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jueves, 25 de octubre de 2012

No lo juzgues sin pensar





El mundo dio una vuelta más
y lo encontró en el mismo lugar,
encadenado a la impotencia,
royendo su desesperación.
Ha recorrido la ciudad
y más allá del polvoriento camino,
la vida ha sido injusta con él.
No comió ayer, ni hoy
y quizás  mañana también.
 Duelen los huesos de tanto andar,
la frente tiene surcos
tan profundos como los sonidos
que resuenan su clásico andar,
de aquellos afortunados nacidos
en otra clase social.
No sabe qué es estrenar ropa  nueva,
no sabe  qué es comer en un restaurant,
nunca en su vida tuvo un regalo,
jamás ha viajado a otra ciudad.
Recorre las calles revolviendo basura,
se cuida de otros que también sobreviven
a la adversidad.
Sangran  las grietas resecas
en las plantas de sus pies
y sus uñas retorcidas le abren la piel.
 Ya no duelen, se toleran como el hambre
incrustado en su vientre.
Son las heridas del alma,  insoportables,
las que hacen crujir los dientes y
estrujan el corazón del más valiente.
Extiende su mano,
nadie responde,
desvían la mirada,
se apartan de la miseria,
como si no la conocieran,
como si fuera de otro mundo.
Y lo juzgan porque anda en las calles
arrastrando sus despojos,
cargando vicios paliativos,
sufriendo hambre, sed y frio.
Lo juzgan diciendo que es un paria,
una lacra social,
alguien por quien no vale
invertir un centavo.
Prefieren la indiferencia,
enajenados con su mundo cotidiano.
No hay misericordia,
no hay empatía,
ni caridad.
El mundo tiene otros valores;
ponte en su lugar,
no es lo mismo besar el polvo
con los  desnudos pies,
sentir las espinas incrustarse en carne viva,
 patear piedras con las abiertas heridas.
 No conoce la tersura de un zapato a la medida.
Callo sobre callo,
cicatriz sobre cicatriz,
bogando charcos infestados,
siempre sucias las manos, cara y pies.
En su vida el agua apenas alcanza
para mitigar la sed.
Moja el polvo con lágrimas
de infinita paciencia,
espera que el sueño le llegue
como un consuelo.
Has pasado a su lado,
y seguido de largo
sin disimular tu desdén.
Estás vestida a la moda,
envoltura cara para un tesoro
de tibia piel y corazón de metal.
Habitas donde sopla un viento plácido,
entre  playas y palmeras,
 mar turquesa y cielo azul.
Ponte en su lugar,
bájate de ese pedestal
y siente el dolor de la tierra,
 moja tus delicados pies
en el charco de indiferencia que inunda
el alma del transeúnte.
La necesidad de comer es más audaz.
brinca protocolos;
Abajo está un pueblo descalzo,
arriba están los tacones altos,
vestidos de etiqueta
y accesorios de lujo;
que no saben del dolor,
que no escuchan el llanto del hambre
de aquellos que viven en la miseria.
No lo juzgues sin pensar,
no te pongas en sus zapatos;
nunca ha tenido un par.



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