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martes, 23 de octubre de 2012

Setenta veces siete
























“Perdona setenta veces  siete,
y el reino de los cielos será tuyo”
Y crecí arbusto antes que roble,
brizna a los cuatro vientos,
 sin carácter ni destino.
Presa de todos mis temores,
un refugio nunca hallé
y cuando pude
ya era demasiado tarde.
La calle fue mi escuela,
crecí a punta de golpes,
mi cuerpo se llenó de llagas
y profundas cicatrices;
ya de por si mi alma
estaba rota.
 Los vicios dejaron una herida
abierta y dolorosa.
 Dice que me quiere,
pero nunca  lo demuestra.
Mi vida es peregrina
de todas las iglesias,
no hay una que cumpla
sus expectativas.
Le ayudo en lo que puedo,
mitad hombre,
mitad niño,
enteramente incertidumbre.
No es mi culpa si vivo culpándome
de un pecado que nunca hice.
Me acostumbré a quedarme quieto,
esperando una orden que no llegó
a su destino.
Hasta cuándo veré el cielo,
ya quiero irme
con mi perro y mi hambre.
Qué me responderá ahora
si pregunto quién es responsable
de la vida que llevamos.
Está al borde del ocaso
y yo un don nadie sin oportunidades,
con mis miedos y mis traumas
junto a una puerta que sólo se abre
cuando agredirme quiere;
inclino la cabeza y cuento
setenta veces siete.
Me ordena que me calle,
le obedezco, aunque aquí adentro
siento mucha rabia y mucho miedo.
Por eso me pierdo de este mundo
y ya no sufro
ni siento que la vida  pasa.
Me pregunto qué más queda,
cuál es mi futuro,
abro mis ojos
y estoy atado junto a mis huesos.
Creo que cuando muera
me iré al cielo,
quiero ver a mi madre,
por eso me porto bien,
trato de ser bueno,
no respondo con golpes
los maltratos que recibo,
aunque confieso que a veces me da coraje
y quisiera revelarme contra este infierno
que a diario me aniquila.
 Aún así,
 lo perdono una vez más
por cada año cumplido;
tiene setenta y ocho,
me sobra un perdón
por si el año que viene todavía vivo.


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