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lunes, 21 de marzo de 2016

Naturaleza


Habla el lenguaje del tiempo,
evoca ayeres majestuosos,
abundancia de lluvia,
tierra fértil en campos
y manadas de bestias en infinitas praderas.

Habla de viejos  hombres adoradores de estrellas,
sabios del cosmos codificado en la piedra.

Hombres conocedores del tiempo justo de la cosecha,
el canto de las aves pregoneras de nuevos amaneceres.

Hombres que descifran el camino infinito de hormigas
despeñado  a las tinieblas,
el baile lógico de las  abejas,
la ruta del sol y dulce recompensa.

Hombres bajo la lluvia de estrellas,
caminan en torrente de agua
que pule guijarros
y desgaja laderas.

Ella los conoce,
tienen  bitácora de migraciones infinitas,
hablan  el lenguaje del perfume que brota de las flores,
del rocío que moja delicados pétalos en tranquilos amaneceres.


Son hombres de manos rudas,
tienen la certeza del machete a golpe de músculo y sudor
para limpiar la tierra.
Siembran sólo para la supervivencia
y la naturaleza lo sabe;
pródiga reverdece ante la poda
de aquellos ayeres de abundancia plena.

Ella bien lo sabe,
eran otros tiempos,
eran otras eras.
Colapso y devastación se vive ahora.
El hombre ya no se conforma con agotar la tierra,
también escarba y exprime el subsuelo
que llora sus últimas lágrimas negras.

El verde se ha vestido de gris y polvo,
la última criatura  que niega su extinción
muere de hambre y  balas perversas,
los pájaros sin nido olvidaron la ruta del invierno
y olor de fango se extiende hasta el manglar herido
por la bestia de metal y fuego.
                                                                                                                                                             
Ya los hombres primeros huyeron del escarnio,
los campos son desiertos de palabras,
mudos testigos del fin y del principio.

Viene  el nuevo hombre,
arrastra las sombras de la noche,
viene con su látigo,
parte los labios de hambrientos ayeres
que no germinaron esperanza,
aniquilados antes de nacer,
de soñar utopía,
de vivir lo que no debieron.

El hombre compra, depreda, aniquila,
la naturaleza pierde su encanto,
dignidad mancillada,
signos del caos y devastación  humana.

Un sauce centenario llora arraigado a la vida,
siembra verde nostalgia,
ante indiferentes  voces,
monólogos de egos;
lamentos suspendidos entre ramas rotas,
voz que apenas articula  guturales espasmos 
ante el nudo que aprieta, sojuzga y mata.

Ella lo sabe,
sabe su destino derretido en casquetes polares,
sabe su ocaso entre  grietas que se tragan la tierra,
el polvo de áridos desiertos,
ciudades ahogadas de lamentos,
congestión de plástico en el océano,
basura y muerte en todos lados.

Ella lo sabe,
no hay tiempo para revertir la historia,
sólo quedan tres minutos al borde del caos irracional.

Cuando no haya una sola esperanza,
entonces se preguntará el hombre
si valió la pena invertir su tiempo, 
su vida,
en la ruin necedad por llenar su alma
de tantas cosas vanas.
Ella bien lo sabe,
lo que llaman progreso sólo significa su extinción y muerte.




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