Fascinado en leer su última carta,
escudriñé cada palabra hasta agotar los sinónimos,
me dejé llevar por esa emoción
indescriptible
de saber que era ella la que abría su
corazón
para llenarme con las primicias de
su amor.
El tiempo me tomó una foto
leyendo una y otra vez aquel mensaje
plasmado con sus manos en un momento de su
vida,
mientras forjaba en experiencias su
destino.
No miré que con los días el papel se hizo
viejo,
los dobleces llegaron a ser
desgarradores surcos
en el amarillo color de
añeja espera.
Y aquellas palabras que me
causaron tanta alegría,
de pronto fueron agudas
espinas que traspasaron mi corazón.
No supe cuándo se fue de mi
vida,
no sé si de verdad me
amó;
me di cuenta que estaba
solo,
hasta que sacudí
de mis manos las cenizas de ese amor
que ardió y expiró en su
propio fuego
y pude al fin librarme de la
nostalgia;
del genuino deseo por
poseer
lo que nunca jamás realmente
existió.
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