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martes, 22 de marzo de 2011

Por qué te quiero

Me has hecho una pregunta espontánea, sin previo aviso, y  mis palabras levantan el vuelo sorprendidas. Hay un silencio entre los dos, tú esperando una respuesta, yo, atrapado entre un enjambre de ideas y recuerdos que revolotean en mi mente. ¿Por qué te quiero tanto? …Porque un día entraste a mi vida  sin pedir permiso y para siempre. Eras una esplendorosa beldad que arrobó mi vista con el dulce encanto de tu juventud primera, una muñequita de porcelana, como las que había en el aparador de aquella tienda comercial justo al final de la  Av. héroes. Tus ojos chinitos color  de miel tenían mucha semejanza con esas hermosas figurillas orientales que desde sus nichos de cristal parecían mirar tímidas y curiosas a los transeúntes. Me gustó la forma de tu rostro, su expresión fresca y lozana, sin ningún tipo de maquillaje, no lo necesitabas. Tu cutis aterciopelado era como la piel de un durazno que invitaba a morder mi fantasía. Cómo me cautivó tu pequeña boca de labios delgados, húmedos y delicados, casi pétalos de rosa a punto de romper. Tu blondo pelo se mecía al compás de la brisa nocturna y resplandecía con la tenue luz de un farol cercano. Todo lo que pude captar de ti en ese instante, fue una fotografía instantánea que se grabó en mi mente como un tributo  para atestiguar lo inmenso y espontáneo que fue mi amor por ti. Me sorprendiste con esa  ingenuidad que transmitías en toda tu persona, eras una chiquilla tímida que se mordía los labios de pena, que bajabas la vista sin poder sostenerla y tus manos se entrelazaban sudorosas e inquietas el día que por primera vez nos encontramos en aquella  fiesta hace muchísimo tiempo cuando tu hermana te llevó de acompañante, ¿Te acuerdas? Fue un amor a primera vista. Entonces me prendí de ti por lo que vi, por lo físico; aun no habíamos hablado pero la química hizo su trabajo. Joven, con unos pocos años más que tú, apenas pasando la adolescencia, fue inevitable que cuando nos presentaron, los nervios se comieran mis uñas, no tenía experiencia en el amor, nunca lo había experimentado de esta manera y ante ti mi valentía se volvió un gato loco que arañó  mis entrañas y mis piernas se volvieron  de papel. Yo también era tímido y quizás eso hizo que me identificara contigo. Hubo una total  fascinación, mucho de pureza y encanto en ese encuentro en que te entregué mi corazón sólo porque sí, sin que me lo pidieras.  Así empecé a amarte, como cualquier amor de juventud, lleno de ideales y metas, así empezaste a amarme tú, y nada hubo que pudiera separarnos en nuestras mentes desde aquel instante. Y aunque digas que no era miedo, sé que lo sentías; porque no me huías sino al contrario, te quedabas quietecita y apenas movías los ojos de un lado a otro mientras agachabas la cabeza y esperabas que estuviera ante ti para tomarte de las manos y hablar  entre dientes de tanto nervio.
Nos veíamos a escondidas de tu madre; le tenías tanto o más miedo que a mí y eso me causaba gracia porque el temor te paralizaba y temblabas como si hubiera un frío invernal justo en verano, aunque no niego que en ocasiones me contagiaste de esa extraña emoción de imaginarnos haciendo algo malo, sin embargo, bien  sabes que eran brevísimos instantes que teníamos para intercambiar unas palabras y guardar silencio mientras te acompañaba hasta la esquina de aquella calle donde vivías, ahí te despedía y tú corrías sin detenerte hasta entrar en tu casa; entonces mi corazón  latía con fuerza y en mis labios florecía una sonrisa de felicidad por saber que tenía todo tu amor. Luego, con el paso del tiempo entraste a estudiar en la misma institución donde yo cursaba el último año de la carrera. Ahí fue poco lo que pudimos tratarnos. Cumplía con el servicio social y mi estancia en la escuela era apenas de algunas semanas y luego meses de ausencia en una comunidad lejos de ti. Fueron tan contados nuestros encuentros, nuestras citas, que recuerdo claramente aquella última vez  que estuvimos sentados una noche en el parque principal, lejos de miradas indiscretas. Como siempre, iniciamos un cortejo apenas con dos o tres palabras  que nos llevaron  al primer beso como novios, un breve beso que  marcó una huella  profunda e inolvidable  en nuestros corazones. De hecho, fue tu primer beso, y yo también en mis primeras experiencias, pero fue lindo sentir cómo la vergüenza de no saber  besar, dio paso al placer exquisito de rosar mis labios con los tuyos y terminar aquella noche caminado juntos con mi brazo en derredor tuyo.
Cuando terminé mi carrera todo fue apresurado, los compromisos administrativos, trámites y gestiones  acabaron por distanciarnos. Me tocó un lugar relativamente lejano y partí sin despedirnos y nos perdimos los dos en el vaivén de la vida.
Muchos años después te encontré nuevamente en otras circunstancias, y descubrimos que seguíamos los dos viviendo en ese amor que se encendió  apenas nos miramos. Entonces más maduros, más hechos, reiniciamos  nuestra relación como dos amantes apasionados. Desde ese entonces comprendí que tu amor no era solamente un pasatiempo de juventud, sino un amor genuino y puro que había trascendido los embates del tiempo. Por eso te quiero tanto; porque sentí que me amabas sin condiciones, sin pedir nada a cambio.
Muchas cosas han cambiado en nuestras vidas. El paso de los años  se refleja en nuestras figuras, ya no somos como antes. Aún conservas un bonito cuerpo, no tan esplendoroso como cuando te conocí, pero me  gustas así como estás ahora y que te sientas  toda una estrella, una mujer bella y sensual cuando jugamos en la intimidad, lejos de miradas indiscretas. Te gusta seducirme parada frente al espejo con la toalla enredada al cuerpo y tus manos hundidas en el pelo. Te quiero por atrevida, porque me coqueteas abiertamente, sin miedo, sin temores ni inhibiciones. No importa que tu piel tenga algo de flacidez y vibre al ritmo de tus pasos. Me enternece contemplarte en tus años maduros, con algunos kilos de más en tu abdomen y en tus caderas porque te hacen más mujer; la maternidad dejó su imborrable huella. Te miro fuerte, sana, tremendamente excitante;  poco importa el tiempo detenido en tus caderas, sus marcas formando caminos sobre tu lozana piel; a veces quiero decirte que no es necesario que gastes tanto en cremas, lociones y tratamientos para disimular  unas cuántas várices, y celulitis que empiezan a aparecer, pero sé que es parte de tu persona cuidarte y arreglarte para verte siempre bonita y elegante.  Te amo cada día más por lo que significas en mi vida; ya no por tus atributos físicos. Hemos pasado esa edad donde lo sensual estaba por encima de otras cualidades que ahora te magnifican y engrandecen más allá de cualquier  duda sobre mi amor por ti. Te quiero por todos tus días dedicados a cuidar nuestra relación, te quiero por todos tus detalles, grandes y pequeñitos; por esos momentos de alegrías y tristezas que hemos compartido, por todas las emociones y sentimientos que entretejen nuestras vidas al grado de ya no ser posible identificar en donde empiezas tú ni donde termino yo en esa dimensión divina llamada amor. Te quiero porque siempre encuentras la manera de seducirme, de llevarme a la cama y admiro todo lo que haces para disfrutar de encuentros emocionantes. Te quiero cuando miro cómo te entregas a tus tareas maternales, la dedicación que has puesto para hacer de nuestros bebés jóvenes educados y felices. Te quiero también por tus desplantes, tu inteligencia y algarabía. Tus fantasías a veces nos han llevado a situaciones riesgosas pero excitantes. Me encanta recordarlas y reír con ellas. Te quiero tanto porque contigo puedo comer en un restaurante de lujo y llevarte orgulloso del brazo, sé que luces majestuosa y sabes comportarte; pero también me siento contento de poder sentarme en la banqueta de la calle a disfrutar un hot dog con cebolla y mucho picante y tú feliz  a mi lado con los ojos llorosos, sacando la lengua y moviendo las manos compartiendo ese instante. Y si tomamos una coca cola ya estamos planeando salir por las tardes a correr, y corremos hasta que nos cansamos o nos llega la noche. Me encanta tomarte de la mano y caminar por las calles, por los comercios o en cualquier parte,  disfrutar las puestas de sol sentados en algún parque hablando de construir castillos y viajar a muchos lugares. Cómo me haces reír con tus anécdotas, tus recuerdos y ocurrencias. Te quiero tanto porque equilibras mi vida. Te quiero porque nuestro amor nos complementa, nos hace imprescindibles y no podemos vivir separados. Eres mi otro yo, y soy tu otro yo. Somos  un mismo cuerpo y espíritu; somos un solo sentimiento, un solo corazón.
Cuántas tardes de los viernes hemos disfrutado juntos, dando vueltas y vueltas por el boulevard con una bebida refrescante, una jamaica o quizás un helado de chocolate. Me encanta tu buena disposición e iniciativa para preparar algún aperitivo, eres experta para contentarme. Y en las noches después del trabajo, no te importa si ronco o no, si duermo de costado, o con la cabeza de lado del ventilador, si pongo el aire acondicionado y duermo desnudo mientras tú tapadita aún titiritas de frío. Siempre estás a mi lado, abrazada a mi espalda cuando no soy el que está prendido a tu cuerpo.
Te quiero, tanto, porque nunca me has dejado sufrir en alguna dolencia, eres mi enfermera de cabecera, presta, solícita e incansable; me mimas como un chiquillo para que pronto me restablezca  y pueda seguirte los pasos. Te quiero tanto mi amor, te lo he dicho miles de veces, como te gusta, aunque a veces me taches de parco, de ensimismado y ausente.
Te quiero tanto porque amas tu hogar, siempre estás haciendo algo bueno: Planchando la ropa, limpiando ventanas, arreglando el cuarto, decorando paredes, poniendo un detalle, aquí, mañana otro allá. Cuando te veo como una hormiguita llevando y trayendo, se me hincha el pecho de contento y te quiero, te quiero tanto. Cómo me encanta ese instante en que me acerco discreto a tu espalda, te atrapo entre mis brazos y tú te quedas quieta, volteas y me miras sonriendo y los dos nos regalamos un beso. Los sábados y domingos me gusta prepararte el desayuno. Cuando está todo listo te llamo para comer juntos. Miro tu rostro sin maquillaje, la pijama mal colgada de tu hombro, tu pelo revuelto,  hecho un desastre y  pienso que eres hermosa, la mujer más hermosa  que haya conocido. Te miro largamente hasta que mimosa me preguntas cualquier cosa para distraerme.
Te quiero porque me haces sentir el hombre perfecto aunque el tiempo no deja lugar para mentir, ya no soy el mismo de antes, y como tú, acuso de una metamorfosis impostergable con el devenir de los días. El amor que un día entró por los ojos hoy es ciego y no se fija en detalles superfluos y me encanta que seamos así, una pareja que vive, que ama y busca estar unida. Ya son muchos años de vivir juntos este hermoso sueño y sé que llegarán muchos más.  ¿Qué puedo agregar para contestar tu pregunta? ¿Por qué te quiero tanto, por qué?… Tal vez tú debas saber de memoria la respuesta  y sólo quieres confirmarla en tanto yo, con tantas veces pensando la misma respuesta, revivo los momentos más hermosos que he compartido contigo. Tú eres la mujer de mi vida, y por eso, me encanta que me preguntes a diario por qué te quiero tanto.





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