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miércoles, 25 de julio de 2012

Nada espero para ser feliz


Porque no espero de la vida
un regalo más para alegrarme,
porque sentado a la sombra
de un viejo árbol
disfruto del paisaje que ante mí
se abre como las alas de una hermosa  ave
y me lleva a los confines más secretos
de la tarde.
Respiro lento y profundo,
lleno mi alma de paz
porque todo lo que he hecho
ha sido con fervor, pasión y fe.
Me doy un tiempo a solas
en la inmensidad de la naturaleza,
estoy a la vera de un camino
poco transitado,
me he quitado los zapatos
y camino un  trecho con los pies descalzos.
Siento fluir la energía de la naturaleza
por todo mi cuerpo.
Recordé mi niñez
y sonreí por aquel tiempo
en que fui feliz entre tanta carencia
de cosas materiales
pero incomparable de riquezas
y experiencias
compartiendo juegos con mis hermanos
aquellas interminables tardes.
Un camino serpentino y pedregoso
que se pierde entre la bruma de la tarde,
me inspira a repetir viejos recuerdos.
Sigo el caminito de hormigas arrieras,
atrapo grillos para contar sus patas;
quién me viera volteando piedras
y revolviendo la  hojarasca
para recolectar chinchillas,
ciempiés y alguno que otro bicho raro.
Vuelve  a florecer mi fe,
las raíces de mi herencia
clavan sus recuerdos en mi memoria
y echan flores que perfuman mis sentidos.
Esto es felicidad en tiempos de carencia emocional.
Adentro mis palabras en el oscuro silencio
del tiempo perdido,
vierto la miel de los recuerdos
en los labios del destino,
y nuevamente suspiro cuando voy de regreso
al mundo de los vivos.
Porque todo y nada  he tenido para ser feliz,
porque ya nada espero,
estoy en paz conmigo mismo
disfrutando lo que la vida quiera regalarme.




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