No
importa cómo me llames,
aquí
estás como de costumbre,
esperándome.
Te has preparado deliberadamente para este encuentro
a
sabiendas que seré rudo contigo.
Estoy
seguro que deseas en secreto
mi arribo tan anunciado y lento.
En
tu refugio todo está dispuesto para una noche
de
abruptas sensaciones.
El
reloj se detiene
mientras acerco mis brazos
mientras acerco mis brazos
hasta tus bordes.
Vibran tus playas y esteros
cuando levanto tu falda de arena
con
oleadas de espuma y viento.
Mis
primeros suspiros hacen bailar
palmeras frenéticas y mi aliento deja escuchar
incesante
resoplo que poco a poco sube de intensidad.
Estoy
sobre de ti con el ímpetu de mi naturaleza,
impongo mi fuerza sobre tu delirante cuerpo,
rasgo
tus carnes, provoco tus miedos.
Son
tus montes débiles protestas
que
se desvanecen mientras avanzo dentro de ti
hasta
derribar la última resistencia.
Mi cuerpo gira en ventiscas
y
empapa tu rostro hasta arrancarte
espasmos
de dolor y pena.
Desnuda,
arrasada,
titiritas
entre torrenciales aguaceros,
mis
manos se desbordan, desgajo árboles,
doblego
la espesura de tu selva
hasta
hacerla alfombra de mis besos.
Y en
esta posesión frenética
sabemos
que los dos estamos condenados
a
vivir esta experiencia como ha sido siempre
desde
que existimos.
Cada
año con eventuales excepciones
esperas que llegue,
te
vistes con tus verdes galas,
desdoblas
nuevamente
tu falda blanca de arena
y me
esperas,
me
esperas con temor,
con
curiosidad,
casi
con morbo.
Yo
huracán,
tú Quintana Roo,
fuimos
hechos el uno para el otro.
Así fue escrito el pretérito
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