Hace años escribimos
una carta de amor que luego metimos en una botella y la arrojamos al mar, no
sabíamos en dónde terminaría esta atrevida historia que empezábamos a contar.
Sentados en unas rocas más allá del muro de contención que se extiende por todo el bulevar y con los pies metidos en el agua, miramos cómo se fue perdiendo entre las olas, mientras las primeras sombras de la noche nos cubrían lentamente hasta hacer de nosotros dos siluetas recortadas en el horizonte, aquella hermosa tarde de diciembre en que nos vimos por última vez. Teníamos la esperanza que la botella recalara en una isla desierta de palabras, sin consejos ni remordimientos, que el tiempo y el vaivén de las olas la enterrara en una playa de blanca arena lejos de miradas indiscretas. En aquel entonces, intentamos ponernos de acuerdo sin lograrlo, ambos teníamos una historia distinta y lejana, sin embargo, estábamos ahí juntos otra vez, cada que las circunstancias lo permitían, robando al tiempo apenas lo indispensable para no morir en el intento.
Sobrevivimos a las tempestades, a los abismos insondables entre una espera y otra, entre una cita y dulces promesas. Cada año era nuestra costumbre destapar una botella para brindar con su dulce néctar y deleitar nuestros corazones, cada año disfrutar el sabor añejo y embriagarnos hasta perder el juicio, hasta desnudarnos el alma para contemplarnos puros, sin prejuicios ni inhibiciones.
Sentados en unas rocas más allá del muro de contención que se extiende por todo el bulevar y con los pies metidos en el agua, miramos cómo se fue perdiendo entre las olas, mientras las primeras sombras de la noche nos cubrían lentamente hasta hacer de nosotros dos siluetas recortadas en el horizonte, aquella hermosa tarde de diciembre en que nos vimos por última vez. Teníamos la esperanza que la botella recalara en una isla desierta de palabras, sin consejos ni remordimientos, que el tiempo y el vaivén de las olas la enterrara en una playa de blanca arena lejos de miradas indiscretas. En aquel entonces, intentamos ponernos de acuerdo sin lograrlo, ambos teníamos una historia distinta y lejana, sin embargo, estábamos ahí juntos otra vez, cada que las circunstancias lo permitían, robando al tiempo apenas lo indispensable para no morir en el intento.
Sobrevivimos a las tempestades, a los abismos insondables entre una espera y otra, entre una cita y dulces promesas. Cada año era nuestra costumbre destapar una botella para brindar con su dulce néctar y deleitar nuestros corazones, cada año disfrutar el sabor añejo y embriagarnos hasta perder el juicio, hasta desnudarnos el alma para contemplarnos puros, sin prejuicios ni inhibiciones.
Por eso me siento feliz a tu lado, ya no hay dudas
respecto a nosotros. Sé que me quieres tanto como yo a ti, y cada segundo que
pasamos juntos vale por una eternidad en nuestras prolongadas ausencias.
Son las 10:30 p.m., es diciembre. Sentados en un restaurante del centro de la ciudad, pedimos la especialidad de la casa “Pasta italiana a la Sergio’s” . Mientras esperamos el servicio, tengo oportunidad de mirarte a mi antojo. Te ves esplendorosa, el chal plateado contrasta con tu vestido negro que enmarca perfectamente tu hermosa figura. No me canso de admirar tus grandes y emotivos ojos, la gracia de tu sonrisa, los negros cabellos en espirales que besan tus desnudos hombros, el color canela de tu piel y el sutil encanto del perfume que destilas. Estoy enamorado de ti como un adolescente, lo sabes muy bien y te deleitas en ello. Cada año que nos vemos afirmo que el tiempo te tomó una foto. No has cambiado en nada, sigues siendo la misma que un día conocí y a decir verdad, creo que eso me inquieta.
Son las 10:30 p.m., es diciembre. Sentados en un restaurante del centro de la ciudad, pedimos la especialidad de la casa “Pasta italiana a la Sergio’s” . Mientras esperamos el servicio, tengo oportunidad de mirarte a mi antojo. Te ves esplendorosa, el chal plateado contrasta con tu vestido negro que enmarca perfectamente tu hermosa figura. No me canso de admirar tus grandes y emotivos ojos, la gracia de tu sonrisa, los negros cabellos en espirales que besan tus desnudos hombros, el color canela de tu piel y el sutil encanto del perfume que destilas. Estoy enamorado de ti como un adolescente, lo sabes muy bien y te deleitas en ello. Cada año que nos vemos afirmo que el tiempo te tomó una foto. No has cambiado en nada, sigues siendo la misma que un día conocí y a decir verdad, creo que eso me inquieta.
En un momento dado, me tomas de las manos y me miras
intensa, en tus labios entreabiertos percibo un atrevido beso, es una invitación
que anhelo y mi deseo se posa
brevemente en las comisuras de tus labios para después perderse en la pulpa
deliciosa de tu boca. Los comensales de la mesa contigua nos miran discretos, entonces
cerramos los ojos, el mundo
se hace invisible para nosotros. Nuestras miradas hablan dentro del alma, dicen más que las palabras, estamos quietos, serenos, a
escasos centímetros uno del otro y podemos deleitarnos con el arrobo de ambos.
El mesero interrumpe el juego secreto de mirarnos sin parpadear, ni reír.
Mientras cenamos, platicamos de nuestra inverosímil situación,
de cómo a pesar de los años, mantenemos firme el pacto de amor que firmamos en
nuestros corazones. Pero en esta ocasión de pronto me dices que sientes
una inmensa nostalgia. Me miras a los
ojos y comentas que has soñado en nosotros como sombras caminando bajo la lluvia tomados de
las manos, avanzando por un camino sin horizonte. Una enorme tristeza hace que tus ojos caigan
al suelo y por tus mejillas escurre el llanto, no puedes hablar, no sabes qué
decirme cuando levanto tu rostro con mis manos y pregunto qué te pasa. Tus
labios tiemblan y el silencio se anuda en tu garganta. Me contestas que es una sensación
indescriptible de felicidad y nostalgia, de deseo incontenible que revienta
después de haber estado aprisionado dentro de tu pecho sin poder expresarse
como ahora lo hace. Me quieres con toda las fuerzas de tu corazón, con todo el
sentimiento que eres capaz. Seco tus lágrimas
con una servilleta, con mis manos, con mis besos. Me juras que siempre me
amarás, que siempre estarás conmigo, que seremos tú y yo hasta que el cielo nos
llame. Y mientras escucho tu voz y tus bellas promesas siento un dolor que me cala el alma. ¿Cómo es posible que
amándonos tanto vivamos cada uno por
su lado?. Vernos una vez en espacios tan
prolongados se va haciendo un suplicio, me haces falta en mi vida, te necesito
a mi lado para vivir todas esas experiencias cotidianas que una pareja necesita para afianzar su relación. Cuando empezamos esto solo pensamos en estar
juntos y amarnos, pero el amor exige su espacio y cada día es una agonía no
verte. Duele amarte en silencio, lejos de ti, sabiendo que vives ajena a mí y
yo aquí esperando, simplemente esperando.
Suspiro profundamente mientras controlo el mar de sentimientos en que me
ahogo. Miro nuevamente tu rostro, me sonríes y me das de comer en la boca. Me
sorprende qué fácil pasas de un estado de ánimo a otro porque yo no puedo. Apresuro el trago amargo y prefiero borrar de
mi mente todo lo que me hace daño. Disfruto tu compañía, cada segundo que pasa
transcurre lento, estiro hasta donde puedo cada palabra tuya, cada detalle,
cada silencio.
El mesero vierte en nuestras copas el vino. Tomados
de las manos con los dedos entrelazados contemplamos el burbujeante líquido,
luego alzamos las copas y brindamos como todos los años, simbolizando nuestra
redención del mundo cotidiano.
Salimos tomados de las manos, en la calle, sientes un poco de temor pero pronto recobras la entereza.
Caminamos hasta el bulevar cerca de la explanada de la bandera donde el obelisco se alza imponente como una gran torre de sueños donde se antoja grafitar nuestros nombres. Nos sentamos en el mismo sitio de siempre, de espaldas al obelisco y mirando a la bahía. Acurrucada en mis brazos miras el horizonte mientras tus labios entonan una
añeja canción que es significativa para nosotros –Si, tal vez, detalle a detalle podrías
conquistarme sería tuya...–, –¿Dónde estará?–. Me preguntas. –Quizás enterrada en la arena
en alguna isla lejana, tal y como lo deseamos–. –Si, yo sé que está ahí,
esperando que lleguemos a desenterrarla–. –¿Recuerdas qué escribimos en la
carta?–. –Sí, sé de memoria cada palabra, yo te dicté la mitad y tú la
escribiste, luego, tú me dictaste y yo escribí la otra parte–. –¿Le pusimos
punto final?–. –No, fueron puntos suspensivos–. Te quedas contemplando el cielo
y no me atrevo a interrumpir tu letargo. Te observo larga y detenidamente
mientras miras las escasas estrellas, es
una noche sin luna, oscura y nublada, hace un poco de frío, te acercas a mí
buscando el calor de mi cuerpo y permanecemos así por largo tiempo. Ninguno de
los dos se atreve a romper esta hermosa sensación de estar juntos de nuevo.
Son las 5 am. El tiempo ha transcurrido demasiado
aprisa, queremos que esto se eternice pero es imposible, debemos volver al
presente. Entonces empiezas a recitar de memoria el texto: –Amor mío, quiero que sepas que este es un día memorable en
nuestras vidas. Hemos disfrutado todo el día juntos y no hace falta que te
repita una vez más que eres el amor de mi vida. Te pedí un trato y has accedido
porque también tú lo deseas. Esta carta será un pacto entre los dos, juro
amarte hasta el último de mis días. No importa qué pase de aquí en adelante, lo
único que cuenta es la promesa de vernos y aquí estaré, te lo prometo–. –Amor mío, mi pequeña traviesa, llegaste a mi vida y mi
corazón te pertenece desde el mismo instante en que te vi por vez primera. Cada
día te amo más, eres la razón de mi existir. Prometo quererte siempre, aquí
estaré para ti hasta el último aliento de mi vida. Hemos escrito esta carta y la arrojamos al mar en espera que
encuentre un lugar donde repose por la eternidad sin que nada la perturbe. Si
alguien la encuentra apiádese de estas almas enamoradas y devuélvala al mar. Por siempre juntos–.
El silencio nos envuelve con su frío manto. La noche
está oscura y una ligera brisa hace que
tiembles. Los dos miramos al mismo punto en que el mar se confunde con
la noche. Mi voz rompe el hechizo. –¿Amor
mío, qué vamos a hacer?–. –Nada, esperar nuevamente–. –Despidámonos ya, pronto
va a amanecer–. –Dime que no estamos mal, ¿Nos volveremos a ver?–. –Sí, por
supuesto. Te llamo antes–.
Voy de regreso a casa, está por amanecer. He leído
mucha veces ese famoso “cerrar puertas” al pasado y me rehuso a creer que
nuestro ciclo ha terminado. El amor es uno solo pero tiene muchas formas de manifestarse y de concebirse, cada uno ama a su manera. No nos falta orgullo, ni somos soberbios; simplemente
somos como éramos y así seguiremos. Hemos sido capaces de transformarnos
cada día y aún así, nuestro amor se
mantiene íntegro; entonces seguimos encajando perfectamente el uno con el otro
en nuestras vidas, en un ciclo de amor que no termina.
La adrenalina inunda mi cuerpo. Mis
sentidos están saturados por tantas sensaciones. Una noche sublime, una noche
con el amor de mi vida, ¿Qué más puedo pedir? Mi pasado es mi presente y mi
futuro; es mi universo interior y en él, el concepto de tiempo rompe con cualquier
lógica y hace de nuestro amor una historia sin fin. Vienen a mi memoria todos
los recuerdos, con todos sus detalles de esta noche que aún no termina, vienen
a mi mente y mi cuerpo responde de inmediato, se eriza al recordar lo que hemos
vivido en el restaurante, en la calle, en
el bulevar…en la alcoba…pero esa es otra historia que prefiero callar...
Me hace recordar aquella melodía titulada 'A mi manera'. Hermoso texto rebosante de romance.
ResponderEliminar