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viernes, 20 de mayo de 2011

Introspectiva

¿Qué me duele el alma?
Sí, me duele,
y no sólo el alma,
también el corazón, el intelecto.
Mi hermano no me entiende,
no sabe de qué hablo
y mi voz se pierde en el vacío
de su alma,
en el laberinto de su oído sordo,
de su vida hueca
y no hace eco,
no responde como yo anhelo.
Si pudiera escuchar su voz
pero es mudo y no habla
y cuando abre su boca sólo gruñe,
dice incongruencias,
lamentos y banalidades.
Lo escucho decir ¡Ojo por ojo!
Mi hermano es ciego por una ley
tan vieja como su odio.
Le extiendo mi mano, quiero tocarlo
pero está mutilado,
el saludo bosqueja mi desolación.
Miro a sus pies, no los tiene,
por eso no camina,
se arrastra y deja tras de sí,
a pedazos su dignidad,
su esencia misma.
Pobre hermano mío,
tiene hambre y no sé qué darle,
no tengo lo que quiere,
lo que le  falta para vivir
y sufro y él sufre;
los dos somos el mismo sufrimiento.
Quiero mitigar su dolor con mi sonrisa,
y alcanzo a distinguir
apenas una mueca en su semblante.
El mundo ha perdido más que un habitante.
Y en esos momentos de azoro,
imagino que no soy de aquí,
que nunca estuve.
Recuerdo haber visto a mis semejantes
mas no sé en qué tiempo ni dónde,
se han perdido en mi memoria.
Y mi intelecto se niega a aceptar esta verdad:
mi hermano, el hombre, yo,
somos una misma naturaleza.
Mis huesos, mi carne, mi espíritu; somos idénticos.
No hablamos, no vemos, no sentimos.
En la calle pasa un niño,
me reprocha no haber nacido.
Miro a su madre,
no me ve, nunca me vio.
A la derecha su padre,
se parece a mí;
es mi hermano, el hombre.
De sus cuencas sin pupilas
el humor de su tristeza
baja formando dos surcos
que humedecen su rostro,
sus labios mudos.
Rectifico,
aunque dolor,
sí sentimos.
El niño junto a mí, me sonríe,
me extiende su mano.
Hablo a mis semejantes,
no me escuchan,
los veo, no me ven.
Habrá que reivindicar al hombre su fe,
devolverle el corazón,
encontrar  su  alma,
para que el destino no lo alcance
sin haber reescrito el último capítulo
de su vana  historia.

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