Fue en una de esas salidas por la
tarde en la “Costera” cuando el cielo se nos vino encima, cayó en
forma inesperada como torrencial aguacero obligándonos a detenernos
cerca de un área junto a esas bellísimas casas a orillas de la laguna. Una
gruesa cortina de agua envolvió el vehículo y nos impidió mirar más allá de los
cristales, la intensidad de la lluvia prácticamente borró nuestra visión del
mundo. Estábamos quietos, sin hablar,
mirando cómo el agua se estrellaba incesante en el parabrisas. Fuiste tú quien
rompió ese letargo de nuestras almas. Me preguntaste cuánto tardaría la lluvia
y te respondí que lo ignoraba, que estábamos ahí atrapados en ese lugar. Nadie
en estas condiciones podría transitar por las calles, menos por la “Costera”
cuyas pronunciadas y consecutivas curvas
tan características de esta zona junto a la laguna, permitirían un manejo
adecuado. Escuchaste atenta mis palabras y de pronto tu actitud preocupada
cambió radicalmente. Dejaste en el portavasos la bebida que disfrutabas y tus manos se deslizaron lentamente por tu
falda hasta tocar tus muslos de una manera provocativa. -Tengo frío, mira, estoy
temblando-. Metiste tus manos entre las
mías haciendo una ligera presión. Encogiste las piernas y te ladeaste para
acurrucarte entre mi pecho. La blusa que tenías puesta era de una tela suave,
ligera, que se pegaba a tu cuerpo como una segunda piel y de la cintura hacia
abajo una minifalda negra que dejaba apreciar tus largos y hermosos muslos. Me
abrazaste con delicadeza, el susurro de frases amorosas deslizándose sutiles por
mis oídos hicieron que mi piel se
erizara, los latidos de mi corazón
se aceleraron, mi respiración de pronto encontró la armonía de tu aliento y sin
decirnos nada nos dimos un beso suave, delicado, apenas presionando ligeramente
los labios, luego, seguimos el impulso que dictaba nuestras ansias y los besos
se volvieron más intensos y atrevidos, tu lengua buscó la mía para ejecutar una
improvisada y deliciosa coreografía.
Con los ojos cerrados, perdimos la noción
del tiempo, mordimos nuestros labios una y otra vez hasta causarnos un placentero
dolor y cuando los abrimos, nos dimos cuenta que estábamos el uno sobre el
otro, estrechados los cuerpos y nuestras manos derrochando caricias. El ruido
del aguacero se hizo más intenso, golpeaba con tal fuerza que acallaba los delirantes
suspiros que apenas nos dejaban respirar, ya no tenias blusa, no había impedimento
para deleitarme en la armonía de tu cuerpo. Busqué tus firmes pechos y sin
pensarlo, con premura abrevé su
delirante opulencia. Fundidos en un
apasionado abrazo, pronto el calor de nuestras ansias era deliciosamente
insoportable, arrancamos lo último del recato, nuestra piel húmeda de besos se
volvió escurridiza entre las ardientes caricias. Ansiosa, deslizaste por mi
espalda la yema de tus dedos; apasionado yo, apreté con fuerza tus duros
glúteos y te atraje a mí con inusitado atrevimiento. No pudimos contener
nuestro arrebato, buscamos con prisa acomodarnos en el asiento trasero, te
montaste sobre mí con tal destreza que quedé azorado. Aprisionado en tus
encantos, miré tu rostro en un perfil poco recurrido, ahí estabas mirándome con
una expresión dominante, con actitud retadora acallando mi tímida respuesta. Por
un momento me sentí vulnerable al filo de tu lengua, arrinconado a tus manos,
desposeído ante tus exigencias. Pronto sin embargo, mi sangre respondió al
llamado del instinto, tomé tu cintura y te atraje a mí hasta juntar tu pecho
con mi pecho, tus cabellos cubrieron mi
rostro, sentí la humedad resbalar como hilos eléctricos sobre mi piel,
fustigaste mi ímpetu enterrando tus uñas en mis costados, en mi pecho, y
partimos los dos en un viaje a galope instintivo sin brida ni freno, nos
alejamos del tiempo, nos fuimos al cielo y sólo tuvimos conciencia, lo confieso,
cuando convulsioné varias veces y tú
dejaste escapar los gemidos más estremecedores jamás escuchados por mis oídos.
Ahí estábamos solos tú y yo, el universo giró en derredor nuestro, fuimos el ojo
de la tormenta que arreciaba más y más, hasta saturarnos el alma, hasta privarnos de la conciencia.
Aún temblábamos de frío, todavía nuestros
corazones latían acelerados y respirábamos jadeantes cuando nuestras pupilas
volvieron a encontrarse. Nos quedamos quietos mirándonos fijamente, fue tal el diálogo entre ambos que no hubo
necesidad de palabras para expresar lo mucho que nos amamos.
Así estuvimos un par de minutos, finalmente llegó la calma en nuestros corazones, nos dimos cuenta que estábamos desnudos, en un vehículo detenido en algún lugar público. Lo único que cubría nuestra intimidad del mundo eran los cristales empañados. Nos reímos al mismo instante cuando a modo de juego, pasaste un dedo en el cristal y el surco marcado permitió ver el paisaje aun bañado por una ligera llovizna, imaginamos qué hubiera pasado si algún transeúnte curioso se acercara a ver que ocurría al interior del vehículo.Te acomodaste nuevamente en tu asiento y recogiste tus prendas para vestirte, yo hice lo mismo, ambos intentamos apresurarnos y cuando al fin terminamos, hablamos como si nada, pero había en nuestra expresión una sonrisa de pícara complicidad y en nuestros ojos la felicidad les daba un brillo especial. Habíamos hecho el amor en la calle, bajo la lluvia, en un auto, en un pueblito mágico a orillas de una laguna de hermosos tonos azules. Una anécdota más sumada a todas las travesuras hechas desde que nos conocimos. Encendí el carro y me enfilé sin rumbo fijo, justo cuando el primer auto pasó salpicando agua. No fue sino hasta el día siguiente cuando al limpiar el vehículo, debajo del asiento encontré tus pantis. Levanté la prenda y me dejé seducir por el primer impulso, la llevé a mi nariz, aspiré lenta y profundamente hasta impregnarme de ese olor tan característico de ti, ese aroma de tu cuerpo que me enloquece y me recuerda que debo llamarte inmediatamente para darte lo que es tuyo o quizás para seguir tu iniciativa de una nueva aventura justo en el límite de la ley y el excitante deseo de transgredirla.
Así estuvimos un par de minutos, finalmente llegó la calma en nuestros corazones, nos dimos cuenta que estábamos desnudos, en un vehículo detenido en algún lugar público. Lo único que cubría nuestra intimidad del mundo eran los cristales empañados. Nos reímos al mismo instante cuando a modo de juego, pasaste un dedo en el cristal y el surco marcado permitió ver el paisaje aun bañado por una ligera llovizna, imaginamos qué hubiera pasado si algún transeúnte curioso se acercara a ver que ocurría al interior del vehículo.Te acomodaste nuevamente en tu asiento y recogiste tus prendas para vestirte, yo hice lo mismo, ambos intentamos apresurarnos y cuando al fin terminamos, hablamos como si nada, pero había en nuestra expresión una sonrisa de pícara complicidad y en nuestros ojos la felicidad les daba un brillo especial. Habíamos hecho el amor en la calle, bajo la lluvia, en un auto, en un pueblito mágico a orillas de una laguna de hermosos tonos azules. Una anécdota más sumada a todas las travesuras hechas desde que nos conocimos. Encendí el carro y me enfilé sin rumbo fijo, justo cuando el primer auto pasó salpicando agua. No fue sino hasta el día siguiente cuando al limpiar el vehículo, debajo del asiento encontré tus pantis. Levanté la prenda y me dejé seducir por el primer impulso, la llevé a mi nariz, aspiré lenta y profundamente hasta impregnarme de ese olor tan característico de ti, ese aroma de tu cuerpo que me enloquece y me recuerda que debo llamarte inmediatamente para darte lo que es tuyo o quizás para seguir tu iniciativa de una nueva aventura justo en el límite de la ley y el excitante deseo de transgredirla.
que linda tarde :)
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