Las huellas hablan,
cántaros llenos de ideas
vertidas sobre los nuevos días
que florecen esperanzas
y sueños dorados de sol.
Semillas que alimentan el hambre por ella,
hambre de comer tardes calientes,
acostados,
recostados,
o quizás sólo dormir,
sólo entumecer las sienes con besos
por cada lágrima vertida,
tanto destilar hiel mientras fermenta la vida.
Llorar no lo es todo,
el alma no se baña en lágrimas;
sólo se desnuda
y lo hace porque le gusta el rocío matutino,
estirarse mientras el pie
pone su huella en cada día,
eso es felicidad frente a la certidumbre de saber
que ya no hay retorno
para los años que se fueron
porque ahora sólo son palabras,
sólo son huellas.
II
Una huella es la piel de una idea
que se hizo polvo
y luego nada,
ataúd de un recuerdo hecho a la medida.
Cuando muere,
el tiempo diseña la huella
centímetro a centímetro
sobre el contorno de esa idea
que empieza a esfumarse,
a entremezclarse con el paso
de otros recuerdos que quieren también
ponerse cómodos.
La huella se amolda a un cuerpo
amorfo de ideas
distorsionado por imágenes
y otros recuerdos que aún no tienen
su propia lápida.
Como danzantes que se mueven
y sus vestidos de mil colores
se entremezclan
y al fin son una sola comparsa.
Una huella es con el tiempo un basurero
que se va llenando
del polvo de otros tiempos.
Es un canasto de flores,
una rendija donde se escurren
pedacitos de ideas.
Una huella también es un recuerdo,
un zapato para un pie
que siguió creciendo hasta echar raíces
y canas al viento.
Una huella se llena con botellas
y copas de miel,
endulza la orilla del pantano.
Brota del fango,
es una flor de loto;
emerge de la tarde cual herida celeste,
nace de la nada,
como una generación espontánea del dolor.
Brota lágrima, río,
torrente que martilla la montaña
hasta hacerla guijarros
con su cuerpo escurridizo,
y luego,
cuando el lodo alcanza el abisal desafío,
reconstruye un nicho donde sedimenta
la esencia del amor,
masticado,
regurgitado de las entrañas del tiempo,
hecho polvo,
diamante.
Tesoro del ermitaño que un día
soñó con poseerlo todo,
pero que ahora,
en la esquina de tiempo
se convence a sí mismo
que no estaba en sus manos
transformar el mundo.
Era designio de un poder
superior a su fantasía,
el cual doblegó su voluntad
a fuerza de repetir conjuros,
plegarias que el cielo ignoró
por equivocación.
Ya no hay a quién culpar de los errores,
son tan evidentes
como un álbum fotográfico.
III
Un recuerdo es una huella
y las huellas también tienen
un alma que anda en pena,
llorona de mil noches,
llorona de mil besos,
de miles de pasos que van
y vienen sin descanso,
ni destino.
La huella busca su corazón a ciegas
en las noches bohemias,
cuando alrededor de una quimera
se escuchan los lamentos
de otros pechos vacíos;
quizás los corazones
se cansaron de lo mismo
y se fueron a lavar las heridas
con aires de tiempos nuevos,
en una alberca de horizontes
donde se sumergen
buscando una moneda
para saldar sus dudas.
IV
Una huella respira
porque tiene el alma encendida
Es la escritura del alma,
la flor del recuerdo,
La envoltura del regalo que se abre
después que la fiesta culmina.
Una huella es una vida en sí misma.
Es la cicatriz que deja el amor
cuando termina.
Existe sólo porque sí,
y muere como todas las cosas vivas,
se hace, vieja, se desgasta,
se erosiona
y se transforma lentamente
hasta borrarse de la memoria.
Y cuando acontece esto,
entonces la juventud ha partido
sin darse uno cuenta,
se arrastran los pies,
languidece el pensamiento
en horas de sueño
cada vez más largos,
más vacíos.
Una huella sólo muere
cuando muere su poseedor.
Entonces la huella
se convierte en epitafio.