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domingo, 12 de septiembre de 2010

Márgenes

Nacimos el mismo día
y desde entonces juntos crecimos
al borde de un largo lecho.
Sin querer, frente a frente,
a fuerza de mirarnos nos enamoramos.
Admiré tu rostro juvenil en primavera
y el vestido verde salpicado de botones
y de flores.
Aspiré el perfume sutil que emanaba
de tu cuerpo;
la cálida sonrisa
y el verano ardiente de tus ojos.
En la tarde otoñal vi caer el dorado traje
hasta quedar completamente desnuda.
La níeva piel me cautivó.
Más allá, en el horizonte,
los macizos senos desafiando el cielo
atraparon mis deseos;
y ahora, cada que te vistes y desvistes,
me ato más a ti, y tú a mí;
porque somos uno,
porque hago lo que haces,
soy tu imagen.
Tendidos al borde de este largo lecho
nos miramos sin hablar,
y nos deseamos.
Pero la caricia que tú sientes
no es la mía,
y la caricia que yo siento
no es la tuya.
El dulce labio que nos besa
nos une y nos separa.
Suavemente nos recorre,
nos desviste,
moja nuestra piel
y se lleva el sabor de nuestra boca.
Pero mañana,
cuando el cielo llore,
desgarrará nuestro vestido
y arrancará de raiz nuestra pureza.
Si no corriera con la fuerza que acostumbra,
si se perdiera entre las piedras pasajeras
que rodando dejan huella.
¡Si se secara!
Entonces tú y yo ocuparíamos el lecho,
¡La unión sería perfecta!
Aquí estamos,
tan cerca y a la vez distantes,
deseando amarnos
mientras un labio amoroso
y encendido de pasión
se escurre en nuestro cuerpo
y liba en nuestra boca.


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