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lunes, 1 de noviembre de 2010

Va cayendo la tarde

Va cayendo la tarde con la inercia
del día
como si las horas le pesaran una eternidad
en la pupila.
Quiere dormir,
olvidarse de su existencia,
por eso se recuesta en la mullida alfombra
de los árboles,
languidece entre los hilos telegráficos,
y en los postes de luz se detiene a leer
el último capítulo de su historia.

Va cayendo sobre la espalda del hombre,
lleva el paso de los días y los años
con la misma rutina.
Levantarse antes que el sol,
ceñirse el vestido
según el tono del día.
Caminar al mismo sitio,
bostezar cien veces
para distraer al verbo en su discurso incoherente,
como la tarde misma que diluye su concepto
en las primeras sombras de la noche.

Dar apariencia de vida cuando cae la tarde
no es un acto de fe ni de valores;
podemos mentir a otros
porque la oscuridad es cómplice del timo
y no perdona la inocencia.

Va cayendo la tarde y el párpado también cae
con la intención de borrar en un acto la memoria.
Quiere contar sus últimos rayos de sol,
amortajar el púrpura cadaver de una nube.

Necio

No sabe que ésta ha apilado
año tras año la experiencia de lo inmundo.
Va cayendo la tarde, se parece a mí,
acaso porque no encontró
más amigo que un perro en la calle,
una puerta cerrada,
un hogar bajo la sombra del árbol
y un enigma por único juego.
Va cayendo la tarde
en la certeza de lo incierto.

La tarde y yo, caemos.
Me repliego en mí mismo;
en sus límites.
Me abrazo a las cosas en compulsivo instinto,
tal vez quiero enjendrar la raiz del acto primero,
la creación de una vértebra nueva,
un valor, un muro que detenga
el rodar de los astros
en un universo que no es eterno
y tampoco nuestro.

He caído en la noche, la tarde duerme.
Mi último recuerdo es un valor sin fe,
una fe que no vale.

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