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martes, 21 de septiembre de 2010

Siempre te amaré

Son las 5 PM. Marca un número en su celular y una voz inconfundible se escucha por el teléfono. Trata de conservar el aplomo, pregunta por ella resistiéndose a creer  que está en la línea. “-¿A las cinco?-” “-No, espérame a las cinco y media-”. No importa, esperará. En el parque, el sol de la tarde dibuja sombras cada vez más largas, unos niños corren y otros en triciclos vienen y van. La brisa fresca le trae olores conocidos; a salitre, a mar. Mira el cielo, indiferente. Las nubes se desvanecen manchando el horizonte con tonos rojizos. Está nervioso, suda y de vez en cuando con su pañuelo se limpia el rostro. El retraso inesperado le da oportunidad de repensar el  motivo por el cual está ahí, sentado en un lugar que no le es extraño pero sí fuera de su contexto habitual. Mira el reloj, está por llegar. Levanta la mirada y espera  el vehículo que la traerá a ese encuentro largamente esperado. Por fin, un auto conocido se detiene y momentos después ella desciende. Se ve hermosa, esbelta y  majestuosa. Está vestida con una blusa sastre de color rojo y tiene puestos unos pantalones negros rectos, que combina con unas zapatillas que la hacen parecer más alta y estilizada. Camina sonriente, sus pasos se columpian uno tras otro al compás de sus caderas. Con los hombros ligeramente echados hacia atrás, mueve la cabeza levemente dejando que la brisa juegue entre las espirales aún húmedas de sus cabellos que, por momentos, resplandecen iluminados por los últimos rayos de sol y  como un arco iris se expanden en el horizonte hasta el punto en que pierde la noción del tiempo. Embelesado, la mira venir hacia él, su imaginación lo lleva a las puertas del paraíso; parece un ángel que lo invita a adentrarse en ese reino desconocido y fascinante. Reacciona, camina para encontrarse en medio del parque. Se dan un beso cortés pero se nota que  ambos están  nerviosos. Hay un momento en que se miran, y él se sumerge hasta el fondo en esos ojos profundos como cenotes que humedecen los suyos; son tantas cosas por decir. Entonces ella lo saluda rompiendo  el breve silencio con ese tono de voz tan característico que a él le fascina, pero que en ese momento apenas escucha por  la emoción  que le perturba los sentidos. Caminan hacia una banca del parque y luego se sientan mecánicamente. El tiempo de pronto se detiene y en derredor todo queda estático, como si se hubiera congelado en una fotografía. Un ambiente irreal donde  ellos dos apenas se mueven  entre sus forzados disimulos. Él le dice entonces  que lo disculpe, que la citó ahí con la intención de hablar con ella brevemente sin que nada los interrumpa. Le cuenta de su proyecto, sus intenciones por escribir un libro de poemas con todos los que le dio, y sin proponérselo, se encuentra hablando de temas que mil veces pensó evitar pero se da cuenta que lo está haciendo con facilidad, que está reaccionando como nunca imaginó y siente una necesidad enorme de vaciar su alma. La mira a los ojos tratando de penetrar su esencia por esas ventanas del cielo que parpadean con interés. Ella ríe, hace preguntas y juega con sus manos inquietas. Apenas son cinco minutos que parecieron eternos y ha concluido con ese inventado motivo, la ha comprometido con la promesa de perpetuarla en la memoria colectiva; escribirá un libro para ella. Ahora sólo la mira, fascinado; sigue siendo  hermosa, como cuando la vio por primera vez. En ese momento pierde la cordura, le gana la emoción. Su voz tiembla cuando le dice  que la quiso mucho, que siempre la amó y que ahora la sigue amando con la misma intensidad desde que la conoció. Sus manos han estado jugando cerca, en un movimiento como al descuido sus dedos rozan la barrera de lo permitido, basta ese ligero contacto para que él sienta una electrizante descarga de adrenalina. La toma entonces delicadamente de las manos y se las pone amoroso en la mejilla, las atrapa entre su hombro y su rostro, luego las escurre lento hasta sus labios y deposita en ellas un beso suave, tenue. Su corazón late apresuradamente y el alma se le sale por un ligero temblor que disimula limpiándose el rostro. Están ahí como si nada hubiera pasado, y en la intimidad del recuerdo, parece que apenas ayer se despidieron. Él hace un esfuerzo para aparecer sereno, le recuerda que están ahí porque quería volverla a ver, sólo volverla a ver; se asegura  que así lo entienda y se da cuenta que ahora es ella quien  toma sus manos y las acaricia. Están en un momento sublime, reviviendo hechos pasados y la emoción que sienten se percibe en sus semblantes. Tratan de decirse todo y entremezclan fechas y anécdotas que cada uno en su momento interpretó a su manera. Él le pregunta de pronto por qué se separó de él, por qué tomó esa decisión. Ella se le queda viendo, le dice que era muy joven, inmadura para entender la grandeza de ese confeso amor que ahora se abre ante ella con una claridad que ilumina su semblante y nuevamente le roba   el corazón con su sonrisa pícara de una pequeña traviesa. Le pide disculpas de algo que no recuerda, le pregunta  si le hizo mucho daño y él contesta que eso ya no importa, que ahora sólo perduran aquellos recuerdos felices; que no la odia, que nunca la odio y que si así lo dijo, fue en un instante de desesperación, cuando la vida se le iba con la impotencia de no poder hacer más, pues ella le había pedido que si la amaba  la dejara libre. Besa nuevamente sus manos, le pregunta si es feliz, ella responde que sí, que ahora tiene una familia que es su adoración, pero él quiere saber si es feliz como pareja.
Ella hace una pausa, dice que sí pero él siente que no fue sincera. Él se atreve a confiarle un secreto que guardó por muchos años pero que ya no tiene importancia callarlo por más tiempo. Le dice de personas que influyeron en su separación, de mentiras en torno a su vida y de promesas que se fraguaron para asegurar que ellos ya no se volvieran a ver. De esas personas que con el paso de los años vieron cómo su amor por ella trascendía el tiempo y la distancia, y terminaron por contarle sus secretos cuando todo estaba consumado y ya era imposible retroceder en los hechos, porque ambos tenían construido sus vidas cada quien por su lado. Él se siente dolido, calla. Hace una tregua mientras el silencio los envuelve.  Luego, sin que  se lo pida, en un instante de sublime atrevimiento, ella acerca su rostro al de él hasta que sus cabellos rozan sus mejillas, le dice que sí lo quiso, recuerda detalles de cuando estuvieron juntos, su primera vez,  le dice que ese momento tan importante en la vida de una mujer, le pertenece a él; luego le cuenta los momentos cuando en aquel departamento juntos vivieron una etapa maravillosa. Recuerdan anécdotas tras anécdotas y el tiempo implacable les arrebata de la boca los pedazos de esos felices acontecimientos. Hay luego unos momentos de leve quietud mientras las manos en una cómplice coreografía; suben y bajan, se entrelazan y giran como aves jugando en ese breve espacio que se reduce cada vez más entre sus cuerpos. La voz se quiebra en ocasiones por un torrente de recuerdos que avasallan e interrumpen gráciles la respiración y hacen trastabillar las palabras;  una melodía que hace eco en los labios que se buscan sin más tregua, apenas un ligero roce, un débil no, y otro tiempo de reposo mientras el beso se transforma en suspiro. Luego surge imperiosa la necesidad mutua de entregarse a la caricia contenida, no es posible sostener por más tiempo el peso de la ansiedad y ella entreabre los labios que él toma delicadamente entre los suyos. Las almas brotan de sus cuerpos y se entrelazan fundiéndose en una sola. Labios con labios, manos entre las manos y los corazones palpitan al unísono con un ritmo que se acelera hasta que ella se separa lentamente y busca sus ojos con una tierna mirada. Él le pregunta con un hilo de voz, “-¿lo sentiste?.”, y lleva a su pecho las manos de ella para que escuche los latidos de su corazón. “-Sí, lo siento-”. Él responde, “-Dice te quiero-”. Y ella ahora toma las manos de él y se las lleva a su pecho. Él se deja guiar  y al contacto de la suave piel nota que está agitada. “-Sí lo sentí también-” dice ella. "-¿Entonces también me quieres?-" “-Sí-”... Hay un silencio sostenido apenas entre frágiles deseos de cordura. Sus ojos están atrapados en ese hermoso momento de intimidad. Ya no hay nada que ocultar, lo dicho se coordina con el sentimiento y cómplices se dejan llevar por la maravillosa necesidad de sincronizar sus anhelos en una fantasía tejida por ambos. Construyen una novela de amor con retazos de ideas, hurgan en el inconsciente y hacen florecer castillos de la nada. Una confesión brota aislada y pronto domina la atención. Ella dice que aquél la descuida actualmente, que ya no la trata igual pero lo justifica diciendo que es por el trabajo. Sigue un parloteo mientras la miel se derrama entre ellos, y es él quien se entrega nuevamente a la magia del instante. No hay duda, siente lo mismo. Invocó ese encuentro creyendo que con el tiempo podría tener la fortaleza para desafiarse a sí mismo pero el destino implacable le quiebra en mil pedazos como un espejo. Parte  de su esencia está a los pies de ella, parte de él se disipa en candentes suspiros y otros fragmentos quedan atrapados entre su piel reabriendo las viejas heridas. Tarde se da cuenta de la fragilidad de su ser, ante esa delicada y hermosa mujer que se magnifica ante su presencia. Un nudo en la garganta impide que siga hablando, aparta la vista de ella y mira cómo el sol se ha ido ocultando, la penumbra de la noche los envuelve, el ligero viento ha cesado y algunos insectos le recuerdan que están en un parque. Los niños ya no están jugando, se han ido con sus padres y las luces se encienden iluminando con un tenue amarillo el ambiente. Es tarde, ya no queda tiempo para más, y en ese instante, como adivinando sus pensamientos, el timbre de un celular rompe el hechizo. “-No te vayas aún-”, suplica, “-Le diré que un ratito más-”, arguye ella. Contesta la llamada y guarda nuevamente el celular;  continúan.  Los dos tienen una vida hecha, los dos saben lo imposible de una promesa y sin embargo ahí están, tratando de encontrar una rendija para colar un sueño que más parece una necesidad en el semblante de él.  Ella parece más sensata, buscan una estrategia, él le dice que le dará su número, ella no lo quiere pero al cabo acepta memorizarlo. Hablan de otras formas de comunicarse pero una llamada más acorta los segundos que aún quedan. Le dice ella al fin, “-Deja que las cosas se den, no me presiones, tal vez podamos vernos más adelante, un mes, dos, no sé, no quiero comprometer algo que es difícil-”.  Se levantan y caminan lentos pero no hay tiempo para precisar, entonces en un impulso por volverla a ver le dice si ella le entregará las copias solicitadas, aquellas cartas-poemas inéditas y únicas que le dio cuando eran novios, aquellas que él prometió nunca más escribir porque le pertenecían sólo a ella. Están parados en medio del parque y  un intento de abrazo muere cuando un auto dobla en la esquina y se detiene. “-Si, te las daré y creo que podré superar mi problema-" dice ella, “-Yo te hablo-”. “-Bien, no hay más qué decir, será como tú digas-”, dice él tratando de disimular su congoja ante la inminente separación. “-Ve pues,  amor mío-”…Ella se encamina al auto, cuando llega, voltea a ver y le sonríe y él la despide levantando la mano. Se queda parado, los pies se niegan a moverse y con el pensamiento le repite que siempre la amará; que ella es y será su único amor, hasta el fin de sus días.
El auto no se marcha y él entonces se dirige en dirección contraria, llega a unas escaleras que descienden y camina por ellas tratando de perderse, pero a la mitad se detiene, se sienta en el borde de un muro, mecánicamente mete las manos en sus bolsillos, extrae su cartera y otros objetos. Juega con ellos, no sabe qué hacer, La noche crea sombras entre los árboles, y las luces del parque proyectan hilos de luz cuando se filtran por el follaje; los autos pasan, los sigue con la mirada ausente y se recuesta luego un ratito para poner en orden el caos que hay en su mente. Tiene ganas de llorar,  tiene ganas de reír, de reírse de sí mismo y de la vida que lo puso en esa situación tan cruel; sin embargo está feliz de volverla a ver y tiene ahora un hermoso e inolvidable recuerdo de ella, el beso tanto tiempo esperado; ese beso del adiós que nunca le dio y que ahora arde en su boca y le quema el alma, ahora sabe que no fue un beso de despedida. Se toca suavemente los labios, pasa lentamente sus dedos y los detiene un momento, los besa como tratando de recrear ese momento sublime. Con los ojos cerrados piensa. En todos estos años que no la vio, siempre estuvo pensando en ella, escribiéndole cartas y poemas de amor que luego guardó en el fondo de un cajón y después, continuar día y noche acumulando fantasías, hasta que ya no le cupieron más, desbordando su negativa a enfrentarse con la verdad. Era inútil resistirse a ese encuentro, él sabía que nunca la olvidó, que su corazón jamás dejó de estremecerse con su recuerdo y que el amor, había fermentado en la oscuridad, en la penumbra del alma y la humedad de cada lágrima contenida en lo recóndito de su corazón lo había hecho madurar como los buenos vinos; añejo, refinado, con un aroma y sabor exquisito que paladeó en ese beso, en esa copa llena de amor que degustó lentamente, disfrutando cada detalle de sensaciones dulces, agrias, amargas, mientras el beso se escurría húmedo y cálido dentro de su ser.
 Cuántas horas, cuántos días soñando con volverla a ver y ahora este sueño se hizo realidad. ¿Le preguntó todo lo deseaba saber? ¿Qué sería de ellos ahora si estuvieran juntos?, ¿cómo sería su vida en pareja?, ¿tendrían niños?, ¿cómo se llevaría él con la familia de ella?, ¿en qué lugar vivirían?, ¿se seguirían queriendo como cuando se conocieron? No sabe, son tantas preguntas y está ahí solo, acariciando un recuerdo más que se suma a otros con la misma intensidad. Un deseo surge en su corazón y va cobrando forma a medida que piensa en esa idea. El amor se manifiesta nítido, claro y con una fuerza que le dicta lo que hará de ahora en adelante. Una meta, un propósito para seguir fiel a sus sentimientos. La buscará, la buscará con todo su ser, sabe que en el amor no todo está escrito y se da valor para enfrentar un desafío. La convertirá en su musa, hará de ella una princesa para el castillo de sus sueños, transformará a la mujer de carne en una obra poética que trascenderá sus propias vidas en una  historia  de amor incomparable, ella es al fin, su inspiración, su amor eterno. Mira el reloj, es hora de volver a la realidad… se encamina nuevamente a la rutina…“Si amor, en alguna parte de esta vida o de la otra juro que te volveré a ver”. 

Continúa…


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