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jueves, 19 de julio de 2012

Una vez un hombre



Una vez un hombre 
conoció a una mujer
y se enamoró de ella
con toda la fuerza de su ser.
Era muy joven y  tan bella,
que el hombre  le entregó su corazón
sin condiciones.
 A su lado fue feliz y la amó
de tal manera que jamás dudó
que su amor eterno fuera.
La hizo su princesa,
construyó un castillo de sueños
y su vida  la vivió con ella
como si fuera un cuento
del más puro y tierno amor.
Era un idilio tal entre los dos
como nunca hubo otro igual.
La llenó de regalos y atenciones,
de tesoros invaluables;
la vistió con las mejores prendas
y los perfumes en su cuerpo
destilaban más encanto que las flores.
Los años pasaron
y aquella encantadora princesa
de pronto un día al mirar
en el espejo su imagen sin igual,
oyó que su reflejo le decía:
-Niña hermosa,
mira el mundo,
 a tus pies rinde tributo,
¿Por qué compartes con un viejo
la hermosura de tu edad?
Anda, sal de tu castillo,
vive como viven las mujeres de tu edad.
Tienes la virtud de las doncellas
y eres entre todas la más bella.
No lo pienses más,
un apuesto joven ya  te espera-.
Y al volver la vista
descubrió en su alcoba
a un anciano recostado y dormitando
y no al hombre
del que se había enamorado.
Salió sin decir adiós
y se perdió en el horizonte
atestado de transeúntes.
Cuando al fin aquel hombre despertó
se dio cuenta que estaba solo
y lloró con desconsuelo
pues sabía que el destino le cobraba
el precio justo
por vivir a plenitud
su más caro sueño.
Tenía sin embargo
en su memoria,
todos los recuerdos
de aquellos bellos años.
Su amor le acompañaría
hasta el último de sus días
y una sonrisa al fin
en su demacrado rostro
dio paso a la serenidad
de quien lo ha tenido todo.




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