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lunes, 15 de septiembre de 2014

Nostalgia de luna



Los pensamientos alargan la noche, se retuercen como agudas espirales, cortan una tras otra, las páginas de una metáfora infinita abierta a la imaginación, amasan incoherencias entre lo que soy y lo que he sido. Cierro el libro, lo acomodo sobre el buró y  vuelvo a lo mío. Los brazos-serpientes del reloj se escurren por la pared, trazan con roja tinta la ruta del gemido, heridas que fluyen, que mojan la noche hasta  alcanzar mis huesos.  Su brazo más ligero tropieza con las sábanas en su afán por  enredarme entre dudas; el otro, lentamente clava su aguijón en la pupila, sin misericordia, vierte su ponzoña haciendo más negra la soledad que me acompaña. Me levanto  escupiendo blasfemias,  mortalmente herido en la memoria. Arde el interior, revive la locura. No deseo que llegues como ayer con tus cabellos mojados de intrigas, con la humedad de besos furtivos escurriendo de tus comisuras; prefiero adrenalina en las manos, sal que cauterice viejas heridas.

Toma las riendas del corazón, cabalga a mil latidos por minuto, pronto alcanzará la puerta falsa si no llegas. Ven, ayúdame a tejer una red que resista el peso de la desesperación, ayúdame a quitar la pesadumbre que en la oscuridad se transforma  en premura. No quiero partir sin un último adiós, sin verte nuevamente junto a mi cama, como un conjuro que aligere mi carga, como luz filtrada entre las grietas del alma.
Clavo un alfiler en la menguante luna, luego otro y otro hasta perder la cordura. Ella sonríe, estira sus cuernos, me  hiere. Las comisuras de sus labios se retuercen irónicas, aprietan mi cuello; empañan mis ojos, vierten salitre en el corazón. Cargo el mismo equipaje, los mismos hábitos, las mismas palabras. La noche avanza lenta, menos los  pasos que trazan incontables vueltas en un círculo de infinita dimensión. En el horizonte la noche  agoniza, es hora de abordar un barco de papel y navegar entre hilos de plata que la luna recoge en el alba.

Aquel ayer, con los pies metidos en el agua, los dos mirando al horizonte, fugados hacia el universo para visitar otros planetas y escoger el nuestro,  luego reír convencidos que donde estamos es el paraíso. Cómo olvidar aquella fragancia mezclada con  olores de campo,  brotes tiernos de  hierba, monte salpicado de lluvia. Los caracoles subiendo pausadamente entre los carrizales para depositar sus huevecillos, como diminutos racimos de huayas listas para el antojo. Un pequeño pez que nos mira por debajo del agua, hace  burbujas para llamar nuestra atención mientras la tarde se viste de rojo en su afán por seducir los fantasmas de la noche; majestuoso escenario con su coro de trinos y chirriar de cigarras justo cuando la lívido empieza su diálogo. 

La oscuridad nos alcanza tirados en el césped con la vista en la nada, hemos recorrido  las estrellas y nos falta el mundo interior lleno de dudas e inesperadas sorpresas. El viento  resbala desde la laguna, choca contra el castillo,
sostiene una lucha entre sus baluartes hasta que derrotado desvía su camino.
Murmura incoherencias entre las hojas de almendros y framboyanes, pasa acariciando nuestra piel que despierta al conjuro, convoca al abrazo mutuo mientras  juramos  amarnos por siempre. La música de pájaros cambió de tono, ahora los grillos y ranas dejan sus agudos  acordes como preámbulo festivo para un concierto de estrellitas titilantes que vuelan sin dirección y pintan estelas de luz en la oscuridad de la noche; atrapo  una y la pongo en tu mano. La miras con azoro y ríes, dejas que la luciérnaga escape y se pierda en la oscuridad de la noche.  Entonces  mis labios vuelan, son mariposas nocturnas que buscan tus labios, en el intento se enredan entre tu pelo, se detienen en tus párpados,  resbalan por tus mejillas hasta posarse en  tu  boca. Tus manos intuyen el trayecto de las mías, se encuentran justo a la mitad de sinuosas caderas, se deslizan atrevidas por los límites de tu entrepierna. Sin darnos cuenta rodamos en la suave pendiente de esta mullida y verde alfombra, nuestros pies descalzos salpican agua en una incesante lucha por ganar una posición de dominio sobre el otro, me dejo llevar en ese juego del estira y afloja, permito que seas tú quien se adueñe de mi cuerpo y de mi boca. Sobre de mí, haces de tus dones de amazona perfecta cabalgata mientras me aprisionas  contra el césped y el peso de tu cuerpo en mi cintura paraliza mis deseos. 

Las estrellas nos miran y suspiran, las palabras sobran.  Cazadora furtiva, me observas lista para atraparme entre tus garras.  Caigo en ese vértigo de dulces sensaciones mientras recorres mi cuello, mis sienes, mi pecho con tu lengua felina que disfruta un festín de carne trémula. Estamos solos, en apartada orilla de esta hermosa  laguna, rodeados por un vergel exuberante, pero eso ya no importa a los sentidos, mis manos buscan la desnudez de tu cuerpo, las prendas que aún quedan  estorban los atrevidos movimientos de manos y caderas. Rodamos  hasta meternos en el agua. Un colchón de suave arena soporta el encuentro incontenible que revienta nuestras venas. Caigo sobre de ti y esta vez soy yo el que te mira desde arriba. Con medio cuerpo sumergido dentro  del agua, tu espalda hace una curva deliciosa por donde mi brazo te aprisiona. Nos olvidamos de la luna, los carrizos y la hora, mudos testigos que observan la apasionada escena. Tomados de las manos avanzamos hasta que el agua nos cubre  los hombros, abrazas con tus piernas mis caderas y giramos tantas veces al compás de un vals nocturno solamente con mis pies entre la arena. Aprendo a equilibrar tu peso recargado sobre el mío y juntos disfrutamos de ese mágico momento olvidándonos del mundo. Regresamos cuando la lluvia se torna incesante, el agua fría escurre en nuestros rostros,  una febril excitación invade nuestro pecho, reímos  hasta consumir las ansias, apagar el fuego de los cuerpos encendidos, aguantar la respiración, sumergirnos entrelazados, comiéndonos los labios, bebiendo nuestras ganas, deshechos en gemidos.

Un insecto se posa en mi piel, dejo que clave su aguijón y succione mi sangre. Miro cómo se hincha y justo cuando intenta emprender el vuelo una palmada mía lo estruja. No aplaudo su osadía, por herirme y causarme sufrimiento, más bien, es un acto instintivo de supervivencia, de acabar con el dolor, aunque no es verdad, destruirlo no  elimina el sufrimiento.
El cuarto apenas iluminado por una lámpara proyecta mi sombra sobre la pared. Sentado al borde de la cama, veo una imagen distorsionada de lo que soy, mas no siempre fue así.
Son las primeras horas del día, el sol baña de encanto las bardas cubiertas de enredaderas, unos niños cruzan la calle con pasitos descalzos, arrastran una botella que rueda semejando un carrito de juguete. Un perro se agacha y ladra, mueve la cola, brinca y hace cabriolas mientras la risa de aquellos chicuelos se pierde entre el ruido de un auto que se estaciona. Por inercia las miradas convergen, ella abre la puerta y desciende. El mundo se detiene,  cesa el murmullo y enmudece la gente. Viene abriéndose paso como huracán entre palmeras y oleaje. Caen los ojos a sus pies, el corazón da un salto tan grande que duele. Su risa hace que el tiempo prosiga mientras  recibe halagos y miradas furtivas.

En la mesa de enfrente, absorto, fascinado, mi mundo se desbarata mientras nace un ser con corazón de ángel. Nunca más el día brillará con esa luz que irradia su pupila, nunca más el corazón encontrará aposento más divino.
Las palabras suenan huecas, como si brotaran del fondo de una caracola, la risa, los gestos cotidianos de pronto se pierden en la esquina de su boca, mis ojos solo buscan sus ojos y hay un momento en que se cruzan, ella en lo suyo; en mí algo cambió para siempre.

Mi voz se quiebra entre el silencio y la demora. -¡Ya ven,  necesito de ti!-. Doy vuelta a otra página. El tiempo corta mis venas demasiado aprisa, fluye un torrente de recuerdos donde navegas con bandera de pirata. Atado a tus encantos, con las manos llenas de nostalgia vuelvo a ti como atrevida ola solo para romperme a tus pies hecho espuma y  arena donde estampas la huella de tus besos. Cautivo, con ansia de ti, no cedo en mi empeño de buscar tus ojos en estas noches de soledad y locura. Soy  prisionero del deseo, navego a la deriva mientras la brújula de tu navío apunta en dirección opuesta. Solo, en medio del oleaje, a la merced de huracanado instinto soy insignificante brizna que flota en el horizonte hasta volverse olvido, en esta laguna que presume majestuosa sus siete colores en el día; de noche, manto negro y plata que la luna, nostálgica, extiende para cubrir mi débil cordura.