El botón que mana de la herida
entre mis manos danza un son de muerte.
Se desangra el corazón de acero.
Su única vena,
su pétrea vena,
en espasmos pintados del ocaso
canta como el cisne su agonía,
y del eco que se expande en la cascada,
brotan débiles murmullos,
hijos todos de un labio mudo.
¿Quién escucha el canto de la muerte?
Hongos nacen y mueren en instantes,
pero el grito se mantiene eterno.
Hay algo más hermoso que la muerte.
El parir eterno de la vida.
Ese himno que llega a la conciencia
y revienta aquí en el alma.
No tengo tiempo,
ni puedo ver en el pasado.
Sólo escucho el rodar
de la existencia milenaria.
Morir, nacer mientras se llora.
Qué hermoso fuera
si todos pudieran mirar
al escuchar cómo se llora,
la ceguera está en el alma.
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