Bienvenido

viernes, 19 de julio de 2013

Dedicado al amor de mi vida



No existe palabra que defina todo lo que significas en mi vida. Sólo puedo expresar algunos sentimientos que provocas y que han moldeado mi vida incluso antes de conocerte. En aquellos momentos de juventud temprana significaste mi sueño, mi ideal. Había pasado mi etapa púber, en la que, siendo varón y después de gustarme todas por el hecho de ser mujeres, hice mi primera selección: “me gustan güeras” con lo cual, eliminaba la mitad del universo femenino. Después hice otra clasificación guiado por mis preferencias: “me gustan güeras y altas”. Es decir, la mitad de la mitad del total de seres femeninos había quedado fuera de mi cada vez selecta preferencia. Así, con el paso de los años y las modas estereotipadas, fui enajenándome cada vez más en un modelo comercial de atributos imposibles de reunir en una persona, sobre todo, en el contexto sociocultural donde me encontraba inmerso, ya que en mi medio, las personas étnicamente predominantes son las morenas o moreno claras, pero no güeras. Con este refinado gusto, pasé un tiempo de mi vida esperándote,  con el deseo de  encontrarte algún día. Con el transcurrir de los años pasé de mi juventud  primera a la joven madurez sin saber de ti. Todo este tiempo mi corazón se acostumbró a sentir un extraño vacío, pero también, una esperanza difusa entre la lluvia de fortuitos encuentros y amoríos bajo el cobijo de los años mozos. Tuve novias de todos tipos, no muchas, pero cada una con diferentes características que me gustaban de algún modo. Una morena esbelta con ojos color miel y mirada tierna; otra morena clara medio alta con unos labios carnosos y besos de fuego; otra más bien llenita y bajita con una sonrisa encantadora y plática súper interesante, y  quizás otras con distintas cualidades y  características, cada una tenía algo interesante que me gustaba, pero no eras tú. Casi me acostumbré a vivir la vida sin ti. Finalmente llegaste,  apareciste como un milagro bendito, como una aparición mágica eclipsando todo lo que antes ocupó mi atención.


Debo confesar con sinceridad que no te parecías en nada a mi ideal, pero estaba seguro que eras tú. Pude reconocerte cuando te presentaste ante mí con esa frescura que te caracteriza, con esa endiablada sonrisa que desdibuja el arcoíris perfecto de tus carnosos labios, Tu cara de princesa, limpia, sin maquillaje, el aroma de tu pelo negro  aún húmedo, resplandeciente con los rayos de sol, tus gestos y mohines  de sorpresa y travesura cuando hablabas; eras un pedazo de cielo arrobando mi corazón.
Con esa fuerza vital llegaste, como un torbellino de contradictorias sensaciones. Descubrí cómo el amor arrebató en un instante mi dócil cordura y de pronto me sentí envuelto en el giro vertiginoso de la vida llena de dulces sensaciones. Perdí la noción del tiempo, la noción de la realidad y volé al paraíso de los enamorados, totalmente enajenado y dispuesto a afrontar hasta lo último por ese amor que se metió en mi piel y fluyó por mis venas como lava ardiente hasta alcanzar mi corazón. Desde ese instante sólo tuve un motivo para vivir , ese motivo eras tú.


Así se  fue la mitad de mi joven vida y llegué a la madurez entre la brisa y el sol del verano; No me canso de recordar tu apasionada forma de ser, los explosivos encuentros amorosos que cada noche acompañábamos con velas aromáticas y café, mucho café para estar despiertos y activos hasta el alba.  Seguí tus  pasos, seguí tu ritmo pero ibas demasiado rápido cortando flores y pintado tu camino de colores, llegó un momento en el que no pude seguirte más y te perdiste en el horizonte donde cae la tarde.  Volví  al mundo de los azares. Me retracté un tiempo de la vida pero ésta pudo más que mis pesares y pronto estaba de nuevo tras mi ideal en cada encuentro con mujeres.

Volviste como nace el día, te asomaste fresca y radiante dejando atrás la melancolía y la oscuridad de la noche contemplando estrellas. Eras tú el amor de mi vida, lo supe desde que te vi por primera vez. Me fascinaste con tus modos de elegante reina, tu perfume sutil y la armonía de tus formas. También eras morena, alta, de cabello negro y blondo. Te gustaban los paseos, los viajes y las compras donde podías lucir tu estampa majestuosa y elegante belleza. Al principio seguí tus pasos y entré al mundo de boutiques, plazas comerciales y exclusivos centros nocturnos. Una noche, ahí perdido entre candilejas, muchedumbre selecta y buenos vinos, de pronto me di cuenta que estaba nuevamente solo, caminando por largos pasillos sin encontrar la salida. Fue tu deslumbrante belleza tan fugaz como un flash, como una foto para la nueva portada de otoño en el libro de mi vida. Volví a cantar aquella vieja canción que decía “El amor de mi vida has sido tú, mi mundo era ciego hasta encontrar tu luz…” Te encontré y te perdí, qué mala suerte la mía.

Esta vez, sentado en una banca, mirando caer  las hojas de otoño a la vera del camino, apareciste con paso lento y despreocupado.  Mirabas en dirección mía, pero no a mí. No te esperaba, por eso  también no presté mucha atención en ti. Cuando llegaste donde estaba,  te sentaste a mi lado y me obsequiaste una leve sonrisa, te correspondí por cortesía y luego de un momento empezamos a platicar de algo sin importancia. Me atreví a contarte un chiste  en relación a algo que mencionamos y te reíste abiertamente, sin complejos. Fue tu franqueza la que me motivó a observarte más detenidamente y al cabo de un rato habías ganado mi confianza como yo la tuya. Estuvimos platicando hasta que entró la noche. Cuando nos despedimos tenía la certeza que eras una mujer diferente y atractiva. Nos tratamos por varios meses y en ese tiempo te fuiste metiendo en mi vida sin darme cuenta. De repente sentí la imperiosa necesidad de ti, de estar contigo y disfrutar juntos todo nuestro tiempo, tú también sentías lo mismo y decidimos formar una pareja, para entonces yo estaba enamorado de ti. Tu experiencia, tu buena conversación, la forma en que me trataste hicieron que al cabo de un tiempo compartiendo nuestra vida, significaras todo. Eras el amor de mi vida largamente esperado.


Sentados en la misma banca donde un día nos conocimos, los árboles están sin hojas y una fina capa de nieve empieza a cubrir las secas ramas. El viento helado golpea nuestros rostros y buscamos nuestras manos para darnos un poco de calor. A los viejos nos encanta  recordar nuestro pasado, es como revivir aquellas experiencias que fueron significativas en nuestra vida y que de una manera u otra influenciaron y guiaron nuestro destino hasta donde nos encontramos ahora. Nos tenemos confianza, sabemos que el pasado es algo que ya fue y sólo tiene relevancia para salpicar de anécdotas y risas nuestras vidas.

En medio de esa apacible calma, reflexiono en algo que llamó mi atención desde hace mucho pero que no había meditado como ahora. Me doy cuenta que en el transcurso de nuestras vidas, nos enamoramos varias veces sin darnos cuenta. Creemos en el amor en tiempo presente, en ese momento en que convivimos con una persona y nos hacemos parte de ella. Creemos que es y será el amor eterno de nuestra vida, que nunca existirá otra persona igual o mejor a quien dedicamos todo nuestro amor, nuestras esperanzas, sueños y fantasías.   Sin embargo, cuando el tiempo pasa, dependiendo de cómo manejemos nuestra relación, puede suceder que el amor de nuestra vida deje de serlo. Pasará un tiempo en aceptarlo y recordaremos con melancolía a la persona amada hasta que al cabo de un tiempo, nuestra naturaleza busque  nuevamente de manera consciente o inconsciente aquella persona que signifique lo que en el fondo siempre hemos deseado, ese ser maravilloso que cubra todas nuestras expectativas. Quizás  importe poco el modelo o estereotipo impuesto en nuestro inconsciente, el amor tiene su propio lenguaje, por eso nos enamoramos a veces de personas tan distintas a nuestros ideales. Uno puede  enamorarse realmente en el transcurso de su vida unas 5 o 6 veces, aunque por supuesto, algunas personas se enamoran una sola vez y ese amor transcurre para toda la vida pasando por las distintas etapas mientras uno es joven, maduro y viejo. Me queda claro que el amor de mi vida siempre estuvo presente en mi vida, en cada etapa, en cada momento en que me sentí enamorado de esa persona y en cada uno de éstas, el amor se manifestó de distintas maneras. En todos esos momentos  que hoy son pasado pero que en su oportunidad fueron el presente, el amor de mi vida siempre estuvo conmigo alegrando mi vida, compartiendo mi mundo y haciéndome el hombre más feliz del mundo. Hoy ese amor de mi vida eres tú, sólo tú. Y me alegro que hayas sido el último y no el primero, porque llegaste justo a tiempo para poner todo mi empeño en que fuera  para siempre.
Por eso quiero darte gracias por todo tu tiempo y atenciones, por todo tu amor y por todo el amor que me inspiras. Sé que, como yo, tú también has disfrutado el amor ideal, romántico, apasionado y espiritual. Me alegra saber que juntos  llegamos a esta etapa en que con nuestra piel arrugada y el cabello cano, nos queremos tanto como cuando nos conocimos; porque contigo encontré el amor de mi vida.















No hay comentarios:

Publicar un comentario