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domingo, 22 de julio de 2012

Viajero del tiempo



Qué pena que el llanto acabe ahogado
en el oceánico gentío.
Ya no quedan plegarias, 
no quedan esperanzas,
ni sueños;
solo una espesa calma que se mezcla con el polvo
de recuerdos que empiezan a ser viejos.
Hay un  vacío de sonidos cotidianos
y  otros nuevos que se alargan infinitos hasta el alba.
En  este abismo donde solo hay
Incertidumbre,
dolor,
desolación y queja.
¿Dónde está la vida?
La sorpresa de  un espasmo  fugaz,
rigidez en las extremidades
y luego frio en el cuerpo,
frio en la boca,
frío en los labios azules
y el azul del cielo se torna gris,
oscuro y luego  negro,
un profundo negro
por donde escapa la luz
y las pupilas se dilatan.
Muchos ojos enrojecen
y la hoguera en el pecho
incinera otro cuerpo
marcado por la herencia.
El grito fluye,
corroe los tímpanos
y abre grietas en la razón;
escalofríos,
silenciosas miradas,
cómplices comparsas de ojos
que siguen la escena,
protagonistas de la misma trama.
Conocen el rito del dolor ajeno,
murmuran entre sí
pero faltan brazos para aliviar la pena.
Por eso no voy a partir,
me quedaré hasta que el último pésame
caiga con la fuerza del compromiso cumplido.
Un adiós,
un lo siento,
todo está consumado.
Y de pronto
me doy cuenta
que en el libro de la vida
mi historia se acabó.
Por eso viajé en esta dimensión
donde el dolor ya no se siente,
donde no puedo llorar,
donde nada espero de la gente;
donde simplemente soy
viajero del tiempo.


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