He mirado tanto tiempo tu
rostro, que conozco hasta el último detalle que lo caracteriza. Son años de
continua contemplación escudriñando tus facciones en busca de emociones entre
las comisuras de tu boca, entre el ceño de tus cejas expresivas. Nada hay que ignore de tus pestañas largas y
curvas, han sido hamacas donde el sueño aligeró mi larga espera, las he contado
una por una antes de dormirme. Me gusta reflejarme en tus serenas
pupilas porque traen momentánea paz al conmovido corazón. Cada que el álbum pasa,
pretendo hacer una película donde te muevas con grácil soltura para acercarte a mí y ofrecerme nuevamente
el candor de tu juvenil belleza. Te amo
en la fascinación de una imagen. En el ámbar claustro que atrapó mi vida con
una sonrisa, esa red de exquisita filigrana traspasando mi débil cordura. ¿A dónde va mi amor si cada día un ladrillo se
suma a su mausoleo?. El amor se esfuma en cada tarde de contemplación
celeste. Poco falta para alcanzar el cielo. Unos pasos más para que la tarde en
el púrpura cenit acabe de una vez con la
esperanza eterna. Ya nunca te veré, pero díselo al corazón que necio te espera hasta morir; no claudicará
mientras sus manos tengan algún aroma de ti, aquel olor tenue y sutil que emanaba
de tu cuello, que brotaba como un himno de tu boca y florecía notas gloriosas
del más sublime amor en cada beso tuyo. Yo te quise así, siempre esperándote,
arrinconado en mi trinchera, desterrado de tu vida, pero siempre atento a
los imprevistos fugaces cuando bajabas
de tu pedestal para acerarte a mí y cerciorarte que ahí tenías a tus pies, al
vasallo fiel que postrado a ti ofreció su vida una y mil veces a cambio de
nada, solo con el deseo vehemente de hacerte feliz, de agradarte aun por encima
de sus propios sentimientos, aun cuando el alma se desangrara en llanto. Eras
tú y tu felicidad lo que importó. Yo no sé qué más pase en esta tribulación, yo
no sé qué más debe escribirse en la historia de
mi vida, solo siento que ya es tarde para buscar un nuevo sol, acostumbrarse
a una nueva luz; quizás empeñado en
verte brillar un día me volví luciérnaga al cobijo de tu luna. He caminado siempre así, desde ese día
que el destino nos encontró de frente.
Esa eres tú, una imagen imborrable, flagelada en mi memoria, esculpida en mi
piel; mujer y esfinge hecha capricho y
voluntad.
Pero empiezo a dudar que
acabe mi vida como un epitafio en tu sepultura, empieza mi alma inquieta a romper
su monótona existencia esperando nada de ti. Las almas son felices cuando son
libres y nada esperan, el amor también tiene sueños de libertad y
correspondencia. Solo un Dios podría vivir en la perfección de un dar eterno
sin pedir nada a cambio, sin esperar recompensa porque lo tiene todo para ser
feliz; y sin embargo pide pruebas, pide sacrificios para alcanzar la plenitud.
Yo empiezo a dudar que mi espera sea eterna, creo que la parte humana me empuja
a solucionar una necesidad; ya no quiero esperar que me quieran, ya no deseo ni
tengo esperanza alguna. Mi mundo está en el presente y mis sueños son metas
reales logradas. Hoy no estás conmigo, pero ayer te tuve, antes de conocerte
era feliz, y mucho más cuando estuvimos juntos. Puedo empezar de nuevo.
Y en el
preludio ardiente de una dialéctica interior, mis alas emergen desde el alma,
son lanzas en el aire; agudas preguntas que carcomen la razón y que hieren la enajenación hasta el punto de la
discordia. Celo y pasión bullen, amor y libertad son alas de una misma ave. Poseer
y luego no desear absolutamente nada. Construir una nueva vida donde mis pies
sean pilares para un nuevo horizonte y
mis alas para un nuevo destino. Caminar o volar, pero nunca detenerse a esperar,
porque la espera paraliza y mata, y yo quiero vivir antes de morir; y no quiero
morir antes de ser feliz. No me quiero llevar solo un recuerdo de mi vida o de
la tuya. No más imágenes, ni tórrido pasado. Quiero vivir, quiero dejar sobre mis
huellas el polvo del camino y sueños de libertad en el celeste azul cuando mis
ojos decidan cerrase en paz.
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