Llueve un aire de melancolía
sobre los pétalos del
recuerdo,
la flor escurre gotitas
salobres;
se inclina sobre su breve
talle
hasta que sus pétalos tocan la fría
lápida.
Hay dentro del muro un
escalofrío
que recorre las raíces
del alma.
Suspira.
Fueron otros tiempos de
dicha;
entonces la lluvia solía ser
cómplice
de una soñada pasión llena
de besos
y promesas benditas.
Aquella habitación encendía
los cuerpos,
albergaba un hechizo que
hacía bullir
la sangre hasta el
delirio.
Sus manos contaban historias sublimes,
se empapaban de risa,
mojaban las sábanas con
dulces caricias.
Todo era un juego de ansiados placeres,
deseos correspondidos;
era entonces una bella
promesa cumplida.
Llueve un aire de
melancolía,
el ocaso pinta claroscuros en la arrugada piel.
Con los pies cansados,
una cóncava línea otrora arcoíris,
se quiebra con el peso
de un pretérito hecho
epitafio.
Una hermosa flor reposa en
la lápida,
una flor marchita nunca lo
olvida.
El frío viento le recuerda
que el invierno llegó
con su manto de estrellitas
caseras,
su arbolito multicolor
y sus noches festivas.
La última lluvia cayó
sobre la misma flor que un día
en sus manos puso como
muestra de amor.
Tuvo ella un regalo tan
bello,
pero el ingrato cielo se lo llevó.
Los pétalos vuelan con la
brisa vespertina,
las hojas resecas se
esconden
entre las grietas de la cripta vecina.
Cae el sol sobre la espalda
vencida,
el tiempo hizo su parte.
La muerte le arrebató su amor,
ella se volvió costumbre
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