“Perdona setenta
veces siete,
y el reino de los
cielos será tuyo”
Y crecí arbusto antes
que roble,
brizna a los cuatro
vientos,
sin carácter ni destino.
Presa de todos mis
temores,
un refugio nunca hallé
y cuando pude
ya era demasiado
tarde.
La calle fue mi
escuela,
crecí a punta de
golpes,
mi cuerpo se llenó de
llagas
y profundas
cicatrices;
ya de por si mi alma
estaba rota.
Los vicios dejaron una herida
abierta y dolorosa.
Dice que me quiere,
pero nunca lo demuestra.
Mi vida es peregrina
de todas las iglesias,
no hay una que cumpla
sus expectativas.
Le ayudo en lo que
puedo,
mitad hombre,
mitad niño,
enteramente
incertidumbre.
No es mi culpa si vivo
culpándome
de un pecado que nunca
hice.
Me acostumbré a
quedarme quieto,
esperando una orden
que no llegó
a su destino.
Hasta cuándo veré el
cielo,
ya quiero irme
con mi perro y mi
hambre.
Qué me responderá
ahora
si pregunto quién es
responsable
de la vida que
llevamos.
Está al borde del ocaso
y yo un don nadie sin
oportunidades,
con mis miedos y mis
traumas
junto a una puerta que
sólo se abre
cuando agredirme
quiere;
inclino la cabeza y
cuento
setenta veces siete.
Me ordena que me
calle,
le obedezco, aunque
aquí adentro
siento mucha rabia y
mucho miedo.
Por eso me pierdo de
este mundo
y ya no sufro
ni siento que la
vida pasa.
Me pregunto qué más
queda,
cuál es mi futuro,
abro mis ojos
y estoy atado junto a
mis huesos.
Creo que cuando muera
me iré al cielo,
quiero ver a mi madre,
por eso me porto bien,
trato de ser bueno,
no respondo con golpes
los maltratos que
recibo,
aunque confieso que a
veces me da coraje
y quisiera revelarme
contra este infierno
que a diario me
aniquila.
Aún así,
lo perdono una vez más
por cada año cumplido;
tiene setenta y ocho,
me sobra un perdón
por si el año que
viene todavía vivo.
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