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miércoles, 14 de septiembre de 2011

La mariposa negra







Recuerdo que en aquellos tiempos éramos unos niños de escasos años y nuestros juegos estaban más en contacto con la naturaleza. Nos gustaba meternos en los charcos después de la lluvia, patear el agua turbia que escurría por las veredas y la calle rústica donde todas las tardes aprendíamos sobre la vida a través de la convivencia. Nos gustaba atrapar libélulas y mariposas cuando llegaban por cientos o miles para abrevar de las orillas de aquellos charcos que eran nuestro parque de diversiones. Cada quien traía un frasco, el más grande encontrado en la alacena de la cocina o en la basura, daba lo mismo, el chiste era atrapar a las mariposas cuando se posaban en el fango. Paradas ahí, abrían y cerraban sus alas lentamente hasta quedarse quietas por algunos segundos; entonces, con el pulgar y el índice las apresábamos por sus alas y las metíamos a las improvisadas trampas. Ganaba quien llenara primero su frasco. Otra manera de jugar era buscar en los matorrales arbustos de tupido follaje, les arrancábamos las hojas y dejábamos desnudas las delgadas ramas; corríamos con ellas entre los charcos moviéndolas con fuerza de lado a lado golpeando a las indefensas mariposas y libélulas que luego recogíamos por montones. Un juego cruel que en nuestra inocencia no llegábamos a comprender. Había tantas mariposas, de colores hermosos y brillantes; verdes, rojos, negros y multicolores. Mariposas chicas, medianas y grandes. Era impresionante ver cómo llegaban los enjambres y revoloteaban alrededor de nosotros y entre risas y algarabía se nos iba la tarde. Un día pensé que cuando fuera grande estudiaría para saber más acerca de las mariposas y las libélulas. De dónde venían y por qué llegaban todas juntas y de repente se iban, pero sobre todo, por qué les gustaba pararse amontonadas en el lodo si eran tan bonitas. Cuando le pregunté a mi madre de dónde venían ella no me quiso decir, se quedó pensativa y luego me contó que lejos del pueblo, allá tras los grandes árboles que movían sus ramas como gigantescos hombres verdes.

Un día que nuestras travesuras nos llevaron al límite, un amigo y yo nos internamos por aquella vereda que conducía hacia el espeso monte al cual teníamos prohibido ir. Buscábamos unas ramas frondosas para hacer un árbol de navidad, estábamos a principios de diciembre y queríamos lucir en nuestras casas el arbolito que todos los años hacíamos enredando algodón en las ramas de algún arbusto seco. Caminamos por la serpentina vereda, era ya tarde, el sol estaba a escasos centímetros de las copas de los árboles más altos. Llegamos a un claro y pudimos ver desde ahí, unas cercas con un follaje espeso a manera de barrera natural. Mi amigo y yo nos miramos y sin decir palabras avanzamos acercándonos. Una vez ahí, metimos las manos entre el tupido follaje y vimos a lo lejos una enorme casona con muchos ventanales rodeada de un jardín muy bien cuidado. Había esparcidos entre la cerca y la casa abundantes matorrales bien podados en formas diversas que contrastaban con el césped recortado uniformemente. En un momento de aventura, le pedí a mi amigo que entráramos a esa propiedad para ver qué había pero no quiso, tuvo miedo y se regresó sin darme tiempo de persuadirlo. Entonces, movido por la curiosidad, me adentré en aquel extenso jardín y me acerqué a una de los ventanales laterales. Lo que vi, fue el inicio de una aventura que se grabó en mi memoria como una cicatriz imborrable.

Ahí la vi por primera vez, en ese ventanal, agitando las manos esperándolo. Él vino hacia ella, de un salto penetró a la habitación, la tomo de la cintura, pegó su boca a la suya hasta que dejó de reír. Parecía que quería arrancarle a mordidas la sonrisa que destilaban sus labios y lo logró. Después la empujó con su cuerpo hacia el centro de la habitación y ya no pude ver más desde mi improvisado escondite. Continué oculto en el mismo lugar, sólo escuché que gemía, que parecía llorar y reír, eso me asustó mucho y pensé que estaba loca. También despertó aún más mi curiosidad. Salí de mi escondite y me acerqué un poco más. Ella seguía llorando y riendo; entonces hubo un momento que parecieron morirse los dos. Corrí de nuevo al arbusto y esperé hasta que las estrellas aparecieron, mi corazón semejaba un taladro dentro de mi pecho y amenazaba con desgarrármelo. Pasaron los minutos y yo ahí quieto, esperando algo que ignoraba, hasta que ella apareció de nuevo. Lo despidió con un abrazo y un beso, luego él la apartó suavemente de su lado. Con un brinco cruzó la ventana y desapareció por la vereda donde había llegado. Ya no pude ver más porque la oscuridad envolvía todo. Sólo escuché que lo llamó por su nombre, cerró la ventana y luego recorrió las cortinas. Aproveché ese momento para salir de mi escondite y emprendí veloz carrera hasta llegar a mi casa. 

Fue inevitable regresar, la mujer y su mariposa negra me tiene perturbado. Frente al ventanal, parece una estatua esculpida con oro y nácar cuando los últimos rayos del sol que se filtran por entre las ramas de los árboles, tocan su piel, se escurren por su rostro y sus hombros. Aunque entrada en años, se aprecia que es muy bella, de finas facciones, voluptuoso cuerpo y mirada profunda. Ayer creo que lloró, también hoy, porque sus ojos están tristes y su boca tiembla de vez en cuando, como si murmurara algo. Está apenas cubierta por el blusón transparente que deja entrever de cuando en cuando la mariposa negra posada en su entrepierna, la que hace días roba mi sueño. No sabe que la espío, que quiero averiguar por qué ella tiene esa extraña mariposa negra. Mis amigos no me creen, les conté pero dicen que soy un mentiroso y cuando les pido que me acompañen se excusan diciendo que no les dan permiso, pero me creerán si les llevo una evidencia de lo que digo. Mi madre después de oír mi historia, me aseguró que es una bruja que por las noches se transforma en animal, en una mariposa negra que asedia a los hombres y les absorbe la sangre hasta dejarlos secos, pero para lograrlo, se une con alguna mujer para seducirlos. Me prohibió tajantemente regresar ahí, pero yo sé que la mariposa obedece órdenes. La mala es la mujer que la tiene domesticada, ella es la bruja que se alimenta de los hombres.

Viene por aquella vereda con paso ágil, trae un paquete en las manos y como acostumbra, entra por la ventana sin mucho esfuerzo, la arrastra al interior de la habitación y luego de algunos minutos la oigo gemir y reír, por momentos se calla y luego dice palabras incomprensibles. Aprovecho para acercarme y logro mirar al interior, están en la cama, forcejean en una lucha sin tregua mientras él intenta pegar su boca a la de ella, se escurren entre sus brazos y sus manos crispadas se aferran a las redondeces de sus cuerpos. Por un breve instante en que se separan veo la mariposa negra que revolotea entre ellos, está atrapada entre sus muslos que chocan incesantemente. La escena envuelve mis sentidos. Una corriente eléctrica baja por mi espalda y me eriza el cuerpo, no puedo moverme, sólo contemplo cómo ellos se revuelcan en esa lucha que a veces me parece violenta y a veces un juego que disfrutan mutuamente. Luego, en un momento que parece eterno, ambos gritan y se quedan tensos, permanecen así por breves momentos y luego se relajan hasta que él y ella quedan recostados mirando al infinito. La mariposa extrañamente sigue posada en el bajo vientre de ella. Entonces él le dice algo que no comprendo y ella se levanta, abre el paquete que él le trajo y de su interior saca una gargantilla que brilla con la tenue luz de las veladoras. Yo no sé si es mi imaginación o es verdad lo que mis sentidos captan, pero cuando ella se pone la cadena en el cuello, súbitamente lo abraza y lo aprieta a su cuerpo con todas sus fuerzas. El hombre intenta separarse pero no lo logra, caen en el lecho, forcejean, se revuelcan y entrecruzan sus brazos y piernas; entonces veo cómo en las paredes las sombras que se proyectan con la luz de las veladoras revolotean, son mariposas que salen de la boca de ella. Forman un remolino de alas que cubren la habitación, brotan en torrentes de sus labios abiertos y llega un momento en que la habitación se oscurece por completo, un zumbido parecido al de un enjambre de abejas se escucha en el cuarto y va subiendo de tono hasta alcanzar un volumen tan alto que lastima, aprieto mis oídos con ambas manos para mitigar el dolor. De pronto, del centro de ese enorme enjambre reaparece aquella mariposa negra, se abre paso por entre el apretado torbellino de alas que zumban y de súbito abandona la habitación por la ventana abierta, pasa rozando mi cabeza y tras de ella el enjambre la sigue formando una espiral oscura a contraluz del cielo plagado de estrellas. Hay un momento de pesado silencio, el calor del ambiente me hace sudar aun cuando ya es invierno, estoy temblando, muerto de miedo. Miro adentro y lo que descubro me llena de espanto, ellos están fundidos en un solo cuerpo, están quietos, con las manos encontradas apretando sus cinturas y sus rostros desfigurados. De los muslos de ella un hilo rojo se descuelga en gotas y forma un charco rojo y espeso. Él también tiene los labios y las manos mojadas del mismo líquido. Fascinado con la escena, mecánicamente entro en el cuarto. La luz de las velas parpadea y  amenaza apagarse con la ligera brisa que entra del ventanal. Me acerco a ellos, están quietos, mirándose directamente a los ojos, perdidos en la profundidad de sus pupilas extrañamente dilatadas y con un brillo que estremece. Están justo a la orilla de la cama en una postura que amaga con perder el equilibrio. Busco algún signo de vida, pero parecen estatuas de cera, extremadamente pálidas y trémulas. Observo la habitación, todo parece ordenado y en su lugar, pero noto que el piso está húmedo, con una capa de fango que se adhiere a mis zapatos que dejan huellas bien marcadas mientras avanzo. Regreso sobre mis pasos y en un descuido me mancho al pisar el charco del líquido viscoso. En ese momento, a lo lejos, un zumbido conocido se escucha, viene del monte y va subiendo de tono mientras se acerca. Con premura camino a la ventana y me descuelgo de ella. Apenas salgo cuando el enjambre precedido por la mariposa negra entra vertiginosamente al cuarto, mis cabellos se mueven con el viento que producen al rozar mi cabeza. Ya adentro, el sonido se hace nuevamente ensordecedor y luego cesa abruptamente. Entonces los gemidos vuelven a escucharse, ruidos guturales como venidos de cavernas profundas que reverberan con ecos y graves tonos. Miro a la ventana y la luz de las velas se hace intensa, salen chispas y un calor aun mayor como vaho ardiente cubre mi piel. No soporto más y huyo de ahí sin mirar atrás, imaginando que de pronto unas manos se aferrarán a mis pies. Ahora sé que mi madre tiene razón, es una bruja. La mariposa negra es una bruja que se alimenta de los hombres que seduce justo cuando cae el sol.

Esa misma noche, el ruido de un aleteo incesante me despertó. Había un calor sofocante, estaba sudando y el miedo se apoderó de mí. Cuando mis ojos se acostumbraron a la oscuridad pude ver con la breve iluminación de la luna, que la mariposa negra estaba posada en el cristal de la ventana, tenía extendidas sus alas y sus enormes ojos echaban chispas como de odio, de un odio enorme hacia mí. No podía entrar, revoloteó, se estrelló varias veces y se posó por momentos en el cristal sin lograr su cometido. Luego, levantó el vuelo hasta perderse en las sombras de la noche. Sólo entonces pude reaccionar y mientras salía del cuarto vi que en el piso estaban claramente marcadas mis huellas con el líquido rojo que pisé en la casa y seguramente la mariposa negra me siguió por esa pista. Ahora tenía una evidencia para mostrar a mis amigos.

–Tenemos que atraparla, debemos ponerla en un frasco de cristal y enterrarla para que ya no haga más daño a nadie– Dijimos como convenciéndonos que teníamos la razón, o quizás para darnos valor, porque con todo lo que me había pasado ya no me sentía tan seguro de poder hacerlo. Éramos cuatro, cada quien ya sabía qué hacer, así que nos encaminamos a aquella casa que se había vuelto el centro de  nuestra atención en éstos últimos días. No sabíamos que el destino nos tenía preparado una sorpresa.

Juan es el hijo menor del hombre más rico del pueblo. Todos dicen que él fue el culpable de lo que allí sucedió. La quería tanto a ella pero era un tipo rudo y peleonero que gustaba medir sus fuerzas contra cualquier semejante que osara molestarlo. Sobre todo cuando después de una semana de trabajo se iba con los amigos a tomar cerveza en la única cantina del pueblo. Ahí se pasaba toda la tarde y ya muy borracho, llegaba a su casa y seguía con la parranda hasta que finalmente como era su costumbre, terminaba golpeando a su mujer con cualquier pretexto, esto según él, para demostrarle su amor y dejarle claro quién era el hombre de la casa. Por eso, con el paso de los años ya nadie se acercaba a esa propiedad donde vivía con aquella mujer que un día fue la codicia de los hombres; entonces era una chiquilla de escasos 16 años de una belleza sin igual. Era lógico que él, el más atrevido y valentón del pueblo se animara a conquistarla ahuyentando a los otros hombres que intentaron acercarse a ella. Finalmente, logró su propósito y acabaron casándose. Vivían apartados del pueblo, en esa casa que construyó en un enorme terreno que sus padres le regalaron. Eso fue hace años, porque ya casados nunca más se les volvió a ver juntos, ni a Juan en las cantinas. Él acostumbraba ir solo cada semana a la tienda comunal para adquirir la despensa y se iba luego sin decir palabra alguna. Eso es lo que cuentan las personas mayores, porque yo no había nacido en ese entonces. Pero mis amigos y yo sabemos que no es Juan, nadie nos cree que vimos quién lo hizo.

Ese día lloraba desde antes que él llegara, estaba apenas vestida con el camisón abierto y no le importaba que el viento de vez en vez la dejara completamente desnuda. En sus manos aferraba el collar que él le había dado. Su pecho subía y bajaba profusamente con cada suspiro que partía la quietud que rodeaba ese ambiente. Desde aquel arbusto contemplamos a nuestro antojo aquella fascinante escena, la hermosa mujer y su mariposa negra. No entendíamos cómo es que estaba posada ahí, sin intención de volar, cómo es que tenía el poder de aparentar mansedumbre cuando era lo contrario, una bruja que vivía pegada y a expensas de aquella pobre y bella mujer. 

Él llegó de pronto casi corriendo, alcanzamos a escuchar que le dijo se metiera rápido y guardara un paquete como el que días antes le había entregado. Ambos desaparecieron de la ventana pero ya no se escucharon los ruidos de siempre. Íbamos a salir de nuestro escondite cuando por la vereda varios hombres de aspecto raro, desaliñados y extremadamente demacrados aparecieron corriendo y sin decir palabra se metieron por la ventana. Pasaron unos segundos y después escuchamos ruidos como de pelea. Caían objetos y se rompían cristales por toda la casa. La mujer gritó varias veces, la oímos pronunciar el nombre de su pareja pero él jamás respondió. Momentos después los hombres salieron por donde entraron, cargaban dos bultos pesados. Casi los arrastraban y se fueron entre la noche por la vereda.

Cuando nos aseguramos que ya se habían alejado, entramos a la habitación. Todo se encontraba tirado, revuelto o quebrado. No estaban ni la mujer ni el hombre. A un lado de la cama, estaba una caja abierta, vacía. La levanté y hurgué en el fondo de la misma. Había residuos de un polvo blanco muy fino. Antes de salir di un último vistazo y noté que el charco y el fango que cubría la habitación habían desaparecido. Un amigo descubrió al fondo de la habitación rastros de aquel líquido viscoso y rojo que conducían a otra habitación por una puerta secreta que en ese momento estaba abierta. Nos introdujimos y ahí adentro vimos varias vitrinas llenas de mariposas como las que visitaban nuestros charcos. Estaban traspasadas por alfileres y cada una tenía abajo un papelito con su nombre y en el centro de la vitrina, había un espacio vacío enorme en comparación con las demás mariposas, y bajo de él había un texto que decía. “Ascalapha odorata”. No cabía duda, era el nombre de la mariposa negra, que de alguna forma había escapado de ahí. Ahora estaría oculta en algún otro lugar en espera de una nueva mujer para anidar y seducir al próximo hombre, quizás en venganza por matarlas con nuestros juegos de niños. Salimos despavoridos, pero antes hicimos un pacto, juramos nunca decir nuestro secreto sino hasta que estemos grandes y la gente deje de vernos como niños fantasiosos. Yo me prometí algún día ser biólogo, maestro, aventurero o algo así, quiero saber qué significa ese nombre y encontrar la fórmula para romper el hechizo de la mariposa negra antes que ella me encuentre y acabe conmigo.


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