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sábado, 28 de julio de 2012

Arrojamos la botella al mar


Hace años  escribimos una carta de amor que luego metimos en una botella y la arrojamos al mar, no sabíamos en dónde terminaría esta atrevida historia que empezábamos a contar. 
Sentados en unas rocas más allá del muro de contención que se extiende por todo el bulevar y con los pies metidos en el agua, miramos cómo se fue perdiendo entre las olas, mientras las primeras sombras de la noche  nos cubrían lentamente hasta hacer de nosotros dos siluetas recortadas en el horizonte,  aquella hermosa tarde de diciembre en que nos vimos por última vez.  Teníamos la esperanza que la botella recalara  en una isla desierta de  palabras, sin consejos ni remordimientos, que el tiempo y el vaivén de las olas la enterrara en una playa de blanca arena lejos de miradas indiscretas. En aquel entonces, intentamos ponernos de acuerdo sin lograrlo, ambos teníamos una historia distinta y lejana, sin embargo, estábamos ahí juntos otra vez, cada que las circunstancias lo permitían, robando al tiempo apenas lo indispensable para no morir en el intento. 
Sobrevivimos a las tempestades, a los abismos insondables entre una espera y otra, entre una cita y dulces promesas. Cada año era nuestra costumbre destapar una botella para brindar con su dulce néctar y deleitar nuestros corazones, cada año disfrutar el sabor añejo y  embriagarnos  hasta perder el juicio, hasta desnudarnos el alma para contemplarnos puros, sin prejuicios ni inhibiciones. 
Por eso me  siento feliz a tu lado, ya no hay dudas respecto a nosotros. Sé que me quieres tanto como yo a ti, y cada segundo que pasamos juntos vale por una eternidad en nuestras prolongadas ausencias. 
Son las 10:30 p.m., es diciembre. Sentados en un restaurante del centro de la ciudad, pedimos la especialidad de la casa “Pasta italiana a la Sergio’s” . Mientras esperamos el servicio, tengo oportunidad de mirarte a mi antojo. Te ves esplendorosa, el chal plateado  contrasta con tu vestido negro que enmarca perfectamente tu hermosa figura.  No me canso de admirar tus grandes y  emotivos ojos, la gracia de tu sonrisa, los negros cabellos en espirales que besan tus desnudos hombros, el color canela de tu piel y el sutil encanto del perfume que destilas. Estoy enamorado de ti como un adolescente,  lo sabes muy bien y te deleitas en ello. Cada año que nos vemos afirmo que el tiempo te tomó una foto. No has cambiado en nada, sigues siendo la misma que un día conocí y a decir verdad, creo que eso me inquieta.
En un momento dado, me tomas de las manos y me miras intensa, en tus labios entreabiertos percibo un atrevido beso, es una invitación que anhelo y mi  deseo  se  posa brevemente en las comisuras de tus labios para después perderse en la pulpa deliciosa de tu boca. Los comensales de la mesa contigua nos miran discretos, entonces cerramos  los ojos,  el mundo  se hace invisible para nosotros. Nuestras  miradas hablan dentro del alma, dicen más  que las palabras, estamos quietos, serenos, a escasos centímetros uno del otro y podemos deleitarnos con el arrobo de ambos. El mesero interrumpe el juego secreto de mirarnos sin parpadear, ni reír.
Mientras cenamos, platicamos de nuestra inverosímil situación, de cómo a pesar de los años, mantenemos firme el pacto de amor que firmamos en nuestros  corazones.  Pero en esta ocasión de pronto me dices que sientes una inmensa nostalgia. Me miras  a los ojos y comentas que has soñado en nosotros como  sombras caminando bajo la lluvia tomados de las manos, avanzando por un camino sin horizonte.  Una enorme tristeza hace que tus ojos caigan al suelo y por tus mejillas escurre el llanto, no puedes hablar, no sabes qué decirme cuando levanto tu rostro con mis manos y pregunto qué te pasa. Tus labios tiemblan y el silencio se anuda en tu  garganta. Me contestas que es una sensación indescriptible de felicidad y nostalgia, de deseo incontenible que revienta después de haber estado aprisionado dentro de tu pecho sin poder expresarse como ahora lo hace. Me quieres con toda las fuerzas de tu corazón, con todo el sentimiento que  eres capaz. Seco tus lágrimas con una servilleta, con mis manos, con mis besos. Me juras que siempre me amarás, que siempre estarás conmigo, que seremos tú y yo hasta que el cielo nos llame. Y mientras escucho tu voz y tus bellas promesas siento un dolor  que me cala el alma. ¿Cómo es posible que amándonos tanto  vivamos cada uno por su lado?. Vernos una vez  en espacios tan prolongados se va haciendo un suplicio, me haces falta en mi vida, te necesito a mi lado para vivir todas esas experiencias cotidianas que una pareja  necesita para afianzar su relación.  Cuando empezamos esto solo pensamos en estar juntos y amarnos, pero el amor exige su espacio y cada día es una agonía no verte. Duele amarte en silencio, lejos de ti, sabiendo que vives ajena a mí y yo aquí esperando, simplemente esperando.   Suspiro profundamente mientras controlo el mar de sentimientos en que me ahogo. Miro nuevamente tu rostro, me sonríes y me das de comer en la boca. Me sorprende qué fácil pasas de un estado de ánimo a otro porque yo no puedo.  Apresuro el trago amargo y prefiero borrar de mi mente todo lo que me hace daño. Disfruto tu compañía, cada segundo que pasa transcurre lento, estiro hasta donde puedo cada palabra tuya, cada detalle, cada silencio.
El mesero vierte en nuestras copas el vino. Tomados de las manos con los dedos entrelazados contemplamos el burbujeante líquido, luego alzamos las copas y brindamos como todos los años, simbolizando nuestra redención del mundo cotidiano.
Salimos tomados de las manos, en la calle, sientes  un poco de temor pero pronto recobras la entereza. Caminamos hasta el bulevar cerca de la explanada de la bandera donde el obelisco se alza imponente  como una gran torre de sueños donde se antoja grafitar nuestros nombres. Nos sentamos en el mismo sitio de siempre, de espaldas al obelisco y mirando a la bahía.   Acurrucada en mis brazos miras el horizonte mientras tus labios entonan una añeja canción que es significativa para nosotros –Si, tal vez, detalle a detalle podrías conquistarme sería tuya...–,  –¿Dónde estará?–. Me preguntas. –Quizás enterrada en la arena en alguna isla lejana, tal y como lo deseamos–. –Si, yo sé que está ahí, esperando que lleguemos a desenterrarla–. –¿Recuerdas qué escribimos en la carta?–. –Sí, sé de memoria cada palabra, yo te dicté la mitad y tú la escribiste, luego, tú me dictaste y yo escribí la otra parte–. –¿Le pusimos punto final?–. –No, fueron puntos suspensivos–. Te quedas contemplando el cielo y no me atrevo a interrumpir tu letargo. Te observo larga y detenidamente mientras  miras las escasas estrellas, es una noche sin luna, oscura y nublada, hace un poco de frío, te acercas a mí buscando el calor de mi cuerpo y permanecemos así por largo tiempo. Ninguno de los dos se atreve a romper esta hermosa sensación de estar juntos de nuevo.
Son las 5 am. El tiempo ha transcurrido demasiado aprisa, queremos que esto se eternice pero es imposible, debemos volver al presente. Entonces empiezas a recitar de memoria el texto: –Amor mío, quiero que sepas que este es un día memorable en nuestras vidas. Hemos disfrutado todo el día juntos y no hace falta que te repita una vez más que eres el amor de mi vida. Te pedí un trato y has accedido porque también tú lo deseas. Esta carta será un pacto entre los dos, juro amarte hasta el último de mis días. No importa qué pase de aquí en adelante, lo único que cuenta es la promesa de vernos y aquí estaré, te lo prometo–. –Amor mío, mi pequeña traviesa, llegaste a mi vida y mi corazón te pertenece desde el mismo instante en que te vi por vez primera. Cada día te amo más, eres la razón de mi existir. Prometo quererte siempre, aquí estaré para ti hasta el último aliento de mi vida. Hemos escrito esta carta y la arrojamos al mar en espera que encuentre un lugar donde repose por la eternidad sin que nada la perturbe. Si alguien la encuentra apiádese de estas almas enamoradas y devuélvala al mar. Por siempre  juntos–.
El silencio nos envuelve con su frío manto. La noche está oscura y una ligera brisa hace que  tiembles. Los dos miramos al mismo punto en que el mar se confunde con la noche. Mi voz rompe  el hechizo. –¿Amor mío, qué vamos a hacer?–. –Nada, esperar nuevamente–. –Despidámonos ya, pronto va a amanecer–. –Dime que no estamos mal, ¿Nos volveremos a ver?–.  –Sí, por supuesto. Te llamo antes–.
Voy de regreso a casa, está por amanecer. He leído mucha veces ese famoso “cerrar puertas” al pasado y me rehuso a creer que nuestro ciclo ha terminado. El amor es uno solo pero tiene muchas  formas de manifestarse y de concebirse, cada uno ama a su manera. No nos falta orgullo, ni somos soberbios; simplemente somos como éramos y así seguiremos. Hemos sido capaces de transformarnos cada  día y aún así, nuestro amor se mantiene íntegro; entonces seguimos encajando perfectamente el uno con el otro en  nuestras vidas, en un ciclo  de  amor que no termina.
La adrenalina inunda mi cuerpo. Mis sentidos están saturados por tantas sensaciones. Una noche sublime, una noche con el amor de mi vida, ¿Qué más puedo pedir? Mi pasado es mi presente y mi futuro; es mi universo interior y en él,  el concepto de tiempo rompe con cualquier lógica y hace de nuestro amor una historia sin fin. Vienen a mi memoria todos los recuerdos, con todos sus detalles de esta noche que aún no termina, vienen a mi mente y mi cuerpo responde de inmediato, se eriza al recordar lo que hemos  vivido en el restaurante, en la calle, en el bulevar…en la alcoba…pero esa es otra historia que prefiero callar...






1 comentario:

  1. Me hace recordar aquella melodía titulada 'A mi manera'. Hermoso texto rebosante de romance.

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