Cuando me conozcas,
no podrás prescindir de mi;
lo dije en tus sueños prematuros.
Simbiosis con el alma,
mortaja en la piel,
ya no hay nada qué guardar,
la caricia desnudó la frágil
resistencia
y el ocaso pintó de ardor el cielo azul
con un deseado sabor a
primera vez.
No creíste que andaría por
tu cuerpo
como una obsesión,
indomable y atrevida;
lo mismo tus caderas que tus
labios,
recorrerlos con celo y con premura.
Procuro miedo y fantasías,
provoco guturales espasmos,
palabras sin sentido,
estertores que comprendes
hasta que llega la muerte súbita.
Soy en tus curvas y
repliegues
el deseo que te brota
en torrentes de sudor y
erizada piel,
uñas que se encajan en la carne
cada vez que paso por tu
desnudez.
Soy el verbo que te hace
hablar
cuando callas,
la lengua que resbala en tus alburas,
el eco de tu voz que
arrastra
las cadenas del placer,
frenesí que mueve coyunturas
al compás de cada embate
de tu cuerpo junto al mío,
de tu deseo y mi deseo
atrapados en intuitivo juego.
No hace falta que te hable,
sabemos el lenguaje
que nos gusta.
Debiste creerme
cuando te dije un día
que no me invoques antes de
tener
la edad suficiente para
controlarme
y hacerme parte de tu
sensatez,
porque después sería en tu
vida
compulsivo instinto,
prematuro precipicio de
errores;
abismo de sueños prohibidos
y ansias sostenidas por caer
una y otra vez.
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