Soy joven,
con algunos años vividos,
pocas
experiencias;
el mundo me
es desconocido.
Por eso,
cuando
encuentro a alguien que me gusta,
alguien a quien quiero,
siento que es
lo único que importa
y me aferro
a esta idea.
Paso el día pensando,
y en la noche sigo,
no puedo dormir,
la sueño una y
otra vez
y me
levanto con ella.
Casi
siempre
el único
lugar a donde puedo ir
sin ningún
temor,
sin prejuicio
alguno,
es dentro
de mí,
ese lugar me pertenece,
soy dueño absoluto.
Un mundo construido a mi gusto,
a mis
ideales,
donde lo
más importante
es
satisfacer mis necesidades
más
elementales.
Amar es lo
único que quiero,
eso es lo
mío.
Así, la
vida transcurre
en esa
incesante búsqueda del amor;
no importa
a quién ni cómo,
solo es una
imperiosa necesidad
de recibir
y dar
con toda la
fuerza que soy capaz,
un impulso
vital que mueve mi ser
y lo hace
girar siempre
en esa
dirección de lo desconocido.
Pero a veces,
cuando
alguien me traiciona
o me quita
las ganas de amar,
siento que no
tengo nada,
solo una
enorme necesidad
de llenar
ese vacío.
No importa
si me gusta o no,
es un
impulso incontrolable
de buscar
algo que he perdido.
No importa
si hay correspondencia,
no importa
si hay satisfacción mutua
o
compromiso.
Entiendo que el mundo interior
que he
construido
ahora se
parece mucho al que detesto
pero no lo
puedo evitar,
estoy
atrapado en un
círculo de erotismo
y frustración inexorable.
Me doy
cuenta que es
lo único
que tengo,
lo único
que es mío,
y me lo
llevo a cuestas
mientras la
juventud se extingue
como una extraña
flor
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