No me hablas,
no hay voz que rompa el silencio
que se enrolla en mi cuello.
Tengo ganas de gritarte que aún estoy aquí,
sofocado por ausencias cada vez más pesadas
que aniquilan una vana esperanza.
No me hablas,
y este perro silencio muerde mis sienes;
me contagia de infinita rabia
y me siento perdido en la espuma
que arroja a la playa embravecido mar.
La verdad sucumbe en tu indiferencia;
tu voz que antes florecía sueños,
que antes decía te quiero,
ahora es una mordida sorda que hiere y mata.
No me hablas,
una cascada de sal escurre por mi rosto;
no es llanto,
es sudor que corroe mis venas
por tantas horas de espera.
Pesa este silencio que grita que ya todo se va,
como en la feria el merolico que vendió sueños,
que se vuelve viento
y busca otro ingenuo para timar.
Bien sabía que esto iba a pasar,
por qué me dejé engañar,
por qué creí que esta vez sería diferente,
si todo pintaba igual.
No me hablas,
el silencio es espeso,
se escurre lento en mis venas
como letal veneno
y fragua una última verdad;
ya no somos nada,
por eso no me hablas,
ya nunca me hablarás.
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