Vi una cueva sin dueño,
las aguas que arrasaron una isla
y unas dunas sonrosadas
que el destino perdonó,
A oscuras toqué espinas de una zarza
y dormí entre las redes de una araña.
Arranqué flores a la orilla del camino
y sentado al borde del abismo
jugué a contar los pétalos,
las horas.
Vi una nube negra,
sentí la humedad de su escurridizo cuerpo
y el sudor bañándome la piel.
Creí encontrar el paraíso
y todas las respuestas.
El desierto se ensancha,
pinta una línea eterna.
Sigo deshojando una flor marchita.
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