Un ave de metal levanta el vuelo;
hiere el cielo la opulencia,
tiñe de sangre el suelo.
Surco de ignominia en las alturas,
señala el devenir histórico
una ruta equivocada.
Opresor arriba regodeado en su soberbia,
oprimido abajo padece la injusticia.
Un jefe de estado
y su séquito de cortesanos
miran desde lo alto,
un país de riqueza incomparable,
una región del mundo que brilla
en medio de dos grandes océanos.
Entre nubes de oropel y vanagloria,
no se aprecia la pobreza
en que viven millones de personas.
Hay que bajarse de las nubes
para saber cómo sufren los de abajo,
meter los pies descalzos en el dolo,
y bregar por el camino plagado de difuntos.
Hay sentir la injusticia en carne propia;
balas que matan o lastiman,
beber su propia sangre
y doblarse ante el flagelo de la impunidad
y del escarnio.
Hay que bajarse de las nubes,
comer los desperdicios que sobran
del banquete de ricos comensales,
y aun así morir todos los días,
con hambre de libertad y de justicia.
Vestir harapos que del frío no protegen,
vivir en casas de cartón
que la lluvia no respeta,
que la lluvia no respeta,
empeñar la fuerza de trabajo
por un mísero salario;
por un mísero salario;
vender caricias bajo la sombra
del árbol de la esquina
del árbol de la esquina
y pagar deudas que jamás culminan.
Hay que bajarse de las nubes,
vivir un día, solo un día,
lo que el pueblo ha padecido por
generaciones,
ponerse en el zapato de esos otros
marginados,
trabajar de sol a sol
para ganar tan solo la esperanza
de un mañana.
El cielo se tiñe de opulencia,
el suelo se cubre de sangre;
un ave de metal deja una estela de humo
y un país que arde,
que lucha por un mejor destino.
El gentío fluye con la fuerza
de un río embravecido,
de un río embravecido,
arremolina conciencias,
avanza por las calles
avanza por las calles
y se extiende por todas la ciudades.
La pobreza es una enfermedad
que no sufre el que gobierna,
es inmune,
por eso la ignora,
por eso no la cura.
El pueblo ya está harto de injusticia,
hace eco a la voz de los caídos.
Llama a la marcha por la vida
por el derecho a
la seguridad
y la libertad
perdida.
Acaso, es la propia voz de la tierra
que brota de sus fosas,
que escupe humo de sangre derramada,
que devuelve ceniza de inocentes.
Es una sola voz que clama:
¡Queremos justicia!
¡Queremos justicia!,
¡Ya basta de crimen y opresión!