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lunes, 27 de septiembre de 2010

La recuerdo tal cual era

Ella me cuenta  sus ilusiones,
esperanzas  y  desamores.
Sus labios destilan miel 
y  enjambres de sueños brotan
del panal de su boca. 
Sus hermosas manos, mariposas,
vuelan y se posan en el frágil borde
de mis nervios.
Delicadas,
blancas,
manos suaves;
manos que besan entrecerrados ojos,
que acarician la trémula piel.
Su cuerpo hipnotiza,
silueta pirueta del viento,
su gracia salta los espacios de cordura
que aún quedan,
su risa rompe la barrera del recato.
La esencia de un ángel palpita
atrapada en su regazo;
su perfume,
huella del tiempo;
el beso del adiós.
Lo bello de recordarla
es que me vuelvo a enamorar de ella
cada vez que la evoco.









Tan cerca y tan lejos de ti

Hace tan poco tiempo
que el sol brilló
por vez primera,
apenas un suspiro,
una mirada distante
y un esplendor arrobó
mi alma.
Así fue mí despertar,
así empezó mi travesía
para alcanzarte
mientras cruzabas
por mi vida.
Cada lunes desde temprano
estaba firme aguardando
tu esplendor,
anticipando tu sonrisa
entre cientos de sonrisas,
adivinando el color de tus labios,
el rubor de tus mejillas
y el delicado tono de tu voz
subyugando  mis sentidos.
Tenías la virtud de descifrar
el significado de palabras
aún desconocidas.
Me decías el color de cada flor
el sabor de cada instante
y la textura de tu piel
entre los hilos dorados de sol
que escurrían por tus manos.
Parada frente a mí,
Te observaba,
 Venus completa,
regalo de Dios.
¿Cuándo empecé  a soñar?,
¿Cuándo empecé a vivir?,
¿Cuándo?…
Un día cualquiera,
sin un propósito especial
empezó el dialogo interior
a claudicar,
se volvió atrevimiento,
espacio, tiempo; comunión.
Me acerqué a ti como la brisa
matutina,
casi con miedo;
fascinado.
Una palabra, dos
quizás un saludo y un adiós,
así empezó mi viva
a girar en tu derredor.
Y luego un día sucedió el milagro
de estar ante ti,
embelesado,
perdido en el áurea electrizante
del suspiro exhausto
muriendo por ti…
Así empezó la travesía
por un sendero desconocido
abrevando cada instante
esperándolo,
deseándolo venir .
Desesperado
me aferré a tu imagen,
óleo sobre tus pestañas,
rubor de tus mejillas
apenas unos trazos en tu vida
apenas un bosquejo
del perfecto rostro
atrapado en el segundo
en que el flash de tus pupilas
deslumbraron mis sentidos.
Hoy es un retrato que tú miras
es un pedazo de ti
y de mi tiempo eternizado.
Ahí estoy acompañando
cada noche tus sueños,
cercano a ti
y tan lejos como polvo de estrella.


domingo, 26 de septiembre de 2010

Besos robados



Un ladrón llegó a ti para robarte un beso,
escurriéndose  entre  sombras
con la piel húmeda de nervios,
frío  el pecho.
Era tanta la necesidad de verte,
era tanta;
tesoros tus ojos,
irresistibles,
atrajeron  la mirada
y el hechizo inefable su destino consumó.
¿Por qué un amor  tan puro,
por qué un amor  tan bueno
tendría la piel de un áspid,
obligado a la penumbra;
un demonio al acecho?
¿Quién lo condenó sin juzgarlo?
¿Quién lo desterró a rodar entre sombras,
a la esclavitud perpetua del silencio?
¿De qué se le acusa?
¿Por qué tanta crueldad en el veredicto?
Ese fue el pecado.
Robarle al cielo un divino ángel,
robarle al ángel un divino beso.
No era ese su destino,
nunca un amor tan grande
pagó tan caro su osadía.
Posar los ojos en un querube,
beber un poco de ese manantial
incontenible de su  risa.
Por eso fue,
por extender las manos para acariciar la luna,
por romper en mil pedazos
el reflejo de la estrella en el estanque de la vida.
Fue el tiempo que le tocó vivir,
la distancia entre las fechas de nacimiento,
las arrugas en la piel;
la lozanía en contraparte.
Porque  el miedo a la censura
fue más  en la conciencia,
un mazo partiendo la montaña;
apenas un puño de carne trémula
ante su  presencia…
Por eso fue…


sábado, 25 de septiembre de 2010

Antes de ti

Antes de ti regalaba besos,
a montones, sin medida;
entonces no tenían precio.
Eran besos besucones,
besos de arena y de sal,
besos en  las tardes playeras,
besos a oscuras
Y bajo la sombra de un framboyán.

Antes de ti regalaba besos
bajo la luna en canastas de sueños,
 en decembrinas fiestas
y en día de muertos.
Me gustaba besar sólo por besar
Y en mis labios los besos
solían jugar.
Más de una tarde atrapado en suspenso
atrevido y ardiente
los besos calientes
me hicieron temblar.

Antes de ti  regalaba húmedos besos;
bajo la lluvia,
o sentado a la orilla del mar.
Besos bohemios, alegres;
con sabor a locura, tequila y limón,
besos al aire,
efímeros besos desmemoriados
y besos eternos que me dejaban sin respirar.

Antes de ti regalaba mis besos,
chiquillas curiosas llenas de encanto
aprendieron conmigo a besar;
mujeres hermosas,
 fueron mis besos  su  pasatiempo;
fueron sus besos fatales tormentos.

Antes de ti regalaba besos,
pero eran besos sin corazón;
por eso  un día me hicieron reflexionar.
Ahora mis besos no se regalan,
ya tienen dueña,
ya tienen alma,
 mis labios enamorados están
de una mujer especial.
Ahora mis besos ;
 todos mis besos te pertenecen,
mi linda princesa,
que has llegado a mi vida
para llenarme de dicha y un amor si igual.

Trazos de amor




































Ah,  hermosa mujer,
invítame a reposar mis labios en la hamaca de tu boca,
ya ves que cansado estoy de seguir tus pasos
día y noche, noctámbulo, taciturno.
De tanto mirarte,
 me he perdido en el horizonte breve que enmarca
los perfiles de tu rostro;
Incontables horas recorriendo tus facciones con mis manos,
 alpinista suicida descolgando mis miedos por tus tersos bordes.
Cada trazo  me acerca a la comisura de tus labios,
un retoque aquí,
un color más profundo allá.
Te voy rehaciendo en el papel
mientras mi mente se transmuta
y vuela hasta alcanzarte en algún lugar imaginario;
Entonces ahí,
dejo mi cuerpo tendido a  la sombra
 de tus inquietas y pícaras miradas.

Ah, mujer de papel y de colores
 yo te conozco como la palma de mis manos,
te he hecho a partir de una imagen, de un recuerdo.
Yo te conozco,
te he besado mil veces con mis manos,
te he visto saltar la reja de mi claustro,
visitarme en mis noches bohemias
y alegrar mi corazón cuando la luna me  transforma.

Ah mujer de carne viva, de tibia piel,
yo te conozco desde antes que nazca el consuelo,
 te he llevado a cuestas desde siempre,
como un ideal, como una musa, como un secreto.
Tú eres  dueña de incontables fantasías
 guardadas en el baúl de los anhelos.
Déjame tenderme en la hamaca de tu boca,
deja  que tus soles ardientes bañen mi piel
con su  mirada,
déjame dar luz al respingo breve,
tu  nariz de porcelana;
soy un niño que quiere una barquilla de nieve,
el terrón de azúcar que escondes en tus labios.

Ah, hermosa mujer,
desde tu boca me arrulla  el aliento tenue,
tus palabras, las frases breves,
eternas pausas entre respiración y anhelo.
Déjame colgarme de las comisuras donde nacen tus labios
en ese surco que arremolina deseos y dulces tormentos.
Déjame caer en el vértigo abandono
y  al fin, arrastrarme hasta el fondo de tu corazón para
ahogarme en besos.




Incertidumbre



Esta vez no tuvo que esperar, ella llegó puntual a la cita. Cierra la puerta y se sienta al borde del lecho mientras sus ojos se acostumbran a la tenue penumbra del cuarto. Si hubo un saludo no fue tan significativo como la emoción que ahora los envuelve mientras buscan las palabras adecuadas para hablarse en esa inverosímil circunstancia. No hubo un beso anticipado por la urgencia de pasar desapercibidos; pero ella está ahí mirándole y sonriendo feliz, es más de lo que él pudiera haber imaginado un mes atrás. Se sienta a su lado y le agradece su presencia tomando sus manos entre las suyas. La mira al rostro directamente y de sus labios surge una afirmación categórica de sus sentimientos, un “te extraño tanto…” que suena casi gutural,  un susurro que desgaja las paredes de sus labios como si fueran las laderas de una montaña precipitándose a un caudal  que las arrastra hasta las profundidades del océano. Su plática se torna más íntima, las anécdotas versan sobre aquellos momentos que compartían en la casa de él, en su departamento. Tocan los detalles de su tierno pero a la vez apasionado romance y en el éxtasis de sus recuerdos los sentidos van compenetrándose hasta encontrar un punto de equilibrio sobre el cual convergen sus deseos. Se besan, se acarician, se comen con los ojos, se acarician con sus labios y en las manos sus cuerpos empiezan el diálogo del amor. Ella lo interrumpe de vez en vez cuando el ímpetu de la necesidad rebasa la cordura. Las redondeces de su delicado cuerpo se vuelven el centro de atracción para las inquietas caricias cada vez más audaces, más atrevidas. Palpa  por entre los pliegues de su blusa una abertura  que lo lleve directo a los erguidos senos y obtiene  su anhelada recompensa. La suave piel sucumbe ante la presión de los deseos, luego, los dedos hurgan  y encallan en las cimas que  pronto se transforman en asustados pececillos que huyen y se esconden en la barrera coralina de la sensatez, pero que al fin, son espuma ante el ímpetu  vigoroso del amor. La débil resistencia de ella cede ante la perseverancia de él por ir más allá de lo hasta ahora permitido. La hermosa mujer  está entre sus brazos y atrapados entre los suyos, sus labios dejan escapar susurros y dulces palabras de amor. Cada instante que transcurre las manos se vuelven más osadas. Ella sobreponiéndose a su propia necesidad, detiene delicadamente las caricias, toma sus manos, las envuelve con las suyas. Él comprende, detiene sus premuras, la mira, contempla esa expresión tan linda en el rostro de ella.  La adora, la idolatra desde siempre, desde aquella vez que ella llegó fortuitamente una tarde a su casa. Él supo que esa mujer sería la dueña de su corazón cuando al mirarla su belleza lo hizo estremecerse hasta lo más profundo de su ser. Le recuerda que en aquella ocasión sólo la miraba sin entender lo que  le decía, estaba subyugado admirándola en ese instante que parecía irreal. La miró a su antojo, hasta que las palabras de ella lentamente lo fueron sacando de esa fascinación como el oleaje empuja a la playa los maderos perdidos en alta mar. Desde ese día su imagen se grabó en su corazón y el tono de su voz quedó registrado en su memoria como una extraordinaria melodía que deleitaba cada vez que el recuerdo la traía ante su presencia. Ella lo mira  fijamente, un esbozo de sonrisa  se quiebra en la comisura de sus labios. Parece querer penetrarlo con su mirada y escudriñar con sus pupilas lo que él guarda en su memoria  fotográfica. Lo ama, no hay duda, en ese momento sólo esa palabra prevalece en sus premuras. Con un leve toque de sus dedos en los labios lo calla delicada y tiernamente cuando él intenta hablar. Ella también se acuerda de ese instante, le dice que esa mirada también hizo mella en su corazón aunque no sabía exactamente por qué. Era muy pequeña para entender esa experiencia de hablar con un desconocido a quien de pronto le habría su corazón sin ningún reparo.
Un silencio se suspende entre la penumbra de la habitación, se escurre lento, roza la piel con sus intrépidos y a la vez delicados movimientos. Una a una las prendas caen por doquier y el momento sublime y largamente anhelado llega con la fuerza de un tornado arrasando sus sentidos. Un cuadro en la pared atestigua su reencuentro. Enamorados y llenos de dicha se deshacen como copos de nieve al calor de sus desnudos cuerpos. El amor no tiene edad, no tiene límites, ni cadenas ni candados, todo bulle espontáneo y cual yesca se consume en un fuego abrazador que  lo devora todo, hasta las palabras se consumen en un espasmo y luego otro.
 Recostados, continúan su viaje entre los pasajes secretos de una verdad contada a medias pero que cada uno va hilvanando para dar congruencia a sus recuerdos. Ella le dice que ahora no sabe qué hará, tiene la sensación de dejarse llevar por los sentimientos anteponiéndolos a su sensatez. Está comprometida, tiene una familia  aun cuando las cosas no marchan bien, le recuerda que también él está en la misma situación. Hay una breve pausa, un silencio que deja escuchar los latidos de sus corazones y la respiración aún agitada, poco a poco retorna a su ritmo normal. Luego, el silencio habla con su voz fría y tajante. Corta, hiere sobre heridas aún abiertas, hurga entre rescoldos removidos una y otra vez a fuerza de levantar aquel castillo hecho de sueños, hecho de instantes, de piezas sueltas, y recortes incompletos; más lleno de ausencias, más vacío de tiempo. Los dos se miran  fijamente, no se hablan  pero el lenguaje de sus ojos los transporta en esa dimensión donde lo único que existe en ese momento son ellos.
Tendidos en la cama, quietos, mirando en la misma dirección dejan correr el tiempo en un silencio que se hace cada vez más pesado, está cargado de preguntas, de dudas, de sensaciones encontradas que buscan una salida, una respuesta congruente; pero saben muy bien que no existe. Las manos de él buscan las suyas, las presiona levemente y deja que la tibieza de ese contacto recorra su cuerpo, la abraza luego y ella se acomoda entre su pecho, suspiran y se mantienen así por un tiempo indefinido, mientras el sueño, piadoso, trae un poco de paz a sus trémulos corazones.


Continúa



miércoles, 22 de septiembre de 2010

El reencuentro

Ha llegado tarde a la cita. La mira desde lejos, está sentada en el mismo parque  donde hace dos meses se vieron por primera vez, luego de una prolongada ausencia sin saber de ambos. En esa ocasión, tuvieron oportunidad de reencontrarse no sólo físicamente sino también en el plano sentimental y se dieron cuenta que el sentimiento siempre estuvo ahí, anidado en el fondo de sus corazones. Desciende del auto, son pasadas las 8:30 pm, sabe de su demora y se recrimina no haber entendido bien la indicación que ella le dio anticipadamente cuando hablaron por teléfono. El ruido del vehículo la hace voltear  y lo reconoce inmediatamente, vuelve el rostro y lo espera. Con premura él se encamina hacia ella y mientras avanza observa su silueta recortada en la penumbra del parque que a esa hora luce desierto. Tiene puesto un vestido estampado en delicados tonos y unas zapatillas altas que dibujan el perfecto arco de sus diminutos y delicados pies. Sentada y con las piernas cruzadas parece una bella y delicada muñequita de porcelana. En su rostro se dibuja una sonrisa encantadora y sus ojos se entornan cuando sus miradas se cruzan. Se dan un saludo muy familiar pero ella inmediatamente y con un  fingido tono de enojo le recrimina que lo ha esperado bastante rato. Le confiesa que sentada ahí sola sintió miedo e incertidumbre de no saber si llegaría a tiempo a esa cita. Él hace un esfuerzo para explicarle por qué llegó hasta esa hora y agrega que estuvo antes ahí esperándola desde mucho tiempo, que la llamó reiteradamente sin obtener respuesta hasta que desilusionado se retiró de ese lugar. Ambos sonríen sabiendo que quizás en ese  momento se cruzaron y no coincidieron, pero todo ese tiempo perdido  se antoja insignificante con la alegría de volverse a ver. Se dan un beso de saludo y ella  le sugiere encaminarse a una parte más retirada del parque. Caminan uno al lado del otro; él le toma de la mano y ella se deja llevar por un momento. Él está feliz, en su memoria evoca las veces que soñaba con esos momentos de dicha cuando se imaginaba así, caminando a lado de ella llevándola de la mano como cualquier pareja de enamorados. Al fin están nuevamente solos, en la misma banca, con sus manos entrelazadas, acariciándose con cada acto, con cada palabra, con sus miradas.  El amor brota  como agua cristalina de una fuente inagotable, nace del fondo de sus corazones, ahí donde el tiempo destiló cada gota hasta volverla pura, fresca y transparente y que ahora por un poder divino, se escurre por sus cuerpos bautizando cada fibra de su ser en una comunión sagrada de sus almas. Y así, surge irremediable la confesión que cada uno desea escuchar del otro…”Te quiero”… “Te amo con todo mi ser”… Palabras que son música a los oídos de dos enamorados que se confiesan mutuamente lo que significa estar juntos de nuevo. El tiempo vuela a su alrededor, las ideas revolotean como mariposas en sus mentes y  en una sublime metamorfosis transmutan sus colores en dulces sensaciones al contacto de sus labios. Son besos que quieren ser ligeros, tiernos y tenues, pero la ansiedad dicta otra cosa. Él no se conforma, la induce a besos más emotivos y ella no se resiste a la urgencia de recrear antiguas sensaciones. Se funden en un cálido abrazo, sus cuerpos tiemblan de emoción y permanecen callados por algunos momentos mientras se dejan llevar por esa hermosa fantasía hecha realidad. El beso se vuelve profundo y prolongado, hurga cada espacio dejando una estela de ardientes sensaciones mientras se adentra en las almas hasta fundirlas en una sola voz que reverbera en sus oídos con el encanto de una mutua promesa de amor.
Bastaron dos citas, dos miradas, dos suspiros para liberar una verdad perdida en un laberinto de dudas; dos eternos conocidos encendiendo la llama del amor que surge  con el ímpetu y la fuerza de un volcán en erupción. Como la primera vez, se esfuerzan por decir en apretadas frases un cúmulo de ideas y sentimientos; se regalan piropos y encantadoras flores del jardín de sus recuerdos. Él le baja estrellas y adorna con ellas su blondo pelo; ella le corresponde con el dulce canto de una ninfa enamorada mientras sus manos tocan delirantes el corazón estremecido de su amado. Esa noche al fin se ilumina con el esplendor de una explosión multicolor del más puro amor; Una felicidad indescriptible llena cada fibra de su ser mientras se entregan  y  renacen  entre risas y caricias, hasta que el silencio forzado por un beso hace una tregua que se esparce como el perfume de una rosa incitando a un profundo suspiro y un intercambio de miradas que culminan con el susurro de un “te amo”. Esa noche él despeja toda duda de lo que significa ese reencuentro. Se quieren, se quieren y se lo están  demostrando sin que nada importe más que el amor que llena sus corazones. Esa noche, esa bendita noche  escribe una página más del libro de sus vidas ahora unidas nuevamente. Es hermoso soñar y más aún vivir ese sueño en la realidad. Sin duda un poder divino superior a su entendimiento, en gesto de infinita bondad les regala una nueva  oportunidad para reencontrarse y él sabe que es esa oportunidad  la que secretamente anhelaba. Está con su eterno amor, con su único amor, el amor de su vida. La besa casi con idolatría, con miedo que de pronto despierte de un sueño y no sea verdad. Sonríe, ella está ahí, mirándolo, tiene sus manos entre las suyas y le devuelve la sonrisa.  “Amor, tengo prisa, el tiempo se fue sin darnos cuenta, debo irme aunque no quiero  todavía”. “Ven, abrázame nuevamente y dame un beso, muchos más” La toma delicadamente del talle y se entregan sin recelos ante la premura de una eminente despedida. Luego, se encaminan lentos, haciendo los últimos comentarios de esa mágica noche y bajan por unas escaleras del parque que los lleva hasta encontrarse con una avenida. La calle está apenas iluminada y algunos carros pasan. Ella le dice que se vistió así para él, le pregunta si le gustó verla sí y él le dice que luce radiante y agrega que siempre le gustó de cualquier forma que vistiera. Le comenta que con y sin maquillaje ella es encantadora.  Un auto se detiene, la acompaña para abordarlo, se despiden y él cierra la portezuela cuando ella sube y se acomoda. El auto se pone en marcha mientras  se miran por última vez sonrientes, con la felicidad pintada en sus rostros y con la promesa de un futuro reencuentro. Nuevamente solo y con la sonrisa pintada en su rostro se encamina despreocupado repasando cada detalle de ese encuentro mientras sus pasos se pierden en la penumbra de ese parque que ahora es tan significativo en su existencia.
 Continua...





martes, 21 de septiembre de 2010

Siempre te amaré

Son las 5 PM. Marca un número en su celular y una voz inconfundible se escucha por el teléfono. Trata de conservar el aplomo, pregunta por ella resistiéndose a creer  que está en la línea. “-¿A las cinco?-” “-No, espérame a las cinco y media-”. No importa, esperará. En el parque, el sol de la tarde dibuja sombras cada vez más largas, unos niños corren y otros en triciclos vienen y van. La brisa fresca le trae olores conocidos; a salitre, a mar. Mira el cielo, indiferente. Las nubes se desvanecen manchando el horizonte con tonos rojizos. Está nervioso, suda y de vez en cuando con su pañuelo se limpia el rostro. El retraso inesperado le da oportunidad de repensar el  motivo por el cual está ahí, sentado en un lugar que no le es extraño pero sí fuera de su contexto habitual. Mira el reloj, está por llegar. Levanta la mirada y espera  el vehículo que la traerá a ese encuentro largamente esperado. Por fin, un auto conocido se detiene y momentos después ella desciende. Se ve hermosa, esbelta y  majestuosa. Está vestida con una blusa sastre de color rojo y tiene puestos unos pantalones negros rectos, que combina con unas zapatillas que la hacen parecer más alta y estilizada. Camina sonriente, sus pasos se columpian uno tras otro al compás de sus caderas. Con los hombros ligeramente echados hacia atrás, mueve la cabeza levemente dejando que la brisa juegue entre las espirales aún húmedas de sus cabellos que, por momentos, resplandecen iluminados por los últimos rayos de sol y  como un arco iris se expanden en el horizonte hasta el punto en que pierde la noción del tiempo. Embelesado, la mira venir hacia él, su imaginación lo lleva a las puertas del paraíso; parece un ángel que lo invita a adentrarse en ese reino desconocido y fascinante. Reacciona, camina para encontrarse en medio del parque. Se dan un beso cortés pero se nota que  ambos están  nerviosos. Hay un momento en que se miran, y él se sumerge hasta el fondo en esos ojos profundos como cenotes que humedecen los suyos; son tantas cosas por decir. Entonces ella lo saluda rompiendo  el breve silencio con ese tono de voz tan característico que a él le fascina, pero que en ese momento apenas escucha por  la emoción  que le perturba los sentidos. Caminan hacia una banca del parque y luego se sientan mecánicamente. El tiempo de pronto se detiene y en derredor todo queda estático, como si se hubiera congelado en una fotografía. Un ambiente irreal donde  ellos dos apenas se mueven  entre sus forzados disimulos. Él le dice entonces  que lo disculpe, que la citó ahí con la intención de hablar con ella brevemente sin que nada los interrumpa. Le cuenta de su proyecto, sus intenciones por escribir un libro de poemas con todos los que le dio, y sin proponérselo, se encuentra hablando de temas que mil veces pensó evitar pero se da cuenta que lo está haciendo con facilidad, que está reaccionando como nunca imaginó y siente una necesidad enorme de vaciar su alma. La mira a los ojos tratando de penetrar su esencia por esas ventanas del cielo que parpadean con interés. Ella ríe, hace preguntas y juega con sus manos inquietas. Apenas son cinco minutos que parecieron eternos y ha concluido con ese inventado motivo, la ha comprometido con la promesa de perpetuarla en la memoria colectiva; escribirá un libro para ella. Ahora sólo la mira, fascinado; sigue siendo  hermosa, como cuando la vio por primera vez. En ese momento pierde la cordura, le gana la emoción. Su voz tiembla cuando le dice  que la quiso mucho, que siempre la amó y que ahora la sigue amando con la misma intensidad desde que la conoció. Sus manos han estado jugando cerca, en un movimiento como al descuido sus dedos rozan la barrera de lo permitido, basta ese ligero contacto para que él sienta una electrizante descarga de adrenalina. La toma entonces delicadamente de las manos y se las pone amoroso en la mejilla, las atrapa entre su hombro y su rostro, luego las escurre lento hasta sus labios y deposita en ellas un beso suave, tenue. Su corazón late apresuradamente y el alma se le sale por un ligero temblor que disimula limpiándose el rostro. Están ahí como si nada hubiera pasado, y en la intimidad del recuerdo, parece que apenas ayer se despidieron. Él hace un esfuerzo para aparecer sereno, le recuerda que están ahí porque quería volverla a ver, sólo volverla a ver; se asegura  que así lo entienda y se da cuenta que ahora es ella quien  toma sus manos y las acaricia. Están en un momento sublime, reviviendo hechos pasados y la emoción que sienten se percibe en sus semblantes. Tratan de decirse todo y entremezclan fechas y anécdotas que cada uno en su momento interpretó a su manera. Él le pregunta de pronto por qué se separó de él, por qué tomó esa decisión. Ella se le queda viendo, le dice que era muy joven, inmadura para entender la grandeza de ese confeso amor que ahora se abre ante ella con una claridad que ilumina su semblante y nuevamente le roba   el corazón con su sonrisa pícara de una pequeña traviesa. Le pide disculpas de algo que no recuerda, le pregunta  si le hizo mucho daño y él contesta que eso ya no importa, que ahora sólo perduran aquellos recuerdos felices; que no la odia, que nunca la odio y que si así lo dijo, fue en un instante de desesperación, cuando la vida se le iba con la impotencia de no poder hacer más, pues ella le había pedido que si la amaba  la dejara libre. Besa nuevamente sus manos, le pregunta si es feliz, ella responde que sí, que ahora tiene una familia que es su adoración, pero él quiere saber si es feliz como pareja.
Ella hace una pausa, dice que sí pero él siente que no fue sincera. Él se atreve a confiarle un secreto que guardó por muchos años pero que ya no tiene importancia callarlo por más tiempo. Le dice de personas que influyeron en su separación, de mentiras en torno a su vida y de promesas que se fraguaron para asegurar que ellos ya no se volvieran a ver. De esas personas que con el paso de los años vieron cómo su amor por ella trascendía el tiempo y la distancia, y terminaron por contarle sus secretos cuando todo estaba consumado y ya era imposible retroceder en los hechos, porque ambos tenían construido sus vidas cada quien por su lado. Él se siente dolido, calla. Hace una tregua mientras el silencio los envuelve.  Luego, sin que  se lo pida, en un instante de sublime atrevimiento, ella acerca su rostro al de él hasta que sus cabellos rozan sus mejillas, le dice que sí lo quiso, recuerda detalles de cuando estuvieron juntos, su primera vez,  le dice que ese momento tan importante en la vida de una mujer, le pertenece a él; luego le cuenta los momentos cuando en aquel departamento juntos vivieron una etapa maravillosa. Recuerdan anécdotas tras anécdotas y el tiempo implacable les arrebata de la boca los pedazos de esos felices acontecimientos. Hay luego unos momentos de leve quietud mientras las manos en una cómplice coreografía; suben y bajan, se entrelazan y giran como aves jugando en ese breve espacio que se reduce cada vez más entre sus cuerpos. La voz se quiebra en ocasiones por un torrente de recuerdos que avasallan e interrumpen gráciles la respiración y hacen trastabillar las palabras;  una melodía que hace eco en los labios que se buscan sin más tregua, apenas un ligero roce, un débil no, y otro tiempo de reposo mientras el beso se transforma en suspiro. Luego surge imperiosa la necesidad mutua de entregarse a la caricia contenida, no es posible sostener por más tiempo el peso de la ansiedad y ella entreabre los labios que él toma delicadamente entre los suyos. Las almas brotan de sus cuerpos y se entrelazan fundiéndose en una sola. Labios con labios, manos entre las manos y los corazones palpitan al unísono con un ritmo que se acelera hasta que ella se separa lentamente y busca sus ojos con una tierna mirada. Él le pregunta con un hilo de voz, “-¿lo sentiste?.”, y lleva a su pecho las manos de ella para que escuche los latidos de su corazón. “-Sí, lo siento-”. Él responde, “-Dice te quiero-”. Y ella ahora toma las manos de él y se las lleva a su pecho. Él se deja guiar  y al contacto de la suave piel nota que está agitada. “-Sí lo sentí también-” dice ella. "-¿Entonces también me quieres?-" “-Sí-”... Hay un silencio sostenido apenas entre frágiles deseos de cordura. Sus ojos están atrapados en ese hermoso momento de intimidad. Ya no hay nada que ocultar, lo dicho se coordina con el sentimiento y cómplices se dejan llevar por la maravillosa necesidad de sincronizar sus anhelos en una fantasía tejida por ambos. Construyen una novela de amor con retazos de ideas, hurgan en el inconsciente y hacen florecer castillos de la nada. Una confesión brota aislada y pronto domina la atención. Ella dice que aquél la descuida actualmente, que ya no la trata igual pero lo justifica diciendo que es por el trabajo. Sigue un parloteo mientras la miel se derrama entre ellos, y es él quien se entrega nuevamente a la magia del instante. No hay duda, siente lo mismo. Invocó ese encuentro creyendo que con el tiempo podría tener la fortaleza para desafiarse a sí mismo pero el destino implacable le quiebra en mil pedazos como un espejo. Parte  de su esencia está a los pies de ella, parte de él se disipa en candentes suspiros y otros fragmentos quedan atrapados entre su piel reabriendo las viejas heridas. Tarde se da cuenta de la fragilidad de su ser, ante esa delicada y hermosa mujer que se magnifica ante su presencia. Un nudo en la garganta impide que siga hablando, aparta la vista de ella y mira cómo el sol se ha ido ocultando, la penumbra de la noche los envuelve, el ligero viento ha cesado y algunos insectos le recuerdan que están en un parque. Los niños ya no están jugando, se han ido con sus padres y las luces se encienden iluminando con un tenue amarillo el ambiente. Es tarde, ya no queda tiempo para más, y en ese instante, como adivinando sus pensamientos, el timbre de un celular rompe el hechizo. “-No te vayas aún-”, suplica, “-Le diré que un ratito más-”, arguye ella. Contesta la llamada y guarda nuevamente el celular;  continúan.  Los dos tienen una vida hecha, los dos saben lo imposible de una promesa y sin embargo ahí están, tratando de encontrar una rendija para colar un sueño que más parece una necesidad en el semblante de él.  Ella parece más sensata, buscan una estrategia, él le dice que le dará su número, ella no lo quiere pero al cabo acepta memorizarlo. Hablan de otras formas de comunicarse pero una llamada más acorta los segundos que aún quedan. Le dice ella al fin, “-Deja que las cosas se den, no me presiones, tal vez podamos vernos más adelante, un mes, dos, no sé, no quiero comprometer algo que es difícil-”.  Se levantan y caminan lentos pero no hay tiempo para precisar, entonces en un impulso por volverla a ver le dice si ella le entregará las copias solicitadas, aquellas cartas-poemas inéditas y únicas que le dio cuando eran novios, aquellas que él prometió nunca más escribir porque le pertenecían sólo a ella. Están parados en medio del parque y  un intento de abrazo muere cuando un auto dobla en la esquina y se detiene. “-Si, te las daré y creo que podré superar mi problema-" dice ella, “-Yo te hablo-”. “-Bien, no hay más qué decir, será como tú digas-”, dice él tratando de disimular su congoja ante la inminente separación. “-Ve pues,  amor mío-”…Ella se encamina al auto, cuando llega, voltea a ver y le sonríe y él la despide levantando la mano. Se queda parado, los pies se niegan a moverse y con el pensamiento le repite que siempre la amará; que ella es y será su único amor, hasta el fin de sus días.
El auto no se marcha y él entonces se dirige en dirección contraria, llega a unas escaleras que descienden y camina por ellas tratando de perderse, pero a la mitad se detiene, se sienta en el borde de un muro, mecánicamente mete las manos en sus bolsillos, extrae su cartera y otros objetos. Juega con ellos, no sabe qué hacer, La noche crea sombras entre los árboles, y las luces del parque proyectan hilos de luz cuando se filtran por el follaje; los autos pasan, los sigue con la mirada ausente y se recuesta luego un ratito para poner en orden el caos que hay en su mente. Tiene ganas de llorar,  tiene ganas de reír, de reírse de sí mismo y de la vida que lo puso en esa situación tan cruel; sin embargo está feliz de volverla a ver y tiene ahora un hermoso e inolvidable recuerdo de ella, el beso tanto tiempo esperado; ese beso del adiós que nunca le dio y que ahora arde en su boca y le quema el alma, ahora sabe que no fue un beso de despedida. Se toca suavemente los labios, pasa lentamente sus dedos y los detiene un momento, los besa como tratando de recrear ese momento sublime. Con los ojos cerrados piensa. En todos estos años que no la vio, siempre estuvo pensando en ella, escribiéndole cartas y poemas de amor que luego guardó en el fondo de un cajón y después, continuar día y noche acumulando fantasías, hasta que ya no le cupieron más, desbordando su negativa a enfrentarse con la verdad. Era inútil resistirse a ese encuentro, él sabía que nunca la olvidó, que su corazón jamás dejó de estremecerse con su recuerdo y que el amor, había fermentado en la oscuridad, en la penumbra del alma y la humedad de cada lágrima contenida en lo recóndito de su corazón lo había hecho madurar como los buenos vinos; añejo, refinado, con un aroma y sabor exquisito que paladeó en ese beso, en esa copa llena de amor que degustó lentamente, disfrutando cada detalle de sensaciones dulces, agrias, amargas, mientras el beso se escurría húmedo y cálido dentro de su ser.
 Cuántas horas, cuántos días soñando con volverla a ver y ahora este sueño se hizo realidad. ¿Le preguntó todo lo deseaba saber? ¿Qué sería de ellos ahora si estuvieran juntos?, ¿cómo sería su vida en pareja?, ¿tendrían niños?, ¿cómo se llevaría él con la familia de ella?, ¿en qué lugar vivirían?, ¿se seguirían queriendo como cuando se conocieron? No sabe, son tantas preguntas y está ahí solo, acariciando un recuerdo más que se suma a otros con la misma intensidad. Un deseo surge en su corazón y va cobrando forma a medida que piensa en esa idea. El amor se manifiesta nítido, claro y con una fuerza que le dicta lo que hará de ahora en adelante. Una meta, un propósito para seguir fiel a sus sentimientos. La buscará, la buscará con todo su ser, sabe que en el amor no todo está escrito y se da valor para enfrentar un desafío. La convertirá en su musa, hará de ella una princesa para el castillo de sus sueños, transformará a la mujer de carne en una obra poética que trascenderá sus propias vidas en una  historia  de amor incomparable, ella es al fin, su inspiración, su amor eterno. Mira el reloj, es hora de volver a la realidad… se encamina nuevamente a la rutina…“Si amor, en alguna parte de esta vida o de la otra juro que te volveré a ver”. 

Continúa…