Había una vez
un hombre que no sabía amar,
empezó por entregar su corazón
sin condición,
sin medida ni recelos;
nada guardaba para él.
Era transparente como el cristal
y empático como el espejo.
- “Todo o nada”- decía,
y siempre se quedaba
después de un tiempo
con fracasos
sinsabores y penas.
Era tan vulnerable,
tan desdichado,
que un día decidió cambiar.
Se volvió calculador,
arrogante y engreído.
Procuró que siempre quedara algo
reservado para él.
El amor ya sólo era un juego
para ganar y nunca más perder.
Se volvió adicto del placer
y las mujeres empezaron a hablar.
“Es un mal hombre”
“Es desgraciado”
“En él no debes confiar”.
Pero a la luz de la luna
esperan que llegue
a la cita puntual.
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