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domingo, 24 de octubre de 2010

Hagamos el amor

IV parte
-“Hagamos el amor”.  Dices mientras avanzas  dejando caer la toalla que  apenas cubre tu delgado cuerpo. Apagas la luz pero los últimos  rayos de sol  que se filtran  entre las persianas iluminan  la habitación. Parada frente a mí, el contraste de tu silueta hace que entrecierre los ojos y prefiera mirarte  con mis manos. Camino tus contornos  con las yemas de mis dedos, presiono suavemente tus caderas y los surcos se llenan de un color sonrosado en la blanca piel que aún conserva la humedad  del baño. Hueles a jabón y hembra; transpiras deseo y la vibración de tu agitada respiración sofoca los latidos cada vez más rápidos de mi corazón.
-” Hagamos el amor”. El perfume de tu voz penetra mis oídos  y despierta los instintos antes que la noche consuma una veladora aromática con que intentas disipar tus fantasmas y temores. “Hagamos el amor”, y ya estás con tu lengua lamiendo mi entereza; despiertas a la fiera que se revuelca entre la razón y la premura. Tu piel se vuelve una llanura donde el depredador acecha a la presa, donde la muerte se consuma  en cada centímetro de piel que los labios arrancan  y  el colmillo se incrusta en la carne trémula; alguien quiere salir vencedor, alguien  se come los espasmos del  más débil. Pero nadie gana en esta lucha de cuerpos desnudos que caen en la fosa común, revolcados en su propia sangre que golpea los sentidos. Un estertor, un gemido eriza la piel, aquí estás encima de mí, gozando con tu dominio de amazona  cada  embate de mis ansias; aquí estoy debajo de ti, viendo tus erguidos  soles moverse por mi cielo arrastrando mis manos. Tengo la certeza que hay un empate entre tus deseos y los míos. Una tregua para respirar y no morir en el intento de arrancarnos la vida a besos. “Hagamos el amor “y no hay tiempo para pensar si el amor se hace, o nace.  Y no hay tiempo porque las horas se fueron deslizando como una serpiente que mordió nuestra cordura y ahora se marcha por debajo de la puerta hasta perderse en la oscuridad de la noche, que llegó para recordarnos que  ahí estamos envenenados de pasión  después de dos meses sin vernos. 
Y cuando más negra es  la noche, la luz artificial me deja contemplarte tal cual eres. A lado mío, como una muñeca desmadejada, estás apenas dormida y aprovecho para memorizar cada parte de ti, dibujándote, sacando una copia tridimensional para recrear en mis pensamientos. Hay sin embargo detalles que no encajan en mis recuerdos, Algo me dice que el paso de los años se llevó irremediablemente lo que mi memoria aún conserva celosamente de ti.
“Hagamos el amor”, y  recuerdo que no era necesario hacer el amor todos los días para estar profundamente enamorado de ti. Entonces el amor era más idealista, más desprendido, era más de dar y esperar;  era una energía vital que brotaba desde mi corazón con la fuerza de un volcán en erupción; que llegaba a ti y te bañaba de mi calor aun cuando lejos te encontraras y tenía la certeza de que me sentías dentro de ti como un fuego quemándote dulcemente  el alma, así me lo decías en tus mensajes breves, así  lo sentía todos los días  que no estábamos juntos. Entonces podía amarte todo ese tiempo con una sola promesa tuya: -“Cuando estemos juntos hagamos el amor sin pedir explicaciones, sin recelos, sólo porque sí, porque lo deseamos”. Y ahí estaba siempre esperándote cada fin de semana, con los labios llenos de promesas y ahí venías tú con las manos llenas de caricias para mí.
Esta es la segunda vez que hacemos el amor como a ti te gusta, son tus tiempos que respeto, son tus espacios en que duermo, mi vida gira alrededor tuyo, de tus caprichos y antojos; soy un guardián de tus deseos y hoy cumplo uno más, te he traído todos mis recuerdos, todos mi pensamientos para satisfacerte una vez más. Muevo tu cuerpo para despertarte, te doy un beso mientras  regresas de tus sueños y me miras sonriendo, estirando tus manos a mi cuello para darme un beso. -Si amor, es hora cumplir con lo pactado. Es un pacto entre los dos, lo sabemos, ya no necesitamos protocolos y con esa candidez que raya en lo ingenuo,  desvías la mirada hacia el buró donde reposa la carpeta.  -¡Lo trajiste!  Estiras tu cuerpo y tomas entre sus manos el preciado tesoro. No puedes contener tu curiosidad, abres el folder mientras tus ojos se llenan de  azoro. Yo te observo sin moverme, fascinado. Tienes el encanto de aquellos años mozos, tienes el cabello blondo y con los bucles cayendo por entre tus desnudos hombros. Juraría que fue ayer cuando así te contemplé aquellas veces en nuestros cómplices encuentros. Te apresuras a sacar los escritos; uno a uno los revisas y en tu rostro se refleja la emoción del momento. -¿Trajiste también las fotos? –Sí, contesto. -Bien, entonces ya sabes lo que prometimos hacer. –Claro, aquí está el encendedor. Lo enciendes y  acercas  a la flama una carta que  comienza a quemarse lentamente, nos miramos intensamente,  ensimismados en nuestros pensamientos.
-“Ahí dice que eres el amor de mi vida”.-Puedes decírmelo una vez más, contestas  sonriendo. Me levanto de la cama y tomo un bote de basura que acerco a donde las cenizas empiezan a caer, una delgada espiral de humo sube y se dispersa, en los ojos de ambos las lágrimas brotan pero disimulamos muy bien. -Ah, maldito humo, me nubla el pensamiento, no puedo concentrarme en una idea coherente.- Me arden los ojos, este humo me cega. Pero no hay marcha atrás, uno a uno los textos van pasando en el ritual de la incineración. Tus manos sostienen firmes cada carta que arde y se reduce a cenizas. Una hora después el cesto  ennegrecido atestigua el rito. -¿Algo más qué quemar? -Nada. Ya no hay evidencias, no tenemos pasado. Entonces  tomo tu rostro con mis manos y te acerco a mí para decirte entre dientes: -“Ahora quememos nuestros cuerpos en este fuego que se apaga. Quema mi boca con el ardiente beso que desfigura tus labios, una lengua de fuego no es suficiente para meterse en mi interior y consumir mi corazón, mejor aviéntame   a la hoguera, deja que tu cuerpo explote con mi mecha impregnada de celo. Si has de sentir calor, que sea junto a mí, si has de consumir tu amor, que sea conmigo. Que las cenizas vuelen y cubran el cielo con su gris color, porque después de quemarnos sólo seremos una brizna antes de partir, ya no habrá más textos, no más pensamientos ni nadie que guarde estos últimos encuentros”. -Estás loquito.  Dices mientras me empujas  en la cama y me abrazas. Y pienso que dices la verdad, que hace mucho esta situación enloqueció mi corazón y trastornó mi vida o nuestras vidas. Estamos juntos haciendo lo que solíamos hacer cuando sólo éramos tú y yo, pero hay algo en mi mente que empieza a desencajar. Fueron  pocas las veces que compartimos así, fueron tan escasas las horas, que prácticamente memoricé cada uno de esos encuentros. Las fotos que te tomé fueron cientos, y miles de veces las contemplé en tus prolongadas ausencias. ¿Me enamoré de ti o de tu imagen? ¿Me enamoré de una chica de papel? ¿De una fotografía? Cada palabra tuya encuentra una huella en mi memoria, cada detalle tuyo tiene un molde en mis neuronas. Pero algo ya no encuentra su lugar y poco a poco como un lejano eco tu voz me va sacando de esta cavilación. -Amor mío, ya me voy. -Si claro, te vas. -Es tarde, debo irme ya.-Me esperan en casa para cenar. Ya no te digo que a mí también me esperan, que hace mucho me ausenté de la verdad para vivir una realidad virtual. Quizás mi vida está dando vueltas en un círculo y me temo que estamos en el mismo lugar pero ya no somos las mismas personas, hemos cambiado. El tiempo nos ha metido en una paradoja. Y yo que  siempre creí que el amor es eterno. -¿Cuándo nos volveremos a ver? –El mes que entra, yo te aviso. Te acompaño hasta la puerta del departamento. Nos despedimos con un breve beso. Sales con premura y  una última mirada muere mutilada cuando cierro la puerta tras de ti.
Ahora que estoy solo, repaso cada segundo de este encuentro. Miro el cesto, la cama, las paredes… todo este escenario para una obra interpretada una sola vez, y comprendo que tuvimos más errores que aciertos. Que lo que estamos viviendo es la agonía de un amor  que fue y que ahora,  el espíritu que le dio vida también ya no está  en ninguno de los dos. Ahora que no quedan recuerdos físicos, ahora que no hay evidencia, intento verte pero en mi memoria no hay  rastro tuyo. Tenemos la promesa de una cita.  Miro las cenizas una vez más, mientras mi corazón tiembla de frío. (Continúa)




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