En medio de la desolación,
no hay un punto de inicio
ni un punto final,
el horizonte es cuna de la inmensidad
e incertidumbre de no saber
si es cielo o si es mar.
Si cielo,
tiene el divino poder de la sonrisa,
el recuerdo repentino
que hace feliz al corazón,
las anécdotas jocosas,
las alegres vivencias
que dejaron huella imborrable
en lo más profundo del ser.
Si cielo,
el perfume del amor
cubriendo de dicha esos momentos
de inigualable felicidad
junto a la persona amada,
ese espacio de ausencia del mundo
en donde lo único que importa
es la mutua compañía,
disfrutar las palabras,
los silencios;
el dulce abandono del yo al otro,
la entrega total del sentimiento
sin nada qué guardar,
la confianza del amante sincero
que todo lo da sin pedir nada a cambio.
Esa reciprocidad del ir y venir
de besos y caricias,
de miradas y suspiros,
de promesas y detalles
que se da con todo el amor
que se es capaz.
Si cielo,
el perfume de los cuerpos
entrelazados haciendo el amor,
el océano en ascensión que pronto
nubla los sentidos y explota en lluvia
de atrevido deseo,
que moja la piel y hace brotar
espasmos desde lo más íntimo
de la sensibilidad corporal.
Si mar,
agua transparente donde
no hay lugar para dudar
y sin embargo,
filtra la luz hasta el límite abisal.
Es esa frontera donde habita una pena
que hace llorar.
Un profundo azul
cargado de sueños rotos,
que bebe del mar
y luego arroja torrencial lluvia
para unos ojos empañados,
cansados de tanto mirar.
Agua salada del fondo
de un pasado dormido,
lágrimas en el espejo,
una sonrisa al aire,
un beso de despedida mutua.
Todo en la inmensidad
del horizonte que no sabe
dónde termina el mar.
En la fría soledad del océano
la noche llega hermosa
con su faro de plata en lo alto,
ilumina el cielo
oscuro y vasto,
nueva y prometedora estrella
perdida entre tanta soledad.
Es un océano plateado
donde los sueños descalzos sienten
las caricias de la arena lunar.
Entre cielo y mar,
muy temprano,
en las caletas
los peces de colores
dibujan serpentinas multicolores
en derredor del arrecife.
Una linda muchacha se baña
en el agua cristalina,
sumerge su frágil cuerpo,
hace piruetas fantásticas
entre un cardumen de peces
y los rayos dorados de sol.
Emerge del mar como una mítica sirena,
seca plácidamente sus cabellos,
sus divinos ojos viajan al horizonte,
donde el sol inicia su cotidiano andar.
Es el espejo de la vida que devuelve
incontables horas de reclamos,
vuelve a ocupar su lugar en la pupila,
sale de la memoria como una reina,
vuelve a formar parte de la historia.
Pasado y presente se enredan
en espirales de ensueño y fantasía.
No es que esté triste,
tampoco que esté radiante de felicidad,
es que me hace llorar tanta emoción,
tanto amor y desencanto.
Donde hubo felicidad en abundancia
ahora un muro de indiferencia está,
donde los besos bailaron ceñidos a los suspiros
hoy el viento se ha llevado los recuerdos,
nada queda de ese dulce mirar que se fuga.
Hoy una estrella
no despierta más que nostalgia.
Duele ver cómo se va el amor
de donde ya no regresará.
Después de tanto y tanto,
qué es lo que queda
entre cielo y mar,
entre línea y horizonte;
párpado que se cierra lento y frágil,
mientras la noche llega piadosa
a cubrir con su frazada negra
los ojos llorosos del amor ausente.
Cielo y mar
son distantes magnitudes que se juntan
en el horizonte,
acaso los labios del mismo beso
que a veces sabe amargo,
que a veces sabe dulce.
Son las alas de una mariposa que no vuela
por el mismo aire,
quizás los párpados del mismo sueño
que remembra antagónicas sensaciones,
o líneas paralelas que simulan el mismo destino
pero que nunca logran juntarse.
El horizonte al fin,
perpetua ilusión
para el amante cautivo
en la fascinación del predestino,
donde cielo y mar aparentan fundirse
en amoroso abrazo,
recostados vientre sobre vientre,
diluidos, fluidos, etéreos;
eternamente atados,
enteramente libres.
Si me preguntas dónde empieza el mar,
quizás te diga que donde termina el cielo
y empieza a llover lágrimas de sal.
Si me preguntas dónde empieza el cielo,
te responderé que donde habitas tú,
en la comisura de tus labios,
en tu cálida sonrisa,
en la fascinación de tu mirada.
Quizás te diga que donde empieza
el amor más puro y más perseverante;
que ha trascendido el cielo y mar
para encontrarte y amarte cada día mucho más.
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