Ávido de encontrar el paraíso,
la diferencia de los sexos ya maduros
preguntaba
¿serán negros o rubios como sus cabellos?
o quizás como los de mi amiga,
que una tarde junto a la charca,
se levantó la falda para mostrarme
la mariposa negra
posada en su entrepierna.
Aquella jovencita que venció el temor
y rompió el silencio
para contarme
su púrpura vergüenza en luna llena.
Tuve que confiarle mi propia pena,
decirle de mis sueños húmedos,
del gusto por el aroma de su pelo,
del deseo eterno por robarle sus secretos.
Y después de diez o más ocasos,
de preguntas sin respuestas,
su inocencia me enseñó
cuán distinto huele una mujer
en luna llena.
Ella se fue con la primera bruma,
no dijo adiós, pero su esencia flotaba ahí,
en cada falda,
en cada tarde junto a la charca.
Fue una búsqueda ciega, sorda;
oía quebrarse el musgo,
romperse las bragas, pero ella,
ya no estaba.
Mi primera amiga se esfumó
sutilmente en mis pupilas.
Las tardes aquellas
Las tardes aquellas
fraguaron su herencia.
Está aquí,
de nuevo en todas ellas,
aunque lo confieso,
en aquellos tiempos de primavera
no sabía aún cómo era.
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