y con pulso firme el arco a mis entrañas
apuntaras.
La flecha partió el viento y fue a incrustarse
en medio de
mi pecho.
Un mágico veneno fluyó por mis venas
hasta quedarme ciego.
Prisionero me llevaste
a tu mundo inescrutable,
de exuberancia plena.
Selva virgen de misterios llena
y exquisita belleza que palpé
con todos mis sentidos,
excepto la fortuna de mirarte tal cual eras.
Me diste de comer de tus manjares
y como un niño acepté mi dependencia
a tus favores.
Mi alma cambió de salvaje y ruda
a mascota dócil en tus manos
prestas a caricias antes que al arco.
Hice mío
tu mundo indomable,
mío el río de tu cuerpo
serpenteando las riveras y
remansos donde juntos
disfrutamos nuestra mutua compañía.
Era feliz
gozando
esa parte amorosamente maternal de tu presencia.
Un día sin pensar las consecuencias
me asomé más allá de mis temores,
abrí los ojos y descubrí
la más perfecta forma de mujer
dibujada en tus contornos.
Aún así,
un defecto creí encontrar en tu hermosura.
Arrogante censuré que no fueron mis manos
ni mi boca quienes cercenaron de raíz tu seno.
Mi pasión no incluía la
violencia del erotismo extremo.
Fue entonces que tus manos,
con gentil delicadeza,
me apartaron un poco de tu cuerpo,
me miraste a los ojos fijamente,
y el lenguaje del amor habló entonces
sin palabras,
cortando de tajo mi atrevida lengua.
Me conmovió saber
que en un acto de amor sublime,
mutilaste la perfección de tu divino cuerpo,
no para tensar
mejor el arco,
sino que te arrancaste el pecho
para que yo estuviera
más cerca de tu corazón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario