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domingo, 21 de julio de 2013

A la maestra del salón de junto




Si yo fuera su alumno cada día pondría
en sus manos una flor del camino
con una cartita que diga
"¡para la maestra más linda!"
refiriéndome a usted.

Si yo fuera su alumno,
sería el más aplicado
para sentarme cerquita,
estar atento a la clase
y sentir contento escuchándola
a usted.

 Si yo fuera su alumno  
escogería la manzana más roja                                                       
para regalársela tempranito,
cuando llegue a la escuela
y yo esperándola a usted.

Si yo fuera su alumno
le diría que se merece
todo el respeto y admiración,
porque su esmero y cariño
para enseñar, no tiene comparación.

Si yo fuera su alumno
le diría que todos los días
cuando la veo con su sonrisa franca,
cuando oigo su tierna voz,
que me alegra escucharla
y siento orgullo sin ser su alumno;
quien más la aprecia por su labor.

Yo quisiera que fuera
mi maestra de toda la vida,
me daría tiempo de aprender
qué cosas le gustan
y cómo es usted,
para devolverle por cada lección
un regalito todos los días
que en sus mejillas dibuje
rosadas chapitas,
y de sus labios escuche: 
¡buenos días  niños queridos,
ya estamos juntos para aprender!.

Si yo fuera su alumno
le daría las gracias con todo cariño
porque es usted  la mejor maestra
que como niño soñaba tener.



viernes, 19 de julio de 2013

Dedicado al amor de mi vida



No existe palabra que defina todo lo que significas en mi vida. Sólo puedo expresar algunos sentimientos que provocas y que han moldeado mi vida incluso antes de conocerte. En aquellos momentos de juventud temprana significaste mi sueño, mi ideal. Había pasado mi etapa púber, en la que, siendo varón y después de gustarme todas por el hecho de ser mujeres, hice mi primera selección: “me gustan güeras” con lo cual, eliminaba la mitad del universo femenino. Después hice otra clasificación guiado por mis preferencias: “me gustan güeras y altas”. Es decir, la mitad de la mitad del total de seres femeninos había quedado fuera de mi cada vez selecta preferencia. Así, con el paso de los años y las modas estereotipadas, fui enajenándome cada vez más en un modelo comercial de atributos imposibles de reunir en una persona, sobre todo, en el contexto sociocultural donde me encontraba inmerso, ya que en mi medio, las personas étnicamente predominantes son las morenas o moreno claras, pero no güeras. Con este refinado gusto, pasé un tiempo de mi vida esperándote,  con el deseo de  encontrarte algún día. Con el transcurrir de los años pasé de mi juventud  primera a la joven madurez sin saber de ti. Todo este tiempo mi corazón se acostumbró a sentir un extraño vacío, pero también, una esperanza difusa entre la lluvia de fortuitos encuentros y amoríos bajo el cobijo de los años mozos. Tuve novias de todos tipos, no muchas, pero cada una con diferentes características que me gustaban de algún modo. Una morena esbelta con ojos color miel y mirada tierna; otra morena clara medio alta con unos labios carnosos y besos de fuego; otra más bien llenita y bajita con una sonrisa encantadora y plática súper interesante, y  quizás otras con distintas cualidades y  características, cada una tenía algo interesante que me gustaba, pero no eras tú. Casi me acostumbré a vivir la vida sin ti. Finalmente llegaste,  apareciste como un milagro bendito, como una aparición mágica eclipsando todo lo que antes ocupó mi atención.


Debo confesar con sinceridad que no te parecías en nada a mi ideal, pero estaba seguro que eras tú. Pude reconocerte cuando te presentaste ante mí con esa frescura que te caracteriza, con esa endiablada sonrisa que desdibuja el arcoíris perfecto de tus carnosos labios, Tu cara de princesa, limpia, sin maquillaje, el aroma de tu pelo negro  aún húmedo, resplandeciente con los rayos de sol, tus gestos y mohines  de sorpresa y travesura cuando hablabas; eras un pedazo de cielo arrobando mi corazón.
Con esa fuerza vital llegaste, como un torbellino de contradictorias sensaciones. Descubrí cómo el amor arrebató en un instante mi dócil cordura y de pronto me sentí envuelto en el giro vertiginoso de la vida llena de dulces sensaciones. Perdí la noción del tiempo, la noción de la realidad y volé al paraíso de los enamorados, totalmente enajenado y dispuesto a afrontar hasta lo último por ese amor que se metió en mi piel y fluyó por mis venas como lava ardiente hasta alcanzar mi corazón. Desde ese instante sólo tuve un motivo para vivir , ese motivo eras tú.


Así se  fue la mitad de mi joven vida y llegué a la madurez entre la brisa y el sol del verano; No me canso de recordar tu apasionada forma de ser, los explosivos encuentros amorosos que cada noche acompañábamos con velas aromáticas y café, mucho café para estar despiertos y activos hasta el alba.  Seguí tus  pasos, seguí tu ritmo pero ibas demasiado rápido cortando flores y pintado tu camino de colores, llegó un momento en el que no pude seguirte más y te perdiste en el horizonte donde cae la tarde.  Volví  al mundo de los azares. Me retracté un tiempo de la vida pero ésta pudo más que mis pesares y pronto estaba de nuevo tras mi ideal en cada encuentro con mujeres.

Volviste como nace el día, te asomaste fresca y radiante dejando atrás la melancolía y la oscuridad de la noche contemplando estrellas. Eras tú el amor de mi vida, lo supe desde que te vi por primera vez. Me fascinaste con tus modos de elegante reina, tu perfume sutil y la armonía de tus formas. También eras morena, alta, de cabello negro y blondo. Te gustaban los paseos, los viajes y las compras donde podías lucir tu estampa majestuosa y elegante belleza. Al principio seguí tus pasos y entré al mundo de boutiques, plazas comerciales y exclusivos centros nocturnos. Una noche, ahí perdido entre candilejas, muchedumbre selecta y buenos vinos, de pronto me di cuenta que estaba nuevamente solo, caminando por largos pasillos sin encontrar la salida. Fue tu deslumbrante belleza tan fugaz como un flash, como una foto para la nueva portada de otoño en el libro de mi vida. Volví a cantar aquella vieja canción que decía “El amor de mi vida has sido tú, mi mundo era ciego hasta encontrar tu luz…” Te encontré y te perdí, qué mala suerte la mía.

Esta vez, sentado en una banca, mirando caer  las hojas de otoño a la vera del camino, apareciste con paso lento y despreocupado.  Mirabas en dirección mía, pero no a mí. No te esperaba, por eso  también no presté mucha atención en ti. Cuando llegaste donde estaba,  te sentaste a mi lado y me obsequiaste una leve sonrisa, te correspondí por cortesía y luego de un momento empezamos a platicar de algo sin importancia. Me atreví a contarte un chiste  en relación a algo que mencionamos y te reíste abiertamente, sin complejos. Fue tu franqueza la que me motivó a observarte más detenidamente y al cabo de un rato habías ganado mi confianza como yo la tuya. Estuvimos platicando hasta que entró la noche. Cuando nos despedimos tenía la certeza que eras una mujer diferente y atractiva. Nos tratamos por varios meses y en ese tiempo te fuiste metiendo en mi vida sin darme cuenta. De repente sentí la imperiosa necesidad de ti, de estar contigo y disfrutar juntos todo nuestro tiempo, tú también sentías lo mismo y decidimos formar una pareja, para entonces yo estaba enamorado de ti. Tu experiencia, tu buena conversación, la forma en que me trataste hicieron que al cabo de un tiempo compartiendo nuestra vida, significaras todo. Eras el amor de mi vida largamente esperado.


Sentados en la misma banca donde un día nos conocimos, los árboles están sin hojas y una fina capa de nieve empieza a cubrir las secas ramas. El viento helado golpea nuestros rostros y buscamos nuestras manos para darnos un poco de calor. A los viejos nos encanta  recordar nuestro pasado, es como revivir aquellas experiencias que fueron significativas en nuestra vida y que de una manera u otra influenciaron y guiaron nuestro destino hasta donde nos encontramos ahora. Nos tenemos confianza, sabemos que el pasado es algo que ya fue y sólo tiene relevancia para salpicar de anécdotas y risas nuestras vidas.

En medio de esa apacible calma, reflexiono en algo que llamó mi atención desde hace mucho pero que no había meditado como ahora. Me doy cuenta que en el transcurso de nuestras vidas, nos enamoramos varias veces sin darnos cuenta. Creemos en el amor en tiempo presente, en ese momento en que convivimos con una persona y nos hacemos parte de ella. Creemos que es y será el amor eterno de nuestra vida, que nunca existirá otra persona igual o mejor a quien dedicamos todo nuestro amor, nuestras esperanzas, sueños y fantasías.   Sin embargo, cuando el tiempo pasa, dependiendo de cómo manejemos nuestra relación, puede suceder que el amor de nuestra vida deje de serlo. Pasará un tiempo en aceptarlo y recordaremos con melancolía a la persona amada hasta que al cabo de un tiempo, nuestra naturaleza busque  nuevamente de manera consciente o inconsciente aquella persona que signifique lo que en el fondo siempre hemos deseado, ese ser maravilloso que cubra todas nuestras expectativas. Quizás  importe poco el modelo o estereotipo impuesto en nuestro inconsciente, el amor tiene su propio lenguaje, por eso nos enamoramos a veces de personas tan distintas a nuestros ideales. Uno puede  enamorarse realmente en el transcurso de su vida unas 5 o 6 veces, aunque por supuesto, algunas personas se enamoran una sola vez y ese amor transcurre para toda la vida pasando por las distintas etapas mientras uno es joven, maduro y viejo. Me queda claro que el amor de mi vida siempre estuvo presente en mi vida, en cada etapa, en cada momento en que me sentí enamorado de esa persona y en cada uno de éstas, el amor se manifestó de distintas maneras. En todos esos momentos  que hoy son pasado pero que en su oportunidad fueron el presente, el amor de mi vida siempre estuvo conmigo alegrando mi vida, compartiendo mi mundo y haciéndome el hombre más feliz del mundo. Hoy ese amor de mi vida eres tú, sólo tú. Y me alegro que hayas sido el último y no el primero, porque llegaste justo a tiempo para poner todo mi empeño en que fuera  para siempre.
Por eso quiero darte gracias por todo tu tiempo y atenciones, por todo tu amor y por todo el amor que me inspiras. Sé que, como yo, tú también has disfrutado el amor ideal, romántico, apasionado y espiritual. Me alegra saber que juntos  llegamos a esta etapa en que con nuestra piel arrugada y el cabello cano, nos queremos tanto como cuando nos conocimos; porque contigo encontré el amor de mi vida.















miércoles, 17 de julio de 2013

La vida fácil de una puta cualquiera.






Parece cuento pero es verdad. Fuimos 11 hijos en esa familia pobre, 11 hermanos amontonados junto con papá y mamá en una choza de palos y paja. La milpa ese año apenas dio lo suficiente para no morir de hambre. No había para comprar la semilla y el cielo resplandecía en un tono azul sin una pequeñita nube. Durante varios años no había llovido, la tierra era una gran hojarasca resquebrajada por el sol y el aire parecía el vahído asqueroso de una fiera en celo. Mi mamá me ordenó hacer tortillas en el fogón con la masa que había en un lec. La mojé con un poco de agua y sobre la pequeña mesita junto al fuego empecé a hacer las tortillas. A lado del comal, una olla con un poco de frijoles se enfriaba después de hervir en la lumbre. Una de mis hermanas asó los tomates y los peló, luego les puso chile habanero y un poco de sal. Con un mortero de piedra aplastó todo hasta convertirlo en una espesa pasta que  luego dejó reposar en el molcajete. El chiltomate quedó en su punto, las tortillas calientitas y los frijoles aún humeando, no hubo para más. Mi mamá sirvió en pequeños platos los frijoles para cada uno de mis hermanitos y puso al centro el molcajete con el chiltomate y el lek' de las tortillas. Todos a una voz de mi madre nos  arrodillamos alrededor de la mesa y comimos callados. Mientras comíamos, los miré con esa sensación de impotencia y rabia. Una rabia contenida que creció hasta volverse un hueco en mi pecho, tan grande como el de mi estómago vacío.  Uno de los más pequeños pidió un poco más de lo que ya no había. Mi madre se quitó la tortilla que aún tenía entre sus manos y se la dio a mi hermanito que la tomó presuroso. El hambre solamente se mitigó por unas horas, era un hambre de generaciones, de decenas de años, de familias que  como la mía a diario arrancan con  desesperación pedazos de esperanza a la tierra reseca y muerta. Yo también como mi hermanito, tenía hambre, hambre infinita de otras cosas, de otros aires, de otra vida mejor. Por eso no lo pensé mucho cuando en el pueblo llegó la noticia de que en un lugar turístico relativamente lejano, el dinero se ganaba a manos llenas, bastaba con contratarse en grupo y alquilar un autobús que nos llevaría directo a la gran ciudad llena de trabajo para todos. Recién cumplí 18 años. Con una gran ilusión y voluntad, con la autorización de mis padres, vendí parte del terreno que me habían heredado en vida mis cansados viejos y los últimos animales de corral que aún tenía, algunas gallinas, pavos y un puerco flaco y hambriento por los que recibí algunas monedas. Apenas junté para dejarles algo de dinero y el resto lo invertí en el pasaje y algunas galletas y tortillas que guardé entre mis  tradicionales ropas. Con lo que traía puesto y mucha ilusión me aventuré en ese viaje que al principio cuajaba con mis expectativas.

Mientras viajábamos, el contratista hablaba maravillas  y aseguraba que nos dejaría en un lugar donde ya nos esperaban para ofrecernos trabajo. Nunca imaginé a qué trabajo se refería, pero con optimismo pensé que sabía cocinar muy bien. No en balde a diario en mi casa hacía milagros para preparar  la comida con lo poco que había pero que a mis hermanitos les parecía un manjar a falta de nunca haber probado otra cosa. También sabía picar frijol y chile, y cortar tercios de leña. Sabía barrer, limpiar y arreglar la casa. Sabía muy bien sacar agua de un pozo con cubeta y cargarla en la cabeza. –Soy fuerte y tengo muchas ganas de trabajar–, decía. –Con lo que gane ahorraré y mandaré dinero a la casa para que mi familia coma y mande a los niños a la escuela–.
El camión llegó de madrugada, se detuvo en una enorme glorieta a la entrada de la gran ciudad. Estaba adormilada, casi muerta de cansancio, con los huesos molidos de tanto trajín del desvencijado bus. El chofer nos pidió bajar con todas nuestras pertenencias, que lo esperemos porque iba a cargar combustible y se retiró. El señor que nos prometió trabajo también bajó e hizo una llamada por celular, luego se dirigió a todos y nos dijo que un hombre vendría a ofrecernos dinero sólo por llenar una encuesta o algo así. No había terminado de hablar cuando éste se presentó junto con otras personas. Nos ofreció mil pesos a cambio de que entregáramos nuestras identificaciones para registrar nuestros nombres, nos dijo que era una ayuda mientras nos acomodábamos en el trabajo. Nadie dijo nada,  sacamos de nuestras pertenencias la identificación y se la dimos a ese señor que aseguró  le sacaría una fotocopia y se retiró prometiendo volver mientras otro de ellos nos entregaba un papel donde nos dijo que firmemos. Uno de los señores que venía con nosotros murmuró que ahí decía mil pesos pero, sólo estaban dando cien. Yo no sabía firmar, cuando me tocó mi turno no supe qué hacer, el señor  me miró molesto y me quitó el papel de las manos. Una vez que terminó con todos, nos dijeron que regresarían como los otros y se fueron. Estuvimos esperándolos toda la mañana, el hambre era tal que algunos de nosotros sacamos lo que traíamos guardado para una emergencia, y esta era una emergencia. Invitamos a otros con un pedazo de tortilla y mascamos lento, como haciendo tiempo para que no nos regresara el hambre tan rápido. En la tarde ya desesperados, entendimos que nos habían abandonado, nos dejaron tirados a la entrada de aquella desconocida ciudad y poco a poco en pequeños grupos nos fuimos adentrando en aquellas calles llenas de carros que salían por todas partes como si nunca se fueran a acabar. El grupo de hombres con quienes me junté para caminar se detuvo en una tienda para preguntar sobre trabajo, no nos contestaron y así fuimos preguntando hasta que alguien nos dijo que fuéramos en donde estaban construyendo hoteles. Llegamos casi al anochecer, tenía al igual que los demás, los pies destrozados, hinchados y sucios. Un señor nos dijo que si queríamos trabajar  ahí había mucho trabajo y si éramos flojos mejor nos retiráramos. La paga sería de 1500 a la semana. A mí me pareció una fortuna comparado con los 150 pesos que ganábamos en ese mismo tiempo entre mi padre y yo. Como nadie se movió ni dijo nada, nos indicó que durmiéramos en una de las galeras para peones y así todos sucios nos fuimos y nos acomodamos en ese lugar.


Sólo éramos 3 mujeres entre tantos hombres. Buscamos estar juntas en un rincón de aquella enorme galera. El baño era compartido y todos ahí hacían sus necesidades. Tuvimos que hacer cola y esperar nuestro turno y luego las regaderas estaban descubiertas. Entre hombres eso no importa pero para nosotras significó un gran esfuerzo y trabajo colocar láminas y pedazos de madera a modo de mamparas para poder bañarnos mientras nos cuidábamos. Esa noche mis compañeras y yo no dormimos pensando en qué momento aquellos hombres nos violarían pero no sucedió, estaban muertos de cansancio y no tenían ganas de nada, o quizás nos vieron tan chancludas y feas, enfundadas entre tanto trapo viejo que no les despertamos el deseo. Eso quiero pensar, la cosa es que así pasó esa noche y los demás días de la semana. El trabajo era de albañilería, como no sabíamos nada de ese oficio, la hicimos de peones.  Tuvimos que escarbar la tierra con picos y palas y traer piedras para acomodar en las zanjas, batir mezcla de cemento, llenar las máquinas revolvedoras, cortar fierros y otras cosas igual de pesadas. Cuando en la tarde del  sábado nos formaron para pagarnos, sólo  nos dieron 500 pesos porque ya nos habían descontado lo de la galera y el pago de algún seguro. Con esos 500 pesos tendría que comer y además mandar una parte a mi familia. A los dos meses estaba harta de las condiciones que teníamos, nos trataban como esclavos y yo trabajaba igual que los hombres, no había ninguna consideración para nosotras las mujeres y aunque estaba acostumbrada al trabajo rudo, mis manos tenían grandes ampollas en las palmas de mis manos. En cada uno de las yemas de mis dedos había una gran llaga al rojo vivo bordeada por una delgada orilla de cemento pegado a la carne. Tenía el pelo amarillo y tieso, como hilos de soga, mi piel estaba curtida por el sol y blancuzca por la cal que no se me quitaba ni  tallándome con zumo de limón. Una de las muchachas que vino con nosotros  y se había retirado desde la segunda semana,  regresó una tarde a verme y decirme que me fuera con ella a trabajar a un restaurante en la cuidad, que ahí le iba mejor. Me convenció y fue así como dejé esa etapa de mi vida que se arraigó a mis recuerdos como una mala hierba imposible de arrancar.
En el restaurante no me fue mejor. El dueño era una persona mandona, grosera y que nos daba un trato humillante. De indias muertas de hambre no nos bajaba, y aunque ya había cambiado mis ropas tradicionales por otras más a la moda, creo que no tenía gusto para vestirme o quizás por temor a descubrirme, compraba ropas que me tapaban toda, no me importaba si combinaban o no, de hecho no sabía que así debía de ser. En ese trabajo me ofreció 1200 pesos a la semana, incluyendo los domingos y con un horario que cubría de 8 de la mañana a 10 de la noche y a veces según los clientes podía extenderse hasta las doce de la noche, ahí nos daba de comer las sobras y no permitía que tomáramos un descanso porque arremetía con palabrotas que me lastimaban y me hacían hervir de coraje pero me aguantaba porque no podía hacer otra cosa. Una noche en que me quedé sola, estaba en la cocina cuando el señor entró, y cerró la puerta. Se veía alcoholizado,  me miró y me dijo que me quitara la ropa, que quería verme sin ella. Yo me quedé paralizada por el susto, entonces el señor se acercó, me abrazó y me dio un beso en el cuello. Cuando sentí esto, grité con todas mis fuerzas pero el señor no me soltó,  con una mano tapó mi boca mientras me arrancaba la blusa e intentaba seguir besándome. En el forcejeo, chocamos con el lavabo,  ahí habían utensilios de cocina, como pude, zafé una de mis manos y busqué sin mirar entre aquellos objetos algo con qué defenderme, sentí que topé con el mango de un  cuchillo y no dudé,  empujé con fuerza la punta del mismo sobre su espalda  para cortarlo en dos, el señor me soltó inmediatamente e intentó llevarse las manos a la herida, yo aproveché para correr hacia la puerta y salir hasta la calle, no dejé de correr hasta que sentí me iba a desmayar. En la esquina de la calle me apoyé en un poste y vi que enfrente había un parque, como pude, atravesé la calle y me senté en una banca. El parque estaba casi  vacío, sólo una pareja se veía en el otro extremo y yo en ese instante sentí una sensación de desamparo, las lágrimas se me salieron a torrentes y sin limpiármelas miré al cielo. Había una luna hermosa, lo recuerdo bien, estaba grandota y redonda y pude verme reflejada en ella como si fuera un espejo. Ese  noche sentí  la angustia y soledad más extremas que había experimentado en toda mi vida. 
Amanecí acurrucada en la banca de aquel parque. El ruido de la gente y el sol me despertaron. Me acomodé la ropa lo mejor que pude y antes de levantarme de la banca recorrí con la mirada en ambas direcciones. La gente pasaba de largo sin mirarme, como si no existiera, y así, con ese pensamiento me quedé todo el día y la tarde. No sabía qué hacer, no tenía nada y era nada en medio de ese ir y venir de gente que se perdía en todas direcciones siguiendo sus pasos. La sed y el hambre me hicieron volver a la realidad, ahí estaba como una muñeca rota y sucia. Me levanté y caminé hacia una tienda, había algunas personas comprando y no me importó que me oyeran cuando le dije al señor del mostrador que si me regalaba un vaso de agua. Creo que estaba tan mal, que el señor se me quedó viendo y luego se apresuró a darme una botella de agua que sacó del congelador. Me la tomé de una sola vez ahí mismo y salí con prisa y la mirada al suelo. Caminé y caminé hasta que la noche me alcanzó en una esquina oscura. Había un negocio de belleza, empujé la puerta y entré. Las mujeres que estaban ahí me miraron de arriba abajo, como si fuera un gusano. Pude ver sus gestos de desagrado pero ya no me dolió. Tenía una sensación distinta, como si ya no tuviera corazón. Una chica que trabajaba ahí, se me acercó y me preguntó si quería algún servicio. Yo la miré intensamente a los ojos como haciéndole sentir lo que estaba pasando. Le dije –tengo hambre, no he comido en todo el día–. Era casi de mi misma edad, quizás un poco mayor. Por un momento se quedó quieta mirándome de arriba abajo sin hablar, luego fue hasta donde estaba su bolsa y me dio 20 pesos, me dijo que eso era lo único que podía darme y que si quería comer caminara un poco más . La miré sin expresar ninguna emoción, y ella también se me quedó viendo mientras me encaminaba  a la puerta. Fui a donde me dijo y compré una torta que ahí mismo comí. Aún estaba parada en esa esquina cuando la muchacha me alcanzó, había salido del trabajo y yo seguía ahí sola con las manos apretadas. Me reconoció y preguntó si me  pasaba algo. Moví la cabeza en señal de aprobación y sentí que se compadeció de mí. Me preguntó si tenía casa, le dije que no, entonces ella me dijo que podía quedarme esa noche en su cuarto. Accedí y caminamos mientras me recomendaba que no era bueno estar sola en la noche por esos lugares. No le conté nada de lo que me había pasado pero la muchacha parecía adivinar en mi semblante y mis actitudes que estaba terriblemente necesitada. Cuando llegamos pedí el baño. la única ropa que tenía la llevaba puesta, me la quité y la lavé. Ella me ofreció algunas prendas de su guardarropa, las tomé, no había otra opción. Esa noche por fin pude estar tranquila, le platiqué un poco de mi  vida, ella me escuchó atentamente pero no dijo nada.

Al día siguiente me levanté muy temprano, quería salir para buscar trabajo, quería despedirme, pero ella me dijo que podía quedarme unos días hasta que lograra algún buen empleo. Por la noche le conté que nadie quería emplearme sin papeles, mi única identificación se la había llevado aquel hombre que nos dio 100 pesos. Mientras platicábamos ella me observaba detenidamente, luego me dijo que era guapa, pero que mi ropa no me dejaba lucir mi figura, prometió enseñarme a maquillar y vestirme adecuadamente. Tenía algunos años más que yo, pero era de la misma talla . Prometió prestarme ropa mientras conseguía trabajo.


No pasó mucho tiempo cuando cerca de ahí, en una panadería me dieron trabajo de limpieza. Tenía que barrer, trapear y sacudir todo el lugar, limpiar los vidrios y un pequeño baño. Lo bueno es que la señora del local me trataba bien, aunque mi pago era muy bajo, pero me daba para comer y pude ayudar a mi amiga con algo para la renta del primer mes. Pude comprarme un celular de los más baratos y mi amiga me ayudó a encontrar el teléfono de la ranchería donde vivía. Intenté comunicarme varias veces,  dejé recado para que pudieran hablarme cuando pudieran. Estuve algún tiempo así,  hasta que recibí  un mensaje de mi familia por celular, me dijeron que mi papá estaba mal, tenía una enfermedad terminal que desarrolló sin saberlo y necesitaban dinero urgentemente. El mundo se me vino encima, lloré todo ese día y el día siguiente. Mi impotencia sobrepasaba mi fortaleza y desesperada le conté mi situación a mi amiga. Le dije que haría cualquier cosa con tal de tener dinero y enviárselo a  mi familia o viajar para llevárselo y ver a mi padre por última vez. Ella me dijo que sabía de un lugar donde se ganaba buen dinero, se lo escuchó decir a una de sus clientes. La cosa era saber bailar y platicar con la gente. Desesperada le dije que aceptaría ese trabajo con tal de ganar lo suficiente para lograr mi propósito.

Cuando llegué al lugar que me recomendaron, el responsable de los contratos me atendió. Era un tipo desagradable y prepotente. Me dijo que este trabajo lo hacía gente bonita, de amplio criterio, con ganas de ganar mucho dinero y lo demás valía madres. Me pidió que me desnudara para ver mi cuerpo y yo accedí, iba dispuesta a todo. Cuando lo hice, me dijo que caminara ida y vuelta, que me moviera un poco al ritmo de una música que sonaba en ese instante. Yo puse mi mente en blanco y me dejé llevar por ese sonido que entraba en mis oídos y luego sentí que por todo mi cuerpo. Quise hacer lo mejor que puede, algo que jamás había hecho. Cuando regresé en mí, sentí cómo la sangre me golpeó la cara, mi corazón latía presuroso y mis piernas temblaban. Me puse la ropa y esperé que el señor me dijera algo. Él estaba sentado, jugando un llavero y me miraba atento. No está mal, a las dos de la tarde empiezas. Luego me preguntó si alguna vez lo había hecho y yo le dije que nunca. Fue como una pregunta clave que en ese momento no entendí. Antes de salir me dijo que la primera semana sólo trabajaría de mesera y para la siguiente empezaría de bailarina, que practicara mucho para ese día.
Esa semana gané mucho, estaba feliz, realmente eso era lo que me importaba. Me acostumbré a mirar cosas que no me imaginaba, vi cómo los hombres se portaban con las mujeres y ellas cómo le hacían para sacarles dinero. Todo el pudor y mis principios los guardé muy bien dentro de mí. Puse un candado  a mi entereza porque ahí no cabía la moral mi buenas costumbres. –Total, es un trabajo y aquí se queda todo lo que se hace–, me dije. Durante esa semana vi y practiqué el baile de tubo. Unas bailarinas se ofrecieron a ayudarme cuando les dije si podían enseñarme, nunca les dije que sería bailarina, sólo que me enseñaran y lo hicieron. Comparada con ellas era insignificante. Yo pequeñita y ellas enormes y operadas. Tengo buen cuerpo  pero menudita. El trabajo físico en mi pueblo me había hecho fuerte. Vi que podía levantar mi peso con mis manos aferradas al tubo y pude hacer acrobacias en el aire. Mis brazos y piernas fuertes me lo permitían.

La noche en que hice mi primer baile estaba nerviosa, sabía lo que iba a hacer, y me concentré para no ponerme a llorar de vergüenza. Cuando dijeron mi nombre respiré profundo y subí al entarimado, el DJ puso la música y yo dejé de pensar. Todo pasó entre una sensación de sueño, de sopor y semi inconsciencia. Baile piezas rítmicas, cadenciosas con las cuales giré por la pista. Mis ropas eran minúsculas y dejaban poco a la imaginación. Luego, cuando empezó una música suave y acompasada, empecé a desvestirme lentamente, prenda por prenda y me subía al tubo como había practicado. Llegué hasta lo más alto y con las piernas apretadas al tubo me dejé caer de espaldas con las manos abiertas, estuve así inmóvil unos segundos y luego me quité la prenda del pecho y fui bajando lentamente hasta la mitad, a una altura suficiente para hacer otra figura. Giré y me resbalé hasta tocar el piso con mis pies. Ahí fue donde me quité la última prenda y me desplacé para todos los ángulos de la pista mientras la música terminaba. Pude ver cómo todos los hombres y mujeres me miraban con deseo.  Escuché algunos aplausos y bajé casi corriendo del entarimado. Después de esa noche ya todo fue más fácil, te confieso que hasta ese momento no había tomado licor, porque acordé con el personal de la barra y el mesero que sólo aceptaría agua pintada.


 Esa noche toleré que los clientes me manosearan, que acariciaran mis piernas y mis pechos y pasaran sus manos por mi entrepierna.  Me di cuenta que mientras más los dejaba, más se enardecían conmigo y me ofrecían dinero. Antes de cerrar el responsable del bar me dijo que me quedara porque quería hablar conmigo para festejar mi debut. Yo estaba tan eufórica que acepté. Cuando todo acabó, pasé a cobrar y mis manos se llenaron de billetes, era tanto dinero junto, nunca en mi vida había visto semejante cantidad. Hice un rollo con ellos y los metí en mi bolso justo cuando el responsable del lugar me invitó a pasar a la oficina, atrás del local, entramos varias personas entre bailarinas y personal. Ahí me felicitó y empezaron a tomar, yo les dije que no tomaba pero insistió y me dijo que era una noche especial, y además que me fuera acostumbrando porque era parte del trabajo. Acepté una copa y brindamos, era todo risas y fiesta. Pasó el tiempo y de una copa fue otra y luego otra hasta que algo pasó en mí, fue como si se desconectara la luz eléctrica y caí en un abismo oscuro y profundo donde todo giró en derredor hasta perder la conciencia.  Apenas tengo vagos recuerdos de cuando alguien me acostó en la cama, sentí cómo me quitaban la ropa pero no podía moverme, ni despertar ni gritar, ni nada. Luego sentí cómo mi cuerpo fue usado una y otra vez como si estuvieran probándose un guante. Pasé de mano en mano hasta que la sensación se hizo insoportablemente dolorosa. Grité con todas mis fuerzas pero nadie me escuchó y perdí otra vez la conciencia. Desperté en una habitación desconocida, estaba toda llena de moretones, con un dolor de cabeza insoportable y cuando quise pararme me caí al suelo. Estaba desnuda y sola. No me acordé de nada en ese momento sólo pensaba en dónde estoy y que se me hacía tarde. Fui al baño y me paré bajo la regadera, el agua fría cayó sobre de mí como un bálsamo. Tardé en acomodar mis pensamientos y mientras entraba a la realidad me di cuenta de que había sido violada. Quise llorar, pero mis mandíbulas estaban trabadas, el llanto se mezcló con el agua y se perdió en la coladera. En el cuarto habían dejado mi ropa y mi bolso, busqué mi dinero pero no estaba. Me vestí y salí del cuarto, era una estancia en el mismo local, era ya tarde. Había pasado casi dos días durmiendo. En el bar ya estaba todo como cualquier día, pregunté por el encargado pero no estaba, alguien me dijo que me prepara porque me tocaba mi turno. Todos actuaban como si no supieran nada. Estaba furiosa, dolida, llena de rabia, pero una depresión ahogó mis palabras. Esperé hasta que el responsable llegó y cuando quise reclamarle cínicamente me dijo que me callara y que si decía algo pagaría las consecuencias. Lo vi tan decidido a golpearme enfrente de todos que mejor bajé la cara y me fui al camerino.

Esa noche me  tragué mi coraje y mi impotencia. Me puse una máscara de indiferencia, acepté las reglas y me fijé en mi objetivo: ganar dinero a manos llenas, no me importaba cómo fuera. 
En todo este tiempo que he trabajado, me he topado con todo tipo de hombres, la mayoría son desgraciados que vienen a comprar carne como si fuera un supermercado. Otros vienen a hablar de sus ganancias y sus logros a costa del dolor ajeno.  Unos más sólo hablan de mentiras y vanaglorias, de mundos de fantasía que  sueñan pero que nada hacen por construir. Yo los escucho y les hago creer que estoy atenta y fascinada con ellos. Es como un juego donde simulamos ser lo que no somos. También hay algunos como tú, muy pocos por cierto, que preguntan quién eres, que piden les cuente mi vida y dejan que hable,  escuchan atentos y te hacen sentir una persona en medio de este mundo de objetos que a diario se subastan. Pero debo decirte que tengo miedo, hace unos días un cliente se ha obsesionado conmigo, me ha llevado varias veces al reservado y ahora insiste que le haga una salida pero se nota que es mala persona. He visto cuando inhala cosas malas y se pone como loco cuando estamos en el privado. Yo trabajo por necesidad, acepto cosas que hace poco dije que ni loca haría, pero ya ves, aquí estoy atrapada en este mundo que todos allá afuera desprecian. Me hubiera gustado estudiar, tener un trabajo digno; llegar al altar bien casada, tener un marido que me ame y acompañe en la vida,  tener hijos y un hogar. No reniego de mis padres ni de mi hogar y mi pueblo, pero a veces me pregunto por qué no nací en otras condiciones. Miro a las muchachas de mi edad que van a la universidad, las miro arregladitas comprando chácharas, divirtiéndose con los amigos, ir al cine, a la playa. ¿Por qué yo no pude tener todo eso? Me doy cuenta que eso ya no se puede, fue sólo un sueño de juventud, ahora esta es mi realidad. Soy una mujer fácil, de la vida galante,  aunque disfrazada de teibolera. Aunque no me creas, aquí la vida no es fácil, las mismas compañeras de trabajo te desprecian por tus raíces, te llaman india, indígena, chaparra muerta de hambre. Sobre todo las extranjeras, las que vienen por contrato y están operadas. Una noche la güera llegó y aventó mis cosas al suelo y puso las de ella en el lugar que yo ocupaba en el camerino. Cuando le reclamé me insultó y me dijo que ella era la estrella y si no me gustó que se lo dijera para partírmela a madrazos y quitarme lo habladora. Ya no aguanto más, Sólo espero un tiempo  y me voy, quizás esta semana y una más, espero vengas otro día para despedirnos y te digo dónde iré. Ya he ahorrado lo suficiente para viajar a mi pueblo y llevar dinero a mis papás. Te cuento esto para que sepas que así empecé a hacer lo que ves. Entré  a este lugar llevada por la necesidad. Todos dicen que somos unas putas fáciles, que nos gusta la buena vida y no queremos trabajar. Quienes hablan así  nada conocen de las necesidades de la gente humilde, la gente que vive en las rancherías, en los caseríos y pueblitos refundidos en el monte y en esas tierras polvorientas y  miserables. En esos lugares donde todo es igual desde que se crearon. Las mismas chozas, las mismas calles, los mismos charcos que cada año se hacen más grandes o las mismas grietas en la tierra. La gente sigue con las mismas costumbres, con su misma ignorancia y creyendo ingenuamente las promesas de siempre. Están conformes con una despensa, con un kilo de frijoles. Todas las veces que llegan a ofrecer mejoras la gente aplaude, hay comida y refrescos esa tarde, pero sólo esa tarde. Cuando el circo se va con su campaña a otra parte, queda solamente la basura amontonada en la calle y en los postes de alumbrado, pósters meciéndose con imágenes de gente que no conocemos, personas que ignoramos cómo se llaman y a qué se dedican. Nos quedamos solos, como siempre, a partirnos el lomo por unos pocos pesos y a morirnos de hambre; pero eso no les importa a quienes vienen cada que hay elecciones.


Lamento mucho no haber ido cuando me enviaste el mensaje. No tomé en serio cuando me dijiste que querías verme antes de irte, que sólo harías una salida con el tipo que tanto te había insistido y que esta ocasión te ofreció mucho dinero.
No he querido leer el periódico, dicen que saliste en la nota roja, que tu cuerpo y tu cara prácticamente no existen. Comentan que en la foto estás repartida en tres bolsas negras,  el forense asegura que ya estabas muerta antes de ser quemada porque quedaron algunos pedazos intactos de pulmón, carne y piel, lo demás es puro carbón y ceniza. La nota que puso el maldito donde te dice “puta”, tiene tu seudónimo, pero  sé que eres tú porque es el mismo que  me dijiste junto con tu nombre verdadero. Sé que ambos nombres te pertenecen, aunque no sé tus apellidos. El demente que te hizo esto ya declaró, pero qué importan sus motivos.
lo más seguro es que la autoridad no quiera invertir un peso contigo, quedarás en el olvido, la fosa común será tu nuevo hogar y cientos de hermanos y hermanas de la desgracia estarán a tu lado para compartir sus historias, hasta que yo te alcance y terminemos aquella plática que una vez iniciamos y dejamos para después. 
Quisiera ayudar y hacerle saber a tu familia que hasta el último instante estuviste con ellos, pero no dejaste ninguna dirección.
Escribo esto como un desahogo a mi impotencia por no poder ayudarte, como un homenaje a tu memoria porque siendo tan pequeña y desvalida luchaste con todo por tu ideal, por tu familia, pero estabas sola y al final, caíste como caen todas, como se cae la sociedad, como se desmorona la patria. Como tú, también tengo un coraje desde que tengo conciencia, una sensación de infinita rabia contra la impunidad, la delincuencia y el robo descarado de esta sociedad que explota y  abusa del más necesitado desde hace muchas generaciones. Hay un reclamo desesperado a los que tienen la obligación de dar mejores condiciones de vida a sus ciudadanos. Qué lejos están de esta realidad, qué poco les importa la miseria mientras de eso vivan, total, ellos ya llegaron al poder, ya son los nuevos ricos, ayudarán a sus familias, parientes y amigos cercanos; los harán diputados, senadores, qué sé yo,  de otros cargos y puestos. Todo a cuenta del que alguna vez votó por ellos con la promesa de un mejor mañana, de ese mañana que nunca llegará mientras se mantengan los mismos mentirosos y las mismas mentiras; mientras la ignorancia y la pobreza sigan representando un gran botín para los privilegiados.