No pongas en tu boca estas palabras,
que me amaste
con la virtud de tu inocencia;
que esa entrega fue un acto de amor,
porque el amor entonces,
no estaba en ti.
Cierto,
tenías una gracia natural
para mirar y seducir,
sabías besar y derribar temores,
levantar castillos y encender pasiones.
Y jugaste conmigo sin conocerme
y lo entregaste todo en ese encuentro;
menos amor.
No me pudiste mentir,
estabas abierta a la luz
y la luz fue un dogma dentro de ti.
Tu boca se abrió
y dijo lo opuesto al amor
mientras caía de hinojos
ante tu esplendor,
desmadejado y yerto.
Pudo haber en ti,
en ese instante supremo
la comunión entre los dos.
Pero cerraste los ojos
y lloraste;
a cambio,
yo enjugué de tu rostro acongojado
una lágrima sin sal.
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