Porque
tarde o temprano
la vida
nos enfrenta a la adversidad
y tenemos
que afrontarla
aunque
no queramos.
Cuando
ese día llegue,
quiero
un hermano cerca de mí,
que ofrezca
su hombro sobre el cual
me
recueste a llorar por mi desgracia;
y
cuando llorar más no pueda,
llore
por mí y se conduela.
Yo
quiero un hermano que me ayude
a hacer
lo que no podré
en
ese momento de zozobra,
que
tome mis manos
y me
hable confortando mi alma ante la afrenta;
un
hermano que me lleve un vaso de agua
hasta
mi cama
y me
dé a beber para calamar mi sed.
Y
cuando el dolor en mi corazón
sea
demasiado grande para soportarlo,
ofrezca
el suyo para descargar mi pena.
Quiero
un hermano de sangre,
nacido
en la misma cuna
para
compartir el silencio
cuando
las palabras sobren
y
mis lágrimas se agoten.
Quiero
sentir su presencia cálida y discreta,
su
brazo fuerte que me ayude de nuevo a caminar.
Quiero
que ese hermano esté conmigo siempre,
en
las buenas y en las malas,
que su
palabra de aliento sea
bálsamo
para mi afligido cuerpo,
fe
para mi alma trémula
y
esperanza en mi corazón
para
seguir por la vida
con
la frente en alto,
aun
cuando mis heridas
a
veces sangren nuevamente
mientras
apresuro el paso.
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