El mundo dio una
vuelta más
y lo encontró en el
mismo lugar,
encadenado a la
impotencia,
royendo su
desesperación.
Ha recorrido la ciudad
y más allá del
polvoriento camino,
la vida ha sido
injusta con él.
No comió ayer, ni hoy
y quizás mañana también.
Duelen los huesos de tanto andar,
la frente tiene surcos
tan profundos como los
sonidos
que resuenan su
clásico andar,
de aquellos
afortunados nacidos
en otra clase social.
No sabe qué es
estrenar ropa nueva,
no sabe qué es comer en un restaurant,
nunca en su vida tuvo
un regalo,
jamás ha viajado a
otra ciudad.
Recorre las calles
revolviendo basura,
se cuida de otros que
también sobreviven
a la adversidad.
Sangran las grietas resecas
en las plantas de sus
pies
y sus uñas retorcidas
le abren la piel.
Ya no duelen, se toleran como el hambre
incrustado en su vientre.
Son las heridas del
alma, insoportables,
las que hacen crujir
los dientes y
estrujan el corazón
del más valiente.
Extiende su mano,
nadie responde,
desvían la mirada,
se apartan de la
miseria,
como si no la
conocieran,
como si fuera de otro
mundo.
Y lo juzgan porque
anda en las calles
arrastrando sus
despojos,
cargando vicios
paliativos,
sufriendo hambre, sed
y frio.
Lo juzgan diciendo que
es un paria,
una lacra social,
alguien por quien no
vale
invertir un centavo.
Prefieren la
indiferencia,
enajenados con su
mundo cotidiano.
No hay misericordia,
no hay empatía,
ni caridad.
El mundo tiene otros
valores;
ponte en su lugar,
no es lo mismo besar
el polvo
con los desnudos pies,
sentir las espinas
incrustarse en carne viva,
patear piedras con las abiertas heridas.
No conoce la tersura de un zapato a la medida.
Callo sobre callo,
cicatriz sobre
cicatriz,
bogando charcos
infestados,
siempre sucias las
manos, cara y pies.
En su vida el agua
apenas alcanza
para mitigar la sed.
Moja el polvo con
lágrimas
de infinita paciencia,
espera que el sueño le
llegue
como un consuelo.
Has pasado a su lado,
y seguido de largo
sin disimular tu
desdén.
Estás vestida a la
moda,
envoltura cara para un
tesoro
de tibia piel y
corazón de metal.
Habitas donde sopla un
viento plácido,
entre playas y palmeras,
mar turquesa y cielo azul.
Ponte en su lugar,
bájate de ese pedestal
y siente el dolor de
la tierra,
moja tus delicados pies
en el charco de
indiferencia que inunda
el alma del transeúnte.
La necesidad de comer
es más audaz.
brinca protocolos;
Abajo está un pueblo
descalzo,
arriba están los
tacones altos,
vestidos de etiqueta
y accesorios de lujo;
que no saben del dolor,
que no escuchan el
llanto del hambre
de aquellos que viven
en la miseria.
No lo juzgues sin
pensar,
no te pongas en sus
zapatos;
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