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domingo, 10 de noviembre de 2013

La flor marchita



Llueve un aire de melancolía
sobre los pétalos del recuerdo,
la flor escurre gotitas salobres;
se inclina sobre su breve talle
hasta que sus pétalos tocan la fría lápida.
Hay dentro del muro un escalofrío
que recorre las raíces del alma.
Suspira.
Fueron otros tiempos de dicha;
entonces la lluvia solía ser cómplice
de una soñada pasión llena de besos
y promesas benditas.
Aquella habitación encendía los cuerpos,
albergaba un hechizo que hacía bullir
la sangre hasta el delirio.
Sus manos contaban historias sublimes,
se empapaban de risa,
mojaban las sábanas con dulces caricias.
Todo era un juego de  ansiados placeres,
deseos correspondidos;
era entonces una bella promesa cumplida.
Llueve un aire de melancolía,
el ocaso pinta  claroscuros en la arrugada piel.
Con los pies cansados,
una  cóncava línea otrora arcoíris,
se quiebra con el peso
de un pretérito hecho epitafio.
Una hermosa flor  reposa en la lápida,
una flor marchita nunca lo olvida.
El frío viento le recuerda que el invierno llegó
con su manto de estrellitas caseras,
su arbolito multicolor
y sus noches festivas.
La última lluvia cayó
sobre la misma flor que un día
en sus manos puso como muestra de amor.
Tuvo ella un regalo tan bello,
pero el ingrato cielo se lo llevó.
Los pétalos vuelan con la brisa vespertina,
las hojas resecas se esconden
entre las grietas  de la cripta vecina.
Cae el sol sobre la espalda vencida,
el tiempo hizo su parte.
La muerte le arrebató su amor,
ella se volvió costumbre
hasta que el piadoso tiempo
también la llame.













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