Todo iba perfecto,
sólo faltaban las palabras de despedida,
la cena, la charla, su risa tímida y contagiosa
avivó mis reprimidas ansias,
cerré los ojos y dejé que mis manos
hablaran
sobre el contorno de sus formas,
pero ella puso un dedo a la mitad de mi
boca
y
el chasquido sucumbió en el silencio,
en el vano intento
de acariciar sus labios con un beso.
Abrí los ojos y mis manos cayeron
por sus mejillas,
por sus costados,
apenas tocaron mis dedos las puntas de
sus yemas
y mis labios murmuraron su nombre
mientras siguieron en descenso mis manos
hasta apuntar el suelo.
Cerré mis ojos de nuevo,
apreté los puños
y suspiré profundo,
la escuché partir aprisa;
entonces me dejé llevar
como a una brizna se la lleva el viento,
no sé por cuánto tiempo.
Cuando los abrí estaba solo,
me toque los labios, estaban secos;
entrelacé mis manos, estaban yertas;
palpé mi pecho y ahí estaba,
hermosa como una roja flor,
incrustada en mi corazón,
hiriéndome con sus espinas.
Tomé una servilleta doblada
que dejó justo enfrente mío,
iba a secar el sudor frío
que perlada mi frente
cuando miré en el papel
la huella de un beso dibujado con sus
labios
y un texto que decía:
un beso entre amigos se da a cualquiera
pero un beso de amor debe ser
correspondido.
El beso entre tú y yo tiene que ser
especial,
debe nacer al mismo tiempo entre los dos.
Si me quieres como yo a ti,
antes debemos ser más que amigos.
Con una sonrisa plena
y el corazón henchido
doblé nuevamente el papel
y lo guardé como un tesoro bien habido.
Salí del lugar pensando en ella,
con las manos en los bolsillos,
pateando piedras imaginarias,
silbando un canción desconocida
y no recuerdo mayor felicidad
justo después de un gran dolor inmerecido.
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