Ya ves, me alejé de ti,
no te hablé, no te busqué:
cumplí mi promesa
y te fuiste lejos,
donde estos ojos no te vieron más.
Muchas tardes tirado al vacío,
mordí la cordura hasta hacerla llorar;
nadie junto a mi que entendiera el por qué,
no lo permití.
Tu ausencia no lo fue tanto como la mía.
Años perdido en la abstracción de lo irreal.
Soñar en un mundo inexistente
donde sólo habitabas tú.
Sostenerte en mi puño,
blandirte cual estandarte
para una causa enteramente mía.
Vencer un ejército de dudas,
una lucha sin tregua que curtió la piel
pero nunca doblegó el espíritu.
Y después de tanto descubro que la nada
es un sueño eterno.
Me veo nuevamente ahí, de donde vine,
mas ahora entiendo tu otra dimensión.
Sé que nada eres tú sin mí,
sin justificarte acaso en lo que fue
una breve ironía,
donde hay más ausencia que razón.
Por eso me alejé de ti,
para no mirarte,
no desearte más.
Muchas veces repetí estas frases para creerlas,
cuántas más memorice tus pasos.
Al final, después de tanto,
ya ves, sobreviví,
también tú.
Evolucionamos para siempre.
Te fundiste en mi corazón
y enquistaste en cada fibra de mi ser tu esencia.
Después de todo
el amor tuvo esa virtud;
me volvió a parir, híbrido,
mitad yo, mitad tú.
Por eso, ya ves,
te amo sólo porque sí,
sin que me lo pidas,
sin que lo necesites,
y fluye este amor con una fuerza vital
que amalgama en un cuerpo dos espíritus.
Un sentimiento que te alcanza en mi sueño
y me hace vivir una realidad
de la que no deseo ni quiero despertar.
Eso no lo sabes tú,
no necesitas saberlo.
Te amaré mientras viva,
y después, en la otra vida,
cuando el polvo de mis huesos alcance
los confines del tiempo; desde ahí,
como una plegaria, como un rezo…
Siempre te amaré.
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