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lunes, 6 de septiembre de 2010

Ausencia I

No me olvido de la lluvia
que empaña la pupila,
de tus dedos húmedos
arrancando pétalos de errores.
No hay engaño en el numen peregrino
que viaja en metáfora inconclusa;
ni metáfora que olvide sus clamores.
No me olvido de aquella flor
en botón marchita,
tendida sobre el lecho,
ni la brevedad entre sus muslos
aventándome a la cara
prosaica canción de cuna.
Quizá nunca me olvide
de las cosas materiales,
no de imágenes y burdas fantasías.
No me importa,
no me preocupa ser ya ciego,
no respirar ni mover los brazos;
nunca olvido que los tuve.
Acaso, lo que olvide sea,
la insensatez de mi memoria
que no registró
más lluvia que tus besos.
Súplicas y ruegos
corrompieron la prudencia;
deslinde franco,
abierto a la intención del yugo.
Sojuzgar, oprimir fue la intención,
de esta daga no me olvido:
hiere más la ausencia del aroma
que la flor.
Yo le imploro a Dios
que me devele esta verdad
para creer
que nada acaba porque sí.
Yo le pido me devuelva
no mis fotos ni mis cartas,
y otras tantas de papel y de residuos.
Devuélvame mejor mis alegrías,
mi corazón, mi fe,
porque ya no creo,
y no creer
es morir en la memoria;
vicario de la ausencia.


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