Yo sé bien que no soy así, te lo digo en serio. Cuando me conociste aquella noche, era lo que ahora dices que no soy y bastaron unos encuentros para que me transformaras en otro ser que no conozco pero que entiendes mejor que yo. Dices que brota de la noche cuando apagas la luz y enciendes mis sentidos con tu boca trémula de rezos. Un ente venido del cielo, un demonio caído del cual pendo como una marioneta cuando me arranca las venas y desgarra mi piel hasta sacármela por completo. Ya fuera de mí, te mira con mis propios ojos y no necesitas esconderte más en tus miedos. Él tiene el poder de desnudarte el alma, abrir tu pensamiento y penetrar la carne como espada de cruzado. Un ángel con las alas rotas y delirante corazón, que gusta clavar sus garras en la nívea piel y regocijarse en la agonía de una lucha sin tregua, cada que arrimas al fuego tus brazos de cera. Y yo, que no recuerdo cómo era antes de gemir espasmos; sufro una metamorfosis que aniquila mi razón. Soy mi otro yo pervertido en tu virginal instinto; intuición pura que se escurre en los deseos y pinta tu rostro de rubor y nácar cuando la acercas a mi carne viva.
Cada noche surge del delirio, acaba el sueño y todo se vuelve humo en el polvo del tiempo. Ya no duermo, sólo espero que llegues; virgen, hechicera, odalisca de la libido a coyuntar con mis fantasías extremas. Ahora somos en esencia la misma necesidad que asiste a la inmolación, el mismo instinto que se acaricia; el espasmo que sacude el mundo que nos rodea. Antes, era un devoto de tu cuerpo por fe, ahora espero que tu voz, santa inquisidora, condene a la hoguera mi débil resistencia y exorcice al demonio que nos flagela. Ése que nos hace llegar a la muerte súbita; que nos arranca la vida para regurgitarnos una y otra vez en un ciclo perdido en la memoria; aún tatuada con sangre en nuestra piel, aún tibia y húmeda desde el último encuentro. Después de todo, a tu lado, ya me gusta no ser yo.
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