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miércoles, 5 de enero de 2011

El pescador

Atado a los acordes de tu encanto,
anclado a veces en agudos horizontes;
incrustado en la marea casi siempre.
Intrépido  domador de efervescencias
hasta el grado de la espuma,
en los bordes de acantilados riscos
donde el mar revienta entre nubes de rocío.

Tiro mis redes para atrapar la incertidumbre de un mañana,
voy en busca del mito y pasión del navegante.

Escucho entonces el canto sublime arrastrado por el viento
y  sólo quiero
arrojarme  al remolino abrupto que se forma
en la profundidad oceánica,
en tus marinas intimidades.
Sumergirme  quiero en el delta que entremezcla
aguas  dulces de montaña
con salobre oleaje de tormenta desatada en tus alburas.

Y sólo espero
escudriñar los misterios abisales
en busca de una luz que ilumine mis pupilas,
como náufrago  que escapa a su destino gris de incertidumbre;
exhausto y jadeante,
un sediento entre tanta agua de mar,
entre marejadas de besos que escurren esperanza  y fantasía.

Lanzo mis brazos donde tu silueta
dibuja a contraluz  un cielo en agonía;
ancla de aguerrido marinero,
pretendo robarte los secretos que guardas en tus ojos,
descifrar el enigma en la ausencia de palabras,
y aprenderme de memoria las dulces melodías
que destilas cual perfume de tus labios.

Perfecta en tu estampa de Ligeia,
vences  la cordura con cántico de agónico delirio.
Hierve la sangre en candente flama de espuma vespertina;
consume y aniquila el  hechizo místico
mi cuerpo herido  en batalla de pasión  inmensurable
y haces que sucumba a tus encantos
despeñado y loco;
ahogado entre  las olas que levantas con tu risa
y roto el corazón ante el flagelo implacable de tu lira.


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