintivo de supervivencia, de
acabar con el dolor, aunque no es verdad, destruirlo no elimina el sufrimiento.
El cuarto apenas iluminado por una lámpara proyecta mi sombra sobre la
pared. Sentado al borde de la cama, veo una imagen distorsionada de lo que soy,
mas no siempre fue así.
Son las primeras horas del día, el sol baña de encanto las bardas cubiertas
de enredaderas, unos niños cruzan la calle con pasitos descalzos, arrastran una
botella que rueda semejando un carrito de juguete. Un perro se agacha y ladra,
mueve la cola, brinca y hace cabriolas mientras la risa de aquellos chicuelos
se pierde entre el ruido de un auto que se estaciona. Por inercia las miradas
convergen, ella abre la puerta y desciende. El mundo se detiene, cesa el murmullo y enmudece la gente. Viene
abriéndose paso como huracán entre palmeras y oleaje. Caen los ojos a sus pies,
el corazón da un salto tan grande que duele. Su risa hace que el tiempo prosiga
mientras recibe halagos y miradas
furtivas.
En la mesa de enfrente, absorto, fascinado, mi mundo se desbarata mientras
nace un ser con corazón de ángel. Nunca más el día brillará con esa luz que
irradia su pupila, nunca más el corazón encontrará aposento más divino.
Las
palabras suenan huecas, como si brotaran del fondo de una caracola, la risa,
los gestos cotidianos de pronto se pierden en la esquina de su boca, mis ojos
solo buscan sus ojos y hay un momento en que se cruzan, ella en lo suyo; en mí
algo cambió para siempre.
Mi voz se quiebra entre el silencio y la demora. -¡Ya ven, necesito de ti!-. Doy vuelta a otra
página. El tiempo corta mis venas demasiado aprisa, fluye un torrente de
recuerdos donde navegas con bandera de pirata. Atado a tus encantos, con las
manos llenas de nostalgia vuelvo a ti como atrevida ola solo para romperme a
tus pies hecho espuma y arena donde
estampas la huella de tus besos. Cautivo, con ansia de ti, no cedo en mi empeño
de buscar tus ojos en estas noches de soledad y locura. Soy prisionero del deseo, navego a la deriva
mientras la brújula de tu navío apunta en dirección opuesta. Solo, en medio del
oleaje, a la merced de huracanado instinto soy insignificante brizna que flota
en el horizonte hasta volverse olvido, en esta laguna que presume majestuosa
sus siete colores en el día; de noche, manto negro y plata que la luna,
nostálgica, extiende para cubrir mi débil cordura.