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miércoles, 8 de enero de 2014

El tesoro del abuelo

Cualquiera puede decir que la riqueza de un hombre se define por los bienes materiales que acumula en el transcurso de su vida: dinero, casas, autos, terrenos y todo tipo de cosas que se pueden comprar.
Sin embargo, me atrevo a asegurar que su mayor tesoro es la sabiduría adquirida a través de los años, la experiencia vivida en todas las etapas de la vida y la lucidez para recordar y transmitir éstas a las nuevas generaciones.
Nadie mejor que un abuelo representa esta virtud en la vida de un hombre.
Así como de los árboles brotan hojas, de los abuelos las palabras.  Los niños son pájaros que vienen a posarse en sus  brazos para escuchar con asombro las anécdotas y cuentos que interminables nacen con jocoso acento. Ningún ave se posa en un árbol muerto para hacer su nido, ningún niño cuelga su alegría en una rama seca y sombría. Un árbol cobija pero el abuelo fascina.
Él es un doctor que cura la tristeza, un artista que improvisa; canta, toca y cuenta historias  divertidas, es un mago que recrea fantasías, un pintor que pone colorido a nuestra vida. El abuelo siempre tiene una palabra de aliento, es un amigo que sabe guardar secretos, que tiene soluciones a los problemas más difíciles, es un cofre lleno de sorpresas y tesoros que reparte generoso.
 El abuelo lo sabe todo, como si hubiera vivido mil años y mil vidas distintas. En él se han juntado todos los tiempos y le gusta andar en ellos de arriba abajo. A veces parece un niño que nunca creció, otras se comporta como un gran señor y  en ocasiones es un ser necesitado de cariño y afecto aunque no lo diga.
El abuelo nunca perdió su tiempo, ha guardado toda su vida en un gran repertorio de palabras.
 Cuando lo miro sentado en su mecedora con su carita alegre y  rodeado de curiosos nietos, reflexiono.
Es cierto que hay que vivir el presente, cerrar puertas al pasado y caminar de frente. Quizás hoy se diga a la juventud que no importa el pasado, que se olvide lo vivido porque es una carga que impide avanzar, sobre todo si son experiencias desagradables, desafortunadas o tristes. En el mundo actual las cosas y hechos tienen un sello de desechable. Todo sirve para un momento y luego se suple. Nada queda para reciclar. Lo único que vale es  acumular  bienes materiales, riquezas, poder, control sobre los demás.  Las cosas espirituales poco importan y menos los recuerdos, los afectos y emociones. La vida fluye ágil, llena de deseos superficiales, que tan pronto se cumplen dejan vacíos los cuerpos y las mentes, como si se tratara de soñar la vida y no vivir los sueños. En este mundo de precipitados cambios, el pasado pronto se olvida y  el futuro no se cuestiona.
Sin embargo, los abuelos saben que los recuerdos son su verdadera riqueza, sin éstos no tienen identidad ni origen. Por eso los guardan en sus corazones, y en sus mentes las personas viven, no son simples números o nombres. Cuando platican son generosos y ofrecen sus tesoros, que no se gastan aun cuanto se narren tantas veces. Los abuelos reciclan sus saberes. Aprendieron que siempre habrá un espacio para compartir consejos y buena plática. Recordar les sirve para evitar la misma experiencia si ésta fue mala,  los hace sentirse nuevamente felices, les es útil para convivir e interactuar con la familia y la sociedad, estar siempre presentes.
Los abuelos lo saben, un árbol tiene un solo tronco; de ahí nacen  las ramas principales, luego las  ramitas y las hojas, y así sucesivamente, una tras otra, igual que los años y las nuevas generaciones. ¿Cómo podría brotar una hoja o una flor  sin una rama que la sostenga? Así también los niños intuyen y buscan su herencia a través de la voz de sus antecesores. Ellos reclaman su identidad, su historia aun sin comprenderla cabalmente. En esto los abuelos son la fortaleza, la simiente de la cual nacen y trascienden las generaciones. El pasado, lo vivido y los recuerdos son nuestras raíces,  la historia que dejamos y la huella de nuestra existencia en esta tierra.
Por eso, seas viejo o seas joven, nunca olvides lo que vives, más bien, asegúrate de vivir lo más feliz que puedas  y comparte esa felicidad con quienes te rodean. Hereda una identidad, una cultura. Considera que lo nuevo se hace viejo y lo viejo del recuerdo se recrea. Si todo lo tiras, si todo lo desechas, aún tus  vivencias más significativas:  alegrías,  amores,  fracasos,  aciertos y virtudes, ¿con qué te quedas?¿ cómo podrás dar respuesta a estas preguntas? ¿Quién eres?, ¿qué haces?, qué hiciste?... ¿Vives?, ¿viviste?, ¿a dónde vas? ….¿Quién te reconoce?, ¿quién te acompaña?... ¿Tienes un tesoro?, ¿lo compartes?