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viernes, 9 de mayo de 2014

Una novia excepcional



Sofía es la más hermosa de las muchachas del pueblo, de carácter alegre y valores arraigados desde su tradicional familia. Más que hablar, parece que   canta como lo hacen las aves en amaneceres floridos y de  tiernos vergeles. Donde posa su dulce mirada brotan suspiros; viene como un sueño en medio de  la improvisada valla de discretos y singulares admiradores, que todos los días muy temprano se forma a la orilla  del camino  cuando a la iglesia va. La estela de miradas se quiebra en la esquina de sus labios cuando sonríe y como enjambre de abejas revolotea en cada curva de su juvenil silueta. Cada paso hace saltar de gozo los ilusos corazones, cada movimiento de cadera  mece atrevidas fantasías que se desvanecen justo a la entrada de la iglesia, sólo entonces se dispersan  como el humo de las veladoras que Sofía enciende a los pies de las imágenes religiosas. No hay joven que la ignore, no hay viejo que la eluda ni muchacha que no la cele. A su edad, la flexibilidad del lirio  envidia los vaivenes que su cintura dibuja con cada movimiento de su estilizada figura. Pero hoy se quedarán con las ganas de verla pasar.
Desde las cuatro de la mañana Sofía y su familia están despiertos preparando todo lo necesario para la gran fiesta. Una vaca se ha sacrificado con motivo de la boda. Está feliz, así se imaginó este día tan especial en su vida. Su padre fue el último que dio su aprobación para el casorio. Estuvo renuente durante los primeros meses porque el novio no es del pueblo. Para él, la tradición dice que debe ser alguien conocido por la familia y de preferencia con la misma creencia religiosa, pero a Sofía eso no le importó cuando lo conoció. Era un joven algo mayor que ella, delgado y atractivo según su entender. Además tuvo que explicarle de mil maneras a su padre lo que a todas luces es una realidad en aquella comarca. Desde hace años, prácticamente todos los hombres en edad para el matrimonio,  se han ido al otro lado de la frontera en busca de trabajo y mejores salarios. En los pueblos y rancherías la palabra progreso no existe, ahí sólo hay mujeres, niños, adolescentes y ancianos que sobreviven en endebles casuchas y arraigadas tradiciones. Ella está por cumplir diecisiete años, ese no es el asunto, en la comunidad donde vive las muchachas se casan incluso con  menos edad que la que tiene.  El problema es que ya no hay hombres jóvenes en la comunidad.

Cuando sale el sol, la familia y vecinos ya han destazado la vaca que es preparada  para una comida especial de acuerdo a  la ocasión. Sofía camina aprisa para dar su aprobación al decorado de la iglesia. De ahí se irá a que le arreglen el cabello y luego se probará  el vestido de novia. Sus dos mejores amigas le ayudan con los detalles para la misa y la fiesta de recepción que tendrá lugar en el patio de su casa como se acostumbra en esas rancherías dispersas a lo largo del río. Mientras repasa los pendientes, recuerda las palabras de su novio la noche anterior. Estuvieron con el ministro para hacer el segundo pago del servicio religioso. Él estuvo un poco nervioso y callado, sin embargo  le dijo que estaba feliz de poder casarse con ella, que viajaría en la mañana a su pueblo, un lugar cercano para arreglar algunas cosas y pronto estaría de vuelta.  Se despidieron con un beso y ella, fiel a la tradición le dijo que ya no lo vería sino  en la puerta de la iglesia a la hora pactada. Él se despidió como siempre lo hacia y cada uno siguió con lo suyo.

Sofía se ha puesto el vestido blanco, es lo último que faltaba de su arreglo y entre todas las mujeres que la acompañan le dan los últimos toques  a su maquillaje y su atuendo. Antes de salir, se contempla en el espejo y la imagen que ve hace que se le ilumine el rostro con una enorme sonrisa de felicidad. Llega puntual a la cita, antes que el novio, no es usual que acontezca pero minimiza el detalle. En la puerta de la iglesia se ha reunido familiares, amigos y una muchedumbre de vecinos y conocidos del pueblo. Su padre no tuvo reparos para invitar a todos a esa fiesta tan importante para su hija y para su familia. Mientras espera, Sofía pregunta por los arreglos, por la comida y otros detalles que a esa hora ya deben estar listos. El pastor de la iglesia y sus padres la acompañan y platican mientras esperan. Conforme pasa el tiempo Sofía se pone nerviosa, el novio no llega y los invitados empiezan a murmurar. Siente un nudo en la garganta, está muy nerviosa y tiene ganas de llorar. Sus padres le piden calma y todos aguardan, pero el tiempo abre sus fauces conforme avanza, parece una serpiente que se enrolla en el cuello de Sofía y no la deja respirar. Después de dos horas los comentarios y cuchicheos dan paso a las maldiciones y condolencias para la novia. La gente ha empezado a retirarse y sus padres la invitan a abandonar el lugar, es indudable que el novio no llegó ni llegará. Sofía se resiste estoicamente a moverse, su cara hermosamente pintada escurre el rímel que sus lágrimas diluyen formando dos hilos negros que gotean y manchan su vestido blanco. Su madre llora junto con ella y su padre jura y perjura que esto no quedará sin castigo. Casi entrada la noche Sofía hecha un guiñapo es arrastrada hasta un auto donde la suben por su familia y la devuelven a casa. En el pueblo no hay más comentarios que la tragedia que vive. Ya en su casa se encierra en su cuarto sin decir palabra.

Tres días completos han pasado desde la infortunada boda y en ese tiempo Sofía está inconsolable, casi no ha querido comer ni hablar, aún tiene puesto su vestido y gime  tirada en la cama con la vista perdida, pero ya no hay más lágrimas en sus hinchados ojos.
Durante todo este tiempo ha escuchado los comentarios que hace la gente cuando pasa por su ventana. Unos la compadecen pero la mayoría, sobre todo las mujeres, se burlan de ella por no respetar la tradición y  haberse comprometido con un fuereño. Justo castigo para su mala elección.
En la madrugada del cuarto día, Sofía toma algunas prendas de vestir que acomoda en una pequeña maleta. Se quita el vestido de novia y las zapatillas y las arroja al suelo con desdén. Termina de desvestirse frente al espejo. Se mira largamente sin demostrar alguna emoción. La mezcla de razas que prevalece por aquellos lugares se combinó en ella de manera singular y extraordinaria dando a su apariencia mestiza una figura de ensueño y  finas facciones, cara ovalada y ojos almendrados de color miel cuya mirada intensa  seduce al más leve contacto pupilar. Tiene los labios perfectos, como rojas semillas de granada a punto de reventar. Su nariz pequeña y respingada le da un toque de princesa encantada, de cabello negro, largo y ensortijado que cae  más allá de sus desnudos y bronceados  hombros.

Sus pechos son redondos, firmes y erguidos, con aureolas apenas dibujadas  por donde  sobresalen diminutas protuberancias de ensueño. Su esbelto talle dibuja una sutil curva que encaja armónica entre las caderas que se  anuncian atrevidas delineando con exquisita hermosura su plano vientre. Sofía recorre su cuerpo con la mirada impávida,  mira sus senos, baja  por las  hendiduras de su marcado abdomen, en su pequeño ombligo una fina capa de vellos forma un estrecho camino hacia su  pubis, donde se forma un triángulo ensortijado y  negro que cubre su intimidad. El arco  de sus caderas armoniza con sus largas y torneadas piernas. Gira levemente sobre sus talones, se mira los glúteos, la espalda. Hay un encanto maravilloso de juventud en cada línea de su cuerpo. Es una bella y armónica escultura de carne y sensualidad.
Pero Sofía tiene los labios resecos, los ojos hinchados y un espantoso nudo en la garganta. Un repentino torrente de lágrimas  empaña su imagen en el espejo; ahora es una masa informe de carne que tiembla entre sollozos, crispa los puños y su rostro se desfigura en una mueca de dolor y rabia. Se pregunta por qué fue humillada de tal forma ante la vista de todos. Sabe perfectamente que no es culpa suya, entregó todo su amor, se conservó pura como lo dicta la tradición y ahora es el hazmerreír de todo el pueblo. Un vacío enorme en su pecho amenaza con tragarse su vida, malos pensamientos cruzan por su mente.
Entra al baño y abre la regadera, deja correr el agua por su cuerpo. Se enjabona con fuerza como queriéndose arrancar la piel, el jabón escurre dibujando extrañas formas mientras se desliza dejando cúmulos de espuma que se aglutina  entre sus senos y su entrepierna. Así pasa varios minutos hasta que sale por fin cubierta con una toalla, se tira en la cama con los brazos abiertos y la mirada fija. Después de un tiempo, se levanta, toma algunas prendas y se viste lentamente.

En ese instante escucha un ruido  en su ventana y luego otro, son pequeños golpes con los nudillos seguidos por el susurro de su nombre. Sofía se sorprende, sale de su mutismo y abre la ventana. Es su novio, su ex novio que está ahí enfrente de ella mirándola con cara de arrepentido, intenta abrazarla y besarla,  le suplica que lo escuche pero instintivamente ella lo aparta y permanece quieta, petrificada por la sorpresa. Él le confiesa sin preámbulo que tiene otra pareja, que es casado y no encontró la manera de decírselo antes. Ese día en que se casaría fue a su pueblo para finiquitar su compromiso con aquella persona pero no pudo, y tampoco tuvo valor para regresar con ella. Ahora le pide que lo perdone y le propone que se escapen juntos. Sofía lo escucha lejana, ausente. Un zumbido en su cabeza la hace retroceder hasta que tropieza con sus zapatillas, se inclina y las recoge junto con su vestido, luego se endereza y observa largamente a su ex novio quien levanta sus brazos y la espera. Camina hacia él  y se detiene justo en la ventana. Pasan unos segundos mirándose  sin decir palabra hasta que el canto de un gallo en la lejanía la saca de su cavilación, el zumbido le regresa con fuerza, una fuerza incontenible que bulle como olla de presión y amenaza con reventarle las venas o el corazón, la magnitud es tal, que pronto encuentra un escape, levanta su mano y con toda su fuerza le estrella en la cara la zapatilla que recogió del suelo, siente cómo la delgada punta del calzado penetra en algún lugar del rostro de su exnovio e instintivamente afloja la mano mientras éste, sorprendido se lleva las manos al rostro. Ella lo mira retorcerse de dolor, extrañamente ya no siente nada, su cuerpo ha quedado vacío de emociones.  Cierra la ventana  y se recarga en ella, cierra los ojos y respira profundamente. Escucha cómo su ex se aleja gimiendo hasta perderse entre los ladridos de perros y  los trinos de las aves que anuncian un  nuevo amanecer.
Sofía sale por  la ventana, lleva una pequeña maleta, se dirige hasta el camino principal donde transitan los autobuses. Ahí aborda el primero que pasa. Tras largas horas de viaje,  ha perdido la noción del tiempo, baja del autobús y mira a su derredor, es una ciudad pequeña de provincia. Ya no le queda dinero para pagar otro traslado. Ha trasbordado varias veces sin importarle el destino, simplemente ha puesto  distancia entre ella y su pasado.
Después de dos días vagando, le duelen los pies, ha caminado durante mucho tiempo y tiene sed, es medio día y el calor se torna insoportable. Conforme pasan las horas Sofía entra en un sopor que la hace desvariar, piensa en lo acontecido, el dolor le viene como una alud estrujando su corazón. Siempre tuvo la ilusión de casarse, de entrar a la iglesia con su vestido blanco y desposarse con un hombre que la quisiera, como cualquier muchacha de su edad. Pero ahora su amor propio está pisoteado, se siente una basura y por más que piensa no encuentra una explicación lógica a lo que le sucedió.   Un transeúnte se aproxima caminando enfrente de ella, sin pensarlo mucho lo aborda, le pide que le invite algo de tomar, el hombre se le queda mirando de arriba abajo y luego le acepta la petición. Ella se deja conducir mientras el señor la lleva a un pequeño lugar. Entran y él pide dos cervezas y la carta. El hombre habla sin tregua pero Sofía está en otra dimensión, su mente está en otro lugar. Se siente débil por la falta de alimento, no está acostumbrada al alcohol, después de dos o tres cervezas ella le cuenta su desventura y la enorme necesidad de  escapar de la realidad. El señor sólo la escucha y ella prosigue su relato. Mientras transcurre el tiempo la embriaguez le llega haciéndole perder el juicio. En un momento cualquiera, le dice sin rodeos al señor que quiere sentirse mujer, que quiere saber qué es el amor. El hombre no duda ni un instante y paga la cuenta, salen del lugar y la lleva a un motel cercano donde sin preámbulo cumple su cometido. Lo que pudo ser un momento maravilloso en la vida de Sofía, se convierte en un festín de lujuria y desatino. Ahora siente que su vida  no tiene ningún valor, y ella ninguna esperanza. Sale a la calle arrastrando los pies, vaga sin rumbo fijo.
Hace tres meses que Sofía trabaja en el bar de la esquina. El día ha sido agotador. Lleva un servicio a una mesa cuando un mareo la hace perder el equilibrio, en su devaneo las copas y bebidas caen al suelo y ella apenas es capaz de sostenerse en pie. Mientras los parroquianos la miran curiosos, ella intenta recomponerse, con prisa y mucha pena limpia el suelo del líquido y los envases rotos. Durante varios días la aqueja ese malestar, hasta que su patrona le insiste en que vaya a un centro médico. No tiene otra opción y hace una cita. Ahí le confirman que está embarazada.

El cuarto que renta con una amiga queda lejos de su trabajo. Todos los días camina ida y vuelta, sus pies están hinchados y doloridos y su trabajo requiere de buenas condiciones para el trajinar cotidiano.  Afortunadamente la dueña del lugar la trata con consideración, además, le dijo que cuando el bebé nazca lo quiere para ella, pues  no puede ser madre. Sofía sabe que tarde o temprano tendrá que reconsiderar su promesa, pues cuando supo de su embarazo le prometió que se lo daría en adopción apenas lo tuviera, sin embargo,  el tiempo que lo lleva en su vientre ha hecho que aflore su amor maternal. Ocho meses han sido suficientes para disipar su pesadumbre, la posibilidad de ser madre le ha devuelto la alegría y las ganas de vivir, por eso decide irse del lugar y aprovecha que tiene un dinero guardado para regresar a su pueblo. Piensa que por ahora con acercarse será suficiente, así que decide viajar a una ranchería, tener a su bebé y ya con el tiempo, regresar a su hogar, añora a su familia y es frecuente que cuando piensa en ellos se ponga a llorar. Quiere bautizar a su hijo en la misma iglesia donde sus papás la bautizaron a ella, es la misma  donde un día se iba a casar. Sofía sueña con el día en que se reúna con su familia y todo siga igual. Recuerda que le dijo a su madre que su mayor ilusión era entrar a la iglesia con su vestido blanco y que el párroco le diera su bendición. Quiere educar a su hijo, hacer de él un ser humano noble y de buenos sentimientos, como a ella le hubiera gustado para desposarse.

El serpentín caudal se retuerce por los verdes pastizales de la rivera que terminan desgajándose al borde del río, mientras algunas ramas y troncos son arrastrados por la turbia corriente de tono marrón que con la lluvia se desborda e inunda algunas zonas bajas, ahí  donde los bueyes y vacas pastan tranquilas. Algunas nubes  en lo alto dan un matiz rojizo al cielo que a estas horas de la tarde anuncian la cercana noche. El lanchero se  esfuerza por destrabar la propela que se ha enredado entre el zacate que flota en el agua. En el piso de la lancha, asistida por dos señoras, Sofía convulsiona una vez más, su cuerpo se sacude incontrolable mientras escurre espuma por su boca, sus mandíbulas están fuertemente apretadas. Su mirada está perdida, de vez en cuando quedan en blanco y gime de dolor. El tiempo avanza lento, tan lento que las señoras pueden percibir todos los detalles de esa lucha sorda por la vida que poco a poco escapa. Un día antes a esta misma hora Sofía se quejaba de un fuerte dolor abdominal, inició con el proceso de parto  y la señora que la ayudaría hizo los preparativos pero con el transcurso de la noche las contracciones se fueron debilitando hasta que el proceso inesperadamente se detuvo. Conforme pasó el tiempo la fiebre se apoderó de Sofía y ya en la mañana sufría de alucinaciones y delirios. Ante la gravedad de la situación, algunos piadosos vecinos la ayudaron a conseguir esa lancha para llevarla a un lugar más grande que contara con servicio médico.

La propela por fin es liberada y el lanchero arranca nuevamente la máquina, reinician la travesía en una carrera contra la muerte. la lancha avanza lenta sorteando la basura del río. Las primeras sombras de la noche envuelven la agónica travesía, como si la naturaleza se opusiera a la necesidad de Sofía cuyas  venas de su cuello  sobresalen como si fueran a reventar y los latidos de su corazón golpean sus sienes empapadas de sudor.
Es la media noche cuando por fin llegan  al pueblo, Sofía yace recostada sobre las viejas tablas que recubren la lancha, su vestido está empapado y sucio, tiene el cabello revuelto que le cuelga y se sumerge entre el charco de agua turbia que se ha filtrado en la base de la lancha. Su rostro desencajado tiene una mueca impresionante, con los ojos entrecerrados y las pupilas opacas mirando al infinito. Su cuerpo flácido aún se mueve con  los bruscos movimientos del oleaje. Una de las señoras le toma las manos. —Están frías– , comenta–. Entre el hombre y las dos mujeres cargan el cuerpo desmadejado, lo trasladan hasta el improvisado muelle donde otras personas los ayudan a recostarla. El prominente vientre sobresale de la delgada silueta que semeja una yerta muñeca de trapo. –No aguantó el viaje, el niño se le murió adentro desde ayer  y eso la intoxicó–. Comentan las mujeres mientras la noche cubre con su manto negro la tragedia, como si se avergonzara de lo que sucede.

La entrada a la iglesia es espectacular, Sofía asiste a la misa preparada para ella. La acompañan a cada lado su padre y tres hombres, todos con la mirada seria y pausado andar. Dentro de su ataúd, ella luce su traje de novia, su velo enmarca su rostro que ha sido maquillado con esmero. Abraza a su pequeño hijo. Los dos tienen los labios morados, los dos con los ojos cerrados,  las manos atadas y entrelazadas con delicado lazo, sin embargo, hay en su semblante una tranquilidad que trasciende lo inesperado hasta volverse irreal. Podría decirse que Sofía está feliz entrando a la iglesia con su hijo en su regazo, pero en su derredor sólo hay dolor y llanto, nada qué ver con la alegría que le adornaba cuando vestida de novia llegó la iglesia el día de su boda.  Le sigue en la procesión su familia y amigos más cercanos y luego el gentío que ahora exalta sus virtudes, una muchedumbre que se extiende como estela de murmullos por varias cuadras más allá y luego se dispersa y entreteje con el canto de las aves, con el susurro del viento entre las hojas de los árboles hasta volverse un suspiro de desesperanza y desconsuelo.