Bienvenido

sábado, 21 de agosto de 2010

Enséñame



Tú, que me quieres bueno,
que me quieres manso
comiendo de tu mano,
abrevando los enigmas
que te nacen de los labios.
Tú, que me quieres sombra,
sentado bajo el árbol;
dejas pasar los días
y en las tardes de dulces consuelos
miras mis pasos
tras los tuyos, sumiso,
cabizbajo,
apenas mirando
el contorno de tus huellas.
Un susurro en tu boca
engendra un tornado;
un corazón destrozado.
Tú, que me quieres limpio,
sin los deseos ardientes
de un enamorado
que a tus designios me llevas
con las manos atadas,
y a tus encantos dormido.
Tú, que me quieres dispuesto,
afable; pero ajeno a la miel
del panal de tus labios.
Tú, que me quieres esclavo,
que me quieres adivino,
mancebo, casto…
Enséñame las palmas de tus manos,
déjame leer los surcos recorridos,
adentrarme en la locura de tus años mozos,
revivir los días festivos
escritos en las líneas
que enmarcan tu breve camino.
Enséñame a leer tus pensamientos,
meterme en tus ideas,
enredarme en el misterio de tus dudas
y abrazarme ardiente
a la frágil coyuntura que separa mi deseo
de tu antojo…
Enséñame a contar los días con paciencia,
enséñame a mirar tus ojos
sin perderme en su profundo escrutinio;
sin el deseo vehemente de poseerte en tu esplendor.
Tú, que me quieres a escondidas
sin que lo sepan, sin que lo sientas.
Cuando hablemos;
enséñame a mentir al corazón,
cubrirlo de palabras amorfas.
Cuéntame de paraísos perdidos,
de hombres y discursos cortados
con la misma tijera;
dime si los dedos de tus manos
son todos iguales;
cuéntame de ninfas huyendo
de un mórbido destino;
de cicatrices abiertas,
de errores ajenos
y falsas promesas.
Enséñame a mirar el mundo
a través del cristal de un adivino,
porque yo no sé mirar a la mujer que amo
de esta manera.
Tú, que me quieres amigo,
tú, que me quieres ajeno.
Enséñame a mirar el reflejo y no la luz;
enséñame a vivir sin sueños,
mirar el cielo ignorando las estrellas;
no obsequiarte una flor , a ti,
que eres la dueña de lo que soy,
y lo que siento.
Enséñame a olvidarte
en cada curva de una mujer,
en cada gesto cotidiano,
en cada sonrisa de una doncella….
Porque yo no sé mirar a la mujer que amo
de esta manera.
Quizás, si tú me enseñas,
podré quererte menos
y esperar más de lo que darme quieras.
Quizás, podré olvidar que un día te miré
como un hombre mira a una mujer
y la desea.
Si tú me enseñas,
un día te diré que tengo una amiga
casta, pura;
y hablaremos los dos
como viejos conocidos,
reiremos con anécdotas
de amores prohibidos;
contaremos historias,
contaremos estrellas,
contaremos anhelos saltando
las cercas
y entre tantas ovejas
reiremos como dos niños.
Juntos miraremos pasar los días,
tú, con el sermón a cuestas,
yo, con mis ganas en la bolsa
del olvido…









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