Parece cuento pero es verdad. Fuimos 11 hijos en esa familia
pobre, 11 hermanos amontonados junto con papá y mamá en una choza de palos y
paja. La milpa ese año apenas dio lo suficiente para no morir de hambre. No
había para comprar la semilla y el cielo resplandecía en un tono azul sin una
pequeñita nube. Durante varios años no había llovido, la tierra era una gran
hojarasca resquebrajada por el sol y el aire parecía el vahído asqueroso de una
fiera en celo. Mi mamá me ordenó hacer tortillas en el fogón con la masa que
había en un lec. La mojé con un poco de agua y sobre la pequeña mesita junto al
fuego empecé a hacer las tortillas. A lado del comal, una olla con un poco de
frijoles se enfriaba después de hervir en la lumbre. Una de mis hermanas asó
los tomates y los peló, luego les puso chile habanero y un poco de sal. Con un
mortero de piedra aplastó todo hasta convertirlo en una espesa pasta
que luego dejó reposar en el molcajete. El chiltomate quedó en su
punto, las tortillas calientitas y los frijoles aún humeando, no hubo para más.
Mi mamá sirvió en pequeños platos los frijoles para cada uno de mis hermanitos
y puso al centro el molcajete con el chiltomate y el lek' de las tortillas.
Todos a una voz de mi madre nos arrodillamos alrededor de la mesa y comimos
callados. Mientras comíamos, los miré con esa sensación de impotencia y rabia.
Una rabia contenida que creció hasta volverse un hueco en mi pecho, tan grande
como el de mi estómago vacío. Uno de los más pequeños pidió un poco
más de lo que ya no había. Mi madre se quitó la tortilla que aún tenía entre
sus manos y se la dio a mi hermanito que la tomó presuroso. El hambre solamente
se mitigó por unas horas, era un hambre de generaciones, de decenas de años, de
familias que como la mía a diario arrancan con desesperación pedazos
de esperanza a la tierra reseca y muerta. Yo también como mi hermanito, tenía
hambre, hambre infinita de otras cosas, de otros aires, de otra vida mejor. Por
eso no lo pensé mucho cuando en el pueblo llegó la noticia de que en un lugar
turístico relativamente lejano, el dinero se ganaba a manos llenas, bastaba con
contratarse en grupo y alquilar un autobús que nos llevaría directo a la gran
ciudad llena de trabajo para todos. Recién cumplí 18 años. Con una gran ilusión
y voluntad, con la autorización de mis padres, vendí parte del terreno que me
habían heredado en vida mis cansados viejos y los últimos animales de corral
que aún tenía, algunas gallinas, pavos y un puerco flaco y hambriento por los
que recibí algunas monedas. Apenas junté para dejarles algo de dinero y el
resto lo invertí en el pasaje y algunas galletas y tortillas que guardé entre
mis tradicionales ropas. Con lo que traía puesto y mucha ilusión me
aventuré en ese viaje que al principio cuajaba con mis expectativas.
Mientras viajábamos, el contratista hablaba
maravillas y aseguraba que nos dejaría en un lugar donde ya nos
esperaban para ofrecernos trabajo. Nunca imaginé a qué trabajo se refería, pero
con optimismo pensé que sabía cocinar muy bien. No en balde a diario en mi casa
hacía milagros para preparar la comida con lo poco que había pero
que a mis hermanitos les parecía un manjar a falta de nunca haber probado otra
cosa. También sabía picar frijol y chile, y cortar tercios de leña. Sabía
barrer, limpiar y arreglar la casa. Sabía muy bien sacar agua de un pozo con cubeta y cargarla en la cabeza. –Soy fuerte y tengo muchas ganas de trabajar–, decía. –Con lo que gane
ahorraré y mandaré dinero a la casa para que mi familia coma y mande a los
niños a la escuela–.
El camión llegó de madrugada, se detuvo en una enorme glorieta a
la entrada de la gran ciudad. Estaba adormilada, casi muerta de cansancio, con
los huesos molidos de tanto trajín del desvencijado bus. El chofer nos pidió bajar con todas nuestras pertenencias, que lo esperemos porque iba a cargar
combustible y se retiró. El señor que nos prometió trabajo también bajó e hizo
una llamada por celular, luego se dirigió a todos y nos dijo que un hombre
vendría a ofrecernos dinero sólo por llenar una encuesta o algo así. No había
terminado de hablar cuando éste se presentó junto con otras personas. Nos
ofreció mil pesos a cambio de que entregáramos nuestras identificaciones para
registrar nuestros nombres, nos dijo que era una ayuda mientras nos
acomodábamos en el trabajo. Nadie dijo nada, sacamos de nuestras
pertenencias la identificación y se la dimos a ese señor que
aseguró le sacaría una fotocopia y se retiró prometiendo volver
mientras otro de ellos nos entregaba un papel donde nos dijo que firmemos. Uno
de los señores que venía con nosotros murmuró que ahí decía mil pesos pero, sólo
estaban dando cien. Yo no sabía firmar, cuando me tocó mi turno no supe qué
hacer, el señor me miró molesto y me quitó el papel de las manos.
Una vez que terminó con todos, nos dijeron que regresarían como los otros y se
fueron. Estuvimos esperándolos toda la mañana, el hambre era tal que algunos de
nosotros sacamos lo que traíamos guardado para una emergencia, y esta era una emergencia. Invitamos a otros con un pedazo de tortilla y mascamos lento, como haciendo
tiempo para que no nos regresara el hambre tan rápido. En la tarde ya
desesperados, entendimos que nos habían abandonado, nos dejaron tirados a la
entrada de aquella desconocida ciudad y poco a poco en pequeños grupos nos
fuimos adentrando en aquellas calles llenas de carros que salían por todas
partes como si nunca se fueran a acabar. El grupo de hombres con quienes me
junté para caminar se detuvo en una tienda para preguntar sobre trabajo, no nos
contestaron y así fuimos preguntando hasta que alguien nos dijo que fuéramos en donde estaban construyendo hoteles. Llegamos casi al anochecer, tenía
al igual que los demás, los pies destrozados, hinchados y sucios. Un señor nos
dijo que si queríamos trabajar ahí había mucho trabajo y si éramos flojos
mejor nos retiráramos. La paga sería de 1500 a la semana. A mí me pareció una
fortuna comparado con los 150 pesos que ganábamos en ese mismo tiempo entre mi padre y
yo. Como nadie se movió ni dijo nada, nos indicó que durmiéramos en una de las
galeras para peones y así todos sucios nos fuimos y nos acomodamos en ese
lugar.
Sólo éramos 3 mujeres entre tantos hombres. Buscamos estar juntas
en un rincón de aquella enorme galera. El baño era compartido y todos ahí
hacían sus necesidades. Tuvimos que hacer cola y esperar nuestro turno y luego
las regaderas estaban descubiertas. Entre hombres eso no importa pero para
nosotras significó un gran esfuerzo y trabajo colocar láminas y pedazos de
madera a modo de mamparas para poder bañarnos mientras nos cuidábamos. Esa
noche mis compañeras y yo no dormimos pensando en qué momento aquellos hombres
nos violarían pero no sucedió, estaban muertos de cansancio y no tenían ganas
de nada, o quizás nos vieron tan chancludas y feas, enfundadas entre tanto
trapo viejo que no les despertamos el deseo. Eso quiero pensar, la cosa es que
así pasó esa noche y los demás días de la semana. El trabajo era de
albañilería, como no sabíamos nada de ese oficio, la hicimos de peones. Tuvimos que escarbar la tierra con picos y palas y traer piedras para
acomodar en las zanjas, batir mezcla de cemento, llenar las máquinas
revolvedoras, cortar fierros y otras cosas igual de pesadas. Cuando en la tarde
del sábado nos formaron para pagarnos, sólo nos dieron
500 pesos porque ya nos habían descontado lo de la galera y el pago de
algún seguro. Con esos 500 pesos tendría que comer y además mandar una parte a
mi familia. A los dos meses estaba harta de las condiciones que teníamos, nos
trataban como esclavos y yo trabajaba igual que los hombres, no había ninguna
consideración para nosotras las mujeres y aunque estaba acostumbrada al
trabajo rudo, mis manos tenían grandes ampollas en las palmas de mis manos. En
cada uno de las yemas de mis dedos había una gran llaga al rojo vivo bordeada
por una delgada orilla de cemento pegado a la carne. Tenía el pelo amarillo y
tieso, como hilos de soga, mi piel estaba curtida por el sol y blancuzca por la
cal que no se me quitaba ni tallándome con zumo de limón. Una de las
muchachas que vino con nosotros y se había retirado desde la segunda
semana, regresó una tarde a verme y decirme que me fuera con ella a
trabajar a un restaurante en la cuidad, que ahí le iba mejor. Me convenció y fue
así como dejé esa etapa de mi vida que se arraigó a mis recuerdos como una mala
hierba imposible de arrancar.
En el restaurante no me fue mejor. El dueño era una persona mandona, grosera y que nos daba un trato humillante.
De indias muertas de hambre no nos bajaba, y aunque ya había cambiado mis ropas
tradicionales por otras más a la moda, creo que no tenía gusto para vestirme o
quizás por temor a descubrirme, compraba ropas que me tapaban toda, no me
importaba si combinaban o no, de hecho no sabía que así debía de ser. En ese
trabajo me ofreció 1200 pesos a la semana, incluyendo los domingos y con un
horario que cubría de 8 de la mañana a 10 de la noche y a veces según los
clientes podía extenderse hasta las doce de la noche, ahí nos daba de comer las
sobras y no permitía que tomáramos un descanso porque arremetía con palabrotas
que me lastimaban y me hacían hervir de coraje pero me aguantaba porque no
podía hacer otra cosa. Una noche en que me quedé sola, estaba en la cocina
cuando el señor entró, y cerró la puerta. Se veía alcoholizado, me
miró y me dijo que me quitara la ropa, que quería verme sin ella. Yo me quedé
paralizada por el susto, entonces el señor se acercó, me abrazó y me dio un
beso en el cuello. Cuando sentí esto, grité con todas mis fuerzas pero el señor
no me soltó, con una mano tapó mi boca mientras me arrancaba la
blusa e intentaba seguir besándome. En el forcejeo, chocamos con el
lavabo, ahí habían utensilios de cocina, como pude, zafé una de mis
manos y busqué sin mirar entre aquellos objetos algo con qué defenderme, sentí
que topé con el mango de un cuchillo y no dudé, empujé con
fuerza la punta del mismo sobre su espalda para cortarlo en dos, el
señor me soltó inmediatamente e intentó llevarse las manos a la herida, yo aproveché
para correr hacia la puerta y salir hasta la calle, no dejé de correr hasta que
sentí me iba a desmayar. En la esquina de la calle me apoyé en un poste y vi
que enfrente había un parque, como pude, atravesé la calle y me senté en una
banca. El parque estaba casi vacío, sólo una pareja se veía en el
otro extremo y yo en ese instante sentí una sensación de desamparo, las
lágrimas se me salieron a torrentes y sin limpiármelas miré al cielo. Había una
luna hermosa, lo recuerdo bien, estaba grandota y redonda y pude verme reflejada
en ella como si fuera un espejo. Ese noche sentí la
angustia y soledad más extremas que había experimentado en toda mi vida.
Amanecí acurrucada en la banca de aquel parque. El ruido de la
gente y el sol me despertaron. Me acomodé la ropa lo mejor que pude y antes de
levantarme de la banca recorrí con la mirada en ambas direcciones. La gente
pasaba de largo sin mirarme, como si no existiera, y así, con ese pensamiento
me quedé todo el día y la tarde. No sabía qué hacer, no tenía nada y era nada en
medio de ese ir y venir de gente que se perdía en todas direcciones siguiendo
sus pasos. La sed y el hambre me hicieron volver a la realidad, ahí estaba como
una muñeca rota y sucia. Me levanté y caminé hacia una tienda, había algunas
personas comprando y no me importó que me oyeran cuando le dije al señor del
mostrador que si me regalaba un vaso de agua. Creo que estaba tan mal, que el
señor se me quedó viendo y luego se apresuró a darme una botella de agua que
sacó del congelador. Me la tomé de una sola vez ahí mismo y salí
con prisa y la mirada al suelo. Caminé y caminé hasta que la noche me alcanzó
en una esquina oscura. Había un negocio de belleza, empujé la puerta y entré.
Las mujeres que estaban ahí me miraron de arriba abajo, como si fuera un
gusano. Pude ver sus gestos de desagrado pero ya no me dolió. Tenía una
sensación distinta, como si ya no tuviera corazón. Una chica que trabajaba ahí,
se me acercó y me preguntó si quería algún servicio. Yo la miré intensamente a
los ojos como haciéndole sentir lo que estaba pasando. Le dije –tengo hambre,
no he comido en todo el día–. Era casi de mi misma edad, quizás un poco mayor.
Por un momento se quedó quieta mirándome de arriba abajo sin hablar, luego fue
hasta donde estaba su bolsa y me dio 20 pesos, me dijo que eso era lo único que
podía darme y que si quería comer caminara un poco más . La miré sin expresar
ninguna emoción, y ella también se me quedó viendo mientras me
encaminaba a la puerta. Fui a donde me dijo y compré una torta que
ahí mismo comí. Aún estaba parada en esa esquina cuando la muchacha me alcanzó,
había salido del trabajo y yo seguía ahí sola con las manos apretadas. Me
reconoció y preguntó si me pasaba algo. Moví la cabeza en señal de
aprobación y sentí que se compadeció de mí. Me preguntó si tenía casa, le dije
que no, entonces ella me dijo que podía quedarme esa noche en su cuarto. Accedí
y caminamos mientras me recomendaba que no era bueno estar sola en la noche por
esos lugares. No le conté nada de lo que me había pasado pero la muchacha
parecía adivinar en mi semblante y mis actitudes que estaba terriblemente
necesitada. Cuando llegamos pedí el baño. la única ropa que tenía la llevaba
puesta, me la quité y la lavé. Ella me ofreció algunas prendas de su guardarropa,
las tomé, no había otra opción. Esa noche por fin pude estar tranquila, le
platiqué un poco de mi vida, ella me escuchó atentamente pero no
dijo nada.
Al día siguiente me levanté muy temprano, quería salir para buscar
trabajo, quería despedirme, pero ella me dijo que podía quedarme unos días
hasta que lograra algún buen empleo. Por la noche le conté que nadie quería
emplearme sin papeles, mi única identificación se la había llevado aquel hombre
que nos dio 100 pesos. Mientras platicábamos ella me observaba detenidamente,
luego me dijo que era guapa, pero que mi ropa no me dejaba lucir mi figura,
prometió enseñarme a maquillar y vestirme adecuadamente. Tenía algunos años más
que yo, pero era de la misma talla . Prometió prestarme ropa mientras conseguía
trabajo.
No pasó mucho tiempo cuando cerca de ahí, en una panadería me
dieron trabajo de limpieza. Tenía que barrer, trapear y sacudir todo el lugar,
limpiar los vidrios y un pequeño baño. Lo bueno es que la señora del local me
trataba bien, aunque mi pago era muy bajo, pero me daba para comer y pude
ayudar a mi amiga con algo para la renta del primer mes. Pude comprarme un
celular de los más baratos y mi amiga me ayudó a encontrar el teléfono de la
ranchería donde vivía. Intenté comunicarme varias veces, dejé recado
para que pudieran hablarme cuando pudieran. Estuve algún tiempo
así, hasta que recibí un mensaje de mi familia por
celular, me dijeron que mi papá estaba mal, tenía una enfermedad terminal que
desarrolló sin saberlo y necesitaban dinero urgentemente. El mundo se me
vino encima, lloré todo ese día y el día siguiente. Mi impotencia sobrepasaba
mi fortaleza y desesperada le conté mi situación a mi amiga. Le dije que haría
cualquier cosa con tal de tener dinero y enviárselo a mi familia o
viajar para llevárselo y ver a mi padre por última vez. Ella me dijo que sabía
de un lugar donde se ganaba buen dinero, se lo escuchó decir a una de sus
clientes. La cosa era saber bailar y platicar con la gente. Desesperada le dije
que aceptaría ese trabajo con tal de ganar lo suficiente para lograr mi
propósito.
Cuando llegué al lugar que me recomendaron, el responsable de los
contratos me atendió. Era un tipo desagradable y prepotente. Me dijo que este
trabajo lo hacía gente bonita, de amplio criterio, con ganas de ganar mucho
dinero y lo demás valía madres. Me pidió que me desnudara para ver mi cuerpo y
yo accedí, iba dispuesta a todo. Cuando lo hice, me dijo que caminara ida y
vuelta, que me moviera un poco al ritmo de una música que sonaba en ese
instante. Yo puse mi mente en blanco y me dejé llevar por ese sonido que
entraba en mis oídos y luego sentí que por todo mi cuerpo. Quise hacer lo mejor
que puede, algo que jamás había hecho. Cuando regresé en mí, sentí cómo la
sangre me golpeó la cara, mi corazón latía presuroso y mis piernas temblaban.
Me puse la ropa y esperé que el señor me dijera algo. Él estaba sentado,
jugando un llavero y me miraba atento. No está mal, a las dos de la tarde
empiezas. Luego me preguntó si alguna vez lo había hecho y yo le dije que
nunca. Fue como una pregunta clave que en ese momento no entendí. Antes de
salir me dijo que la primera semana sólo trabajaría de mesera y para la
siguiente empezaría de bailarina, que practicara mucho para ese día.
Esa semana gané mucho, estaba feliz, realmente eso era lo que me
importaba. Me acostumbré a mirar cosas que no me imaginaba, vi cómo los hombres
se portaban con las mujeres y ellas cómo le hacían para sacarles dinero. Todo
el pudor y mis principios los guardé muy bien dentro de mí. Puse un
candado a mi entereza porque ahí no cabía la moral mi buenas
costumbres. –Total, es un trabajo y aquí se queda todo lo que se hace–, me
dije. Durante esa semana vi y practiqué el baile de tubo. Unas bailarinas se
ofrecieron a ayudarme cuando les dije si podían enseñarme, nunca les dije que
sería bailarina, sólo que me enseñaran y lo hicieron. Comparada con ellas era
insignificante. Yo pequeñita y ellas enormes y operadas. Tengo buen
cuerpo pero menudita. El trabajo físico en mi pueblo me había hecho
fuerte. Vi que podía levantar mi peso con mis manos aferradas al tubo y pude
hacer acrobacias en el aire. Mis brazos y piernas fuertes me lo permitían.
La noche en que hice mi primer baile estaba nerviosa, sabía lo que iba a hacer, y me concentré para no ponerme a llorar de
vergüenza. Cuando dijeron mi nombre respiré profundo y subí al entarimado, el
DJ puso la música y yo dejé de pensar. Todo pasó entre una sensación de sueño,
de sopor y semi inconsciencia. Baile piezas rítmicas, cadenciosas con las cuales
giré por la pista. Mis ropas eran minúsculas y dejaban poco a la imaginación.
Luego, cuando empezó una música suave y acompasada, empecé a desvestirme
lentamente, prenda por prenda y me subía al tubo como había practicado. Llegué
hasta lo más alto y con las piernas apretadas al tubo me dejé caer de espaldas
con las manos abiertas, estuve así inmóvil unos segundos y luego me quité la prenda del pecho y fui bajando lentamente hasta la mitad, a una altura
suficiente para hacer otra figura. Giré y me resbalé hasta tocar el piso con
mis pies. Ahí fue donde me quité la última prenda y me desplacé para todos los
ángulos de la pista mientras la música terminaba. Pude ver cómo todos los
hombres y mujeres me miraban con deseo. Escuché algunos aplausos y
bajé casi corriendo del entarimado. Después de esa noche ya todo fue más fácil,
te confieso que hasta ese momento no había tomado licor, porque acordé con el
personal de la barra y el mesero que sólo aceptaría agua pintada.
Esa noche toleré que los clientes me manosearan, que
acariciaran mis piernas y mis pechos y pasaran sus manos por mi
entrepierna. Me di cuenta que mientras más los dejaba, más se enardecían conmigo y me ofrecían dinero. Antes de cerrar el responsable del bar me
dijo que me quedara porque quería hablar conmigo para festejar mi debut. Yo
estaba tan eufórica que acepté. Cuando todo acabó, pasé a cobrar y mis manos se
llenaron de billetes, era tanto dinero junto, nunca en mi vida había visto
semejante cantidad. Hice un rollo con ellos y los metí en mi bolso justo cuando
el responsable del lugar me invitó a pasar a la oficina, atrás del local,
entramos varias personas entre bailarinas y personal. Ahí me felicitó y
empezaron a tomar, yo les dije que no tomaba pero insistió y me dijo que era
una noche especial, y además que me fuera acostumbrando porque era parte del
trabajo. Acepté una copa y brindamos, era todo risas y fiesta. Pasó el
tiempo y de una copa fue otra y luego otra hasta que algo pasó en mí, fue como
si se desconectara la luz eléctrica y caí en un abismo oscuro y profundo donde
todo giró en derredor hasta perder la conciencia. Apenas tengo vagos
recuerdos de cuando alguien me acostó en la cama, sentí cómo me quitaban la
ropa pero no podía moverme, ni despertar ni gritar, ni nada. Luego sentí cómo
mi cuerpo fue usado una y otra vez como si estuvieran probándose un guante. Pasé
de mano en mano hasta que la sensación se hizo insoportablemente dolorosa.
Grité con todas mis fuerzas pero nadie me escuchó y perdí otra vez la
conciencia. Desperté en una habitación desconocida, estaba toda llena de
moretones, con un dolor de cabeza insoportable y cuando quise pararme me caí al
suelo. Estaba desnuda y sola. No me acordé de nada en ese momento sólo pensaba
en dónde estoy y que se me hacía tarde. Fui al baño y me paré bajo la regadera,
el agua fría cayó sobre de mí como un bálsamo. Tardé en acomodar mis
pensamientos y mientras entraba a la realidad me di cuenta de que había sido
violada. Quise llorar, pero mis mandíbulas estaban trabadas, el llanto se
mezcló con el agua y se perdió en la coladera. En el cuarto habían dejado mi
ropa y mi bolso, busqué mi dinero pero no estaba. Me vestí y salí del cuarto,
era una estancia en el mismo local, era ya tarde. Había pasado casi dos días
durmiendo. En el bar ya estaba todo como cualquier día, pregunté por el
encargado pero no estaba, alguien me dijo que me prepara porque me tocaba mi
turno. Todos actuaban como si no supieran nada. Estaba furiosa, dolida, llena
de rabia, pero una depresión ahogó mis palabras. Esperé hasta que el
responsable llegó y cuando quise reclamarle cínicamente me dijo que me callara
y que si decía algo pagaría las consecuencias. Lo vi tan decidido a golpearme
enfrente de todos que mejor bajé la cara y me fui al camerino.
Esa noche me tragué mi coraje y mi impotencia. Me puse una
máscara de indiferencia, acepté las reglas y me fijé en mi objetivo: ganar
dinero a manos llenas, no me importaba cómo fuera.
En todo este tiempo que he
trabajado, me he topado con todo tipo de hombres, la mayoría son desgraciados
que vienen a comprar carne como si fuera un supermercado. Otros vienen a hablar
de sus ganancias y sus logros a costa del dolor ajeno. Unos más sólo
hablan de mentiras y vanaglorias, de mundos de fantasía que sueñan
pero que nada hacen por construir. Yo los escucho y les hago creer que estoy
atenta y fascinada con ellos. Es como un juego donde simulamos ser lo que no
somos. También hay algunos como tú, muy pocos por cierto, que preguntan quién
eres, que piden les cuente mi vida y dejan que hable, escuchan
atentos y te hacen sentir una persona en medio de este mundo de objetos que a
diario se subastan. Pero debo decirte que tengo miedo, hace unos días un
cliente se ha obsesionado conmigo, me ha llevado varias veces al reservado y
ahora insiste que le haga una salida pero se nota que es mala persona. He visto
cuando inhala cosas malas y se pone como loco cuando estamos en el privado. Yo
trabajo por necesidad, acepto cosas que hace poco dije que ni loca haría, pero
ya ves, aquí estoy atrapada en este mundo que todos allá afuera desprecian. Me hubiera gustado estudiar, tener un trabajo digno; llegar al altar bien
casada, tener un marido que me ame y acompañe en la vida, tener
hijos y un hogar. No reniego de mis padres ni de mi hogar y mi pueblo, pero a
veces me pregunto por qué no nací en otras condiciones. Miro a las muchachas de
mi edad que van a la universidad, las miro arregladitas comprando chácharas,
divirtiéndose con los amigos, ir al cine, a la playa. ¿Por qué yo no pude tener
todo eso? Me doy cuenta que eso ya no se puede, fue sólo un sueño de juventud,
ahora esta es mi realidad. Soy una mujer fácil, de la vida
galante, aunque disfrazada de teibolera. Aunque no me creas, aquí
la vida no es fácil, las mismas compañeras de trabajo te desprecian por tus
raíces, te llaman india, indígena, chaparra muerta de hambre. Sobre todo las
extranjeras, las que vienen por contrato y están operadas. Una noche la güera
llegó y aventó mis cosas al suelo y puso las de ella en el lugar que yo ocupaba
en el camerino. Cuando le reclamé me insultó y me dijo que ella era la estrella
y si no me gustó que se lo dijera para partírmela a madrazos y quitarme lo habladora.
Ya no aguanto más, Sólo espero un tiempo y me voy, quizás esta semana y una
más, espero vengas otro día para despedirnos y te digo dónde iré. Ya he
ahorrado lo suficiente para viajar a mi pueblo y llevar dinero a mis papás. Te
cuento esto para que sepas que así empecé a
hacer lo que ves. Entré a este lugar llevada por la necesidad. Todos
dicen que somos unas putas fáciles, que nos gusta la buena vida y no queremos
trabajar. Quienes hablan así nada conocen de las necesidades de la
gente humilde, la gente que vive en las rancherías, en los caseríos y pueblitos
refundidos en el monte y en esas tierras polvorientas y miserables. En
esos lugares donde todo es igual desde que se crearon. Las mismas chozas, las
mismas calles, los mismos charcos que cada año se hacen más grandes o las
mismas grietas en la tierra. La gente sigue con las mismas costumbres, con su
misma ignorancia y creyendo ingenuamente las promesas de siempre. Están
conformes con una despensa, con un kilo de frijoles. Todas las veces que llegan
a ofrecer mejoras la gente aplaude, hay comida y refrescos esa tarde, pero sólo
esa tarde. Cuando el circo se va con su campaña a otra parte, queda solamente
la basura amontonada en la calle y en los postes de alumbrado, pósters meciéndose con imágenes de gente que no conocemos, personas que ignoramos cómo se llaman y a qué se dedican. Nos
quedamos solos, como siempre, a partirnos el lomo por unos pocos pesos y a
morirnos de hambre; pero eso no les importa a quienes vienen cada que hay
elecciones.
Lamento mucho no haber ido cuando me enviaste el mensaje. No tomé
en serio cuando me dijiste que querías verme antes de irte, que sólo harías una
salida con el tipo que tanto te había insistido y que esta ocasión te ofreció
mucho dinero.
No he querido leer el periódico, dicen que saliste en la nota roja, que tu cuerpo y tu cara prácticamente no existen. Comentan que en la foto
estás repartida en tres bolsas negras, el forense asegura que ya
estabas muerta antes de ser quemada porque quedaron algunos pedazos intactos de
pulmón, carne y piel, lo demás es puro carbón y ceniza. La nota que puso el
maldito donde te dice “puta”, tiene tu seudónimo, pero sé que eres
tú porque es el mismo que me dijiste junto con tu nombre verdadero.
Sé que ambos nombres te pertenecen, aunque no sé tus apellidos. El demente que
te hizo esto ya declaró, pero qué importan sus motivos.
lo más seguro es que la autoridad no quiera invertir un peso
contigo, quedarás en el olvido, la fosa común será tu nuevo hogar y cientos de
hermanos y hermanas de la desgracia estarán a tu lado para compartir sus
historias, hasta que yo te alcance y terminemos aquella plática que una vez
iniciamos y dejamos para después.
Quisiera ayudar y hacerle saber a tu familia que hasta el último
instante estuviste con ellos, pero no dejaste ninguna dirección.
Escribo esto como un desahogo a mi impotencia por no poder ayudarte, como un homenaje a
tu memoria porque siendo tan pequeña y desvalida luchaste con todo por tu
ideal, por tu familia, pero estabas sola y al final, caíste como caen todas,
como se cae la sociedad, como se desmorona la patria. Como tú, también
tengo un coraje desde que tengo conciencia, una sensación de infinita rabia
contra la impunidad, la delincuencia y el robo descarado de esta sociedad que
explota y abusa del más necesitado desde hace muchas generaciones. Hay un
reclamo desesperado a los que tienen la obligación de dar mejores condiciones
de vida a sus ciudadanos. Qué lejos están de esta realidad, qué poco les
importa la miseria mientras de eso vivan, total, ellos ya llegaron al poder, ya
son los nuevos ricos, ayudarán a sus familias, parientes y amigos cercanos; los
harán diputados, senadores, qué sé yo, de otros cargos y puestos. Todo a
cuenta del que alguna vez votó por ellos con la promesa de un mejor mañana, de ese
mañana que nunca llegará mientras se mantengan los mismos mentirosos y las
mismas mentiras; mientras la ignorancia y la pobreza sigan representando
un gran botín para los privilegiados.
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