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lunes, 8 de noviembre de 2010

Hagamos el amor una vez más.





































Hace un mes  nos vimos por última vez, en todo este tiempo no he dejado de pensar en lo que hacemos y lo que pasará después. Algo es seguro, ya no podremos seguir así. Quiero imaginar que todo fue un sueño, que el pasado no existe pero es inútil engañarme.
Me apresuro por llegar a la cita, voy decidido,  hoy será la última vez que nos veamos, nada me hará cambiar, sin embargo, mi corazón se resiste y brinca hasta casi salirse de mi pecho.
Me he arreglado con esmero, todo nuevo para esta ocasión porque quiero que me veas y recuerdes como siempre, los zapatos boleados, camisa nueva y el perfume que tanto te gusta sentirme. Me vestí como para ir a una fiesta  y sin embargo, siento que voy al patíbulo, no me preocupa morir, sólo quiero que esta agonía no se prolongue.
Antes no comprendía todos los porqués pero tú me fuiste enseñando que en la vida hasta las víboras cambian de piel y hoy tengo para ti una coraza nueva que me aprieta, que me hace sudar mientras avanzo con pasos largos y rápidos tratando de ganar tiempo a este destino que ya no cabe en los pocos minutos que nos quedan.
Está nublado, pronto empezará a llover, ni el clima respetó este momento tan importante, parece que quiere consumar una venganza maligna contra ti o contra mí, quizás contra los dos por insensatos. Estoy a un minuto de encontrarnos, me encanta ser puntual y me alegra ser así, aunque hoy aprieto los puños hasta casi enterrarme las uñas en las palmas de las manos. No es coraje, nunca podría tenerlo en tu contra. Siento que es algo más profundo y más llano, no sé dónde empieza pero termina envolviendo   mi corazón y lo estruja entre sus garras hasta hacerlo pedazos,  no importa, ese era nuestro destino y lo sabíamos sin torturar nuestras conciencias, sin cuestionar estos momentos surrealistas donde nos encontramos atrapados, entretejidos en una relación que involucra no sólo nuestros corazones sino también otros dos, cada uno por su lado, cada uno con una historia paralela que inició sin  haber terminado lo nuestro.  
Empieza a caer una ligera llovizna, el cielo está ennegrecido y unos rayos a lo lejos anticipan un aguacero. Intento refugiarme en alguna marquesina de la calle todavía  repleta de gente que intenta resguardarse del inclemente tiempo.
No sé cuándo perdí el control de la situación, voy a la cita contigo pero intuyo que todo el valor que me mueve, ante tu presencia, será sólo un intento desesperado  por escapar del vicio que nos carcome el alma y  ha marcado para siempre nuestros cuerpos.
–¡Maldita lluvia!–, arrinconado en esta esquina, pegado contra la pared el aguacero arrecia, finalmente me moja. Entonces salgo de mi improvisado escondite y camino lentamente dejando que la lluvia me bañe por completo, resignado a mi suerte camino arrastrando los pies, pateando de vez en vez el agua de los charcos sin importarme nada.
Recordar aquel pasado abre una herida  que nunca cicatrizó. Fue como una ampolla que siguió creciendo bajo la piel hasta reventar y despertarme con los ojos húmedos y el terror de una pesadilla pintado en el rostro. Ahora, en esta segunda oportunidad que nos dio la vida, quizás no abrimos una  brecha lo suficientemente ancha para evitar que el fuego cruzara la débil cordura,  cuando nuestros ojos se reencontraron en medio de las cenizas. 
Llego al departamento escurriendo agua, todo empapado, entro con cuidado. No tienes la llave, por eso procuro dejar la puerta entreabierta para que puedas entrar como siempre lo haces.  Me desvisto y acomodo mi ropa en una silla bajo el ventilador. Me doy un baño con agua tibia, salgo apresurado y me meto entre las sábanas, sé que estás por llegar. Unos momentos después escucho  un vehículo detenerse y luego entras empujando la puerta:
–¡Amor, dónde estás!–. Caminas apresurada y te tiras encima de mí. El tiempo se detiene, un huracán inunda el cuarto y arrebata nuestros cuerpos en una danza de tribal encanto y frenesí. El tiempo pierde su dimensión y lo único que cuenta es la euforia del momento. Pero hay algo que  impide seguir el ritmo de este apasionado juego.
—¿Qué piensas amor?—. -En lo que te dije la otra vez, que amar a veces duele, pero no me crees-. Ríes y juegas colgada de mi brazo como una chiquilla mientras yo trato de mirarte a los ojos para hacerte sentir que esto es algo serio.
–Amar a veces duele. Duele cuando el amor no es libre, cuando no tiene voz propia, cuando el secreto arrincona las palabras estrujándolas contra el corazón,  un dolor que raspa el deseo de las cosas sencillas y las desangra, que  arranca la piel y expone la herida al sol del  medio día, un dolor que hace bajar la vista como si amar fuera un sentimiento indeseable. Duele cuando el amor se resiste a ser  condenado al olvido sin haber terminado, cuando está más vivo e ilusionado—.
Estoy  aquí, todo serio, intento atrapar tu atención, pero  te escurres  entre mis manos como  cristalina agua; de pronto te transformas en una enredadera y subes por  mi cuerpo, sofocas mi habla con tu aliento, me das  besitos en la cara, en mi cuello y tu risa se incrusta en mí como una puñalada cada vez más profunda.
—Te quiero, te lo he dicho mil veces y siempre me callas con un beso–.
—¿Para qué me lo dices?, mejor demuéstramelo así–.
 Muerdes mis lóbulos y te los chupas, muerdes mis labios y te los comes, muerdes mi corazón y te llevas mi vida entre los dientes; entonces me miras con esos ojos que adoro, los entrecierras y tu ceja derecha se levanta mientras  un mohín desdibuja tus labios. Aprovecho esta tregua para decirte  que te quiero, que necesito expresártelo ahora, que  ya no puedo callarlo, que estoy a punto de estallar y prefiero mejor separarnos, decirnos adiós; mi voz tiembla, casi es un susurro y piensas que estoy jugando.  Para ti todo es fácil, todo es broma, no hay imposibles para tu imaginación y tu traviesa alma.  Tus gestos pasan de la curiosidad al azoro, de la extrañeza a la duda y luego empujas hasta el fondo esa daga que  martiriza mis entrañas.
–Loquito–.
–¡No te rías! ¡Es en serio!–.
Y mientras te  callo y observo, mi mente se fuga hasta encontrarte en aquellos momentos en que te conocí. Así fuiste siempre de graciosa y risueña, con esa forma aniñada de ser, con esa chispa de vida que te iluminaba el rostro y me hacía sentir  el hombre más feliz del universo. Fue aquel entonces cuando supe que en mi corazón empezabas sutilmente a hacer tu nido y   luego te metiste  hasta ocupar todo mi espacio y tiempo al grado de ya no pensar en otra cosa más que en ti. Me enamoré perdidamente, hasta el hartazgo, por eso acepto tantas cosas que mi lógica rechaza; pero, qué puedo hacer cuando el corazón me empuja a tu lado, cuando siento que la fuerza que ejerces sobre mí se asemeja a dos imanes que se atraen  por sus polos opuestos. Somos tan diferentes y sin embargo eres mi alma gemela, somos tan distintos y a pesar de ello, a fuerza de estar juntos me volví  tu lado oscuro, tu lado perverso.
–¿Qué me quieres decir, amor?, ¿qué significa amar a veces duele?–.
Tu voz me saca del letargo, vuelvo a ti y mi boca sella tus labios para que no  hagas más preguntas.
–Nada. Ya no deseo decirte lo que pienso–.
Y ya  sólo  quiero comerte a besos, ahogarme en las profundidades de tu cuerpo y no salir de ahí hasta reventar de gozo. Después de todo, es lo que  tú también deseas, lo sé porque  no opones resistencia a la urgencia de mis manos que resbalan por tu piel y se aferran a cada redondez exquisita de tu cuerpo,  disfrutas anticipadamente  el momento sublime en que caeré  al abismo insondable de tu sexo. Brota de tu boca una magia de colores encendidos, pintas mi cuerpo a tu antojo, soy un lienzo para tu intuición de arte abstracto con la pasión y el frenesí de quien ha encontrado por fin su inspiración. Me dejo llevar por esa sensación  de levitación divina, donde mi piel parece adherirse al pincel de tu aliento, me voy haciendo cada vez más grande  para  tus intrépidas manos y tus manos más pequeñas  para mi delirante cuerpo. Mi pequeña traviesa es una espiral de fuego, un volcán de dimensiones infinitas que hace arder mis venas por fuera y por dentro. Me revuelco entre tus llamas que crecen y crecen hasta alcanzar el cielo y voy espasmo a  espasmo  donde se pierde la noción del tiempo. Me aferro a tus caderas como si en ello se me fuera la vida; al borde del precipicio mi locura suicida me empuja a saltar al abismo  y salto. Voy en caída libre, feliz viajero  en  un universo interior  de nebulosos y húmedos bordes; desnudo y yerto. Y  en este momento estamos cada quien por su lado;  y estamos a la vez del mismo lado, acabados, jadeantes y abrazados sin más ganas que jugar al cíclope, mirándonos  fijamente a los ojos hasta que  vemos uno solo, entonces ríes y el dolor vuelve espantoso a estrujar mis heridas. Una fascinación  empieza a comernos a ambos, entrecierras los ojos y me preguntas:
–¿Qué me querías decir?–.
–Nada importante–.
 De pronto, no sé por qué, a tu lado  me siento un muñeco de trapo. La lluvia ha cesado, el ruido de los transeúntes y vehículos se cuelan por la ventana, y la penumbra del cuatro nos indica que ha llegado el momento de despedirnos. Enciendo una lámpara del buró que ilumina tenuemente la habitación. Te levantas de la cama, te observo mientras caminas al baño. Tu cuerpo menudito y perfecto proyecta una sombra distorsionada en la pared que crece hasta alcanzar el techo. Es una sombra que intimida, que me demuestra que el poder ha cambiado de lado.
Busco mi ropa, está aún húmeda y hecha un asco. No pude mostrarme ante ti, gallardo y apuesto. En el radio-despertador se anuncia un tardío ciclón con rumbo directo al estado. Sales del baño envuelta en la toalla secándote el pelo, distraída y absorta en el espejo, eternizo ese momento en mi memoria con mi  silencio. Te vistes y  maquillas,  antes de salir  te detienes coqueta y me miras modelando tu vestido negro. Giras sobre las puntas de tus pies de un lado a otro y echas tus cabellos hacia atrás con tus gráciles manos, sonríes, me mandas un beso volado.
–¿Amor, cómo me veo?–.
–Divina. Igual que cuando te conocí. Pero no te vayas todavía, quiero que me digas cuándo nos veremos otra vez–.
 –No sé, en casa hoy haremos  planes y diciembre está cerca–.
–¡Calla! ¡No me digas que te esperan!–.
–¡¿Celos?! Mi vida, sabes bien cómo está nuestra situación. Pronto habrá una solución, te lo prometo–.


Antes de cerrar la puerta nos damos un beso, pero  no es una despedida definitiva. Un mes más, tal vez dos. Tomo mi ropa, me la pongo y salgo a la calle,  el ambiente se siente húmedo, charquitos reflejan las luces de un automóvil que pasa.  Pocas personas caminan, me pierdo entre ellas. Llevo el alma hecha un desastre, el corazón aún herido mortalmente silba una letanía de ensueño, quizás esperanza;  en el ambiente  una densa calma presagia tormenta.


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