Anoche, mientras dormías,
te observé detenidamente por un tiempo indefinido,
no sé cuánto,
porque yo también me dormí sin darme cuenta.
¿Imaginación, sueño?
De pronto la noche revivió los pasajes aún frescos en mi memoria.
Te vi pálida, ausente,
con la penumbra empañando tus facciones,
escurriéndose por los ángulos inexpresivos de tu rostro.
No eras tú,
me lo dijo el espejo que reflejó tu imagen en la habitación.
Miré tu cuerpo flácido,
inmóvil,
apenas cubierto por una sábana
y pude apreciar el suave ritmo
de tu respiración a través de mi congoja.
No eras tú,
pero el perfume era inconfundible,
te miré a través de mis temores
y no reconocí tus gráciles gestos cotidianos.
Tomé tus manos frías,
te acaricié el cabello, los párpados,
y dije quedo, como en secreto,
¡te quiero!, no me escuchaste.
Mi grito ahogado se escurrió por las paredes
corroídas del tiempo.
No eras tú,
luché con ese antagonismo indescriptible,
y sentí mi corazón cual barca
a la deriva.
Acerqué mis labios a los tuyos,
te dí un beso con la esperanza de que abrieras los ojos
y me sonrieras,
que dijeras una palabra cualquiera,
pero estabas quieta, callada.
Mi mente se pobló de extraños fantasmas,
de imágenes confusas,
lloré contemplándote,
rogando que esta pesadilla pasara pronto.
Y en ese momento de máximo desamparo
la dulce voz de una flor se escuchó
desde la habitación contigua.
¡Es ella! ¡Es ella!
Limpia esas lágrimas amargas que no te dejan verla bien.
Ella está aquí, sólo duerme con la tranquilidad
de saber que todo pasó.
Si de verdad la quieres ya no la hagas sufrir más,
afronta con valentía la prueba de amor más grande
que un hombre le puede ofrecer a una mujer.
Mírala por encima de su delicado cuerpo,
de su hermosa fragilidad.
Ella es hoy como fue ayer,
acaricia su tersa piel,
huele a juventud,
a pétalo de rosa;
tócala,
siente el terciopelo de sus mejillas,
está llena de vida,
su cuerpo es tibio
y rebosa de hermosura.
Ya no la expongas más a la irascible tempestad
de la naturaleza humana,
guárdala de todo mal,
demuéstrale tu amor
y permite que su esplendor alcance la plenitud,
aun si no es contigo.
La flor calló
pero una pregunta se volvió luciérnaga en la oscuridad.
¿Tenía que vivir esta experiencia para entender
que el precio por el amor de una mujer es impagable?
No y mil veces no.
Miré detrás del camino
y las huellas se volvieron espinas dentro de mi corazón.
No fue justo el precio del error;
menos quien lo pagó,
quien sufrió en carne propia el flagelo de la imprudencia.
Sólo pude entender su actitud a través del amor porque sin él,
todo el pudor,
la vergüenza de la desnudez no habría podido justificarse.
Anoche tuve en mis manos las flores más hermosas
que haya tenido en mi vida;
una simbolizando el amor,
la otra el amor consumado;
pero de las dos una brilló como ninguna.
Pedí perdón por lo pasado
y le cedí la decisión de nuestras vidas
sabiendo de antemano cuál sería.
Supe al fin quién era,
la sentí tan cerca y sin embargo dolorosamente ajena,
infinitamente eterna.
He tendido la cama,
y vertido agua en un florero;
en la ventana abierta un rayo de sol
desdibuja una sombra que se aleja.
La flor marchita se deshoja,
necesita acaso una lágrima, un verso…
no un adiós.
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