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viernes, 7 de septiembre de 2012

Amo el silencio de tu voz ausente II



            























                  II
Amo el vacío de una mirada ausente
huella indeleble  de  soledad,
refugio perenne del tiempo,
de ese amor  que trazó en el rostro una sonrisa
como ardiente herida
para no olvidar.
Amo el  clamor del viento
que provoca melancolía;
que desangra nubes vespertinas;
el arcoíris después de una lluvia
de lágrimas tristes
y flores humedecidas
con el rocío de nostalgias.
Me queda algo de ti
entre mis uñas,
debajo de mi piel,
en la punta de mi lengua.
Ramo de ideas hermosamente locas,
aventadas al pasado
en un intento fallido
por devolver al presente
lo que atrapó nuestro recuerdo.
Nada he dicho aún,
de lo que siento ahora
cada que tus promesas,
como una inmensa ola
irrumpe en mis autistas horas
ya de por sí monótonas y frías.
Me queda todavía de tu ausencia definitiva
el dolor de un adiós inmerecido.
Debo decir que hay entre mis manos
una flor desfallecida,
una carta escrita con amor,
manchada con la tinta púrpura
que brota de mis venas.
A pesar de todo
amo el dolor que me dejaste,
el olor a piel  desnuda;
tu cuerpo frágil, pequeñito,
apenas justo para llenarme de ti,
cada tarde de aquellos días mágicos,
de cielo azul,
de arcoíris lluvioso,
de silencio entre el crujir de sábanas
y el reverberar frenético
de nuestros corazones.
Amo  esa nostalgia,
esa indescriptible sensación
de estar contigo mirándome en tus ojos,
navegando por tu alma en aventura extrema,
disfrutando tus encantos.
Yo no sé por qué te fuiste
pero ya no busco respuesta
a una pregunta que con el tiempo olvidamos.
Solo queda,
apenas un pedazo de ti,
el silencio de tus palabras,
tu mirada ausente,
la ausencia de ti
y el gran amor,
este grande y necio amor
aferrado al recuerdo
de un  imposible.




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