Échame la culpa de tus desvíos,
de las ardientes frases que brotan de tus labios lascivos
cuando estoy contigo.
Échame la culpa de mordiscos que erizan la piel
y provocan espasmos de estrellas, sudor y miel.
Soy culpable por hacer de tu boca un manjar de fuego
para deleite de mis ansias y besos;
de acallar gemidos con el peso de mi culpa
recargado en tus adentros.
Culpable soy del conjuro conque rompes la barrera del recato,
cuando haces del silencio un himno de amor,
cuando caes exhausta a mi lado,
y sólo tienes fuerza para una última mirada
mientras me abrazas y buscas consuelo.
Soy culpable por sembrar en ti mi atrevimiento,
culpable de llevarte por apasionados senderos
y abrevar mi sed con el sudor que escurre de tus senos.
Échame la culpa por saciar mi hambre con el fruto prohibido
que desgajan mis manos.
Échame la culpa,
toda la culpa de atrevidos pensamientos,
por seducir tu casta inocencia,
por consumir tu alma en la hoguera de palabras
y ardientes besos.
y ardientes besos.
Me necesitas tanto como yo a ti para vivir,
para hacernos el amor sin compasión ni tregua,
porque lo reclama la voz de nuestros cuerpos,
porque lo exige nuestro ego.
Échame la culpa de hacerte a mi manera,
Por esculpir tu corazón con la memoria de mis manos,
por dibujar con mis uñas tu cuerpo,
y hacer de ti mi prisionera.
Eres mi alma gemela en las lides del amor,
condéname a vivir contigo eternamente
y hacer lo que siempre hemos hecho:
amarnos hasta perder el juicio.
Quizás, así también consumas tus ansias
de sentirte un poco cómplice,
un poco culpable de habernos pervertido tanto
y pagues esa culpa en la misma alcoba
donde morimos de pasión
cada que llega la noche,
cada que cae el deseo
como chispa ardiente
para fundir nuestros urgidos cuerpos
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